¿Pequeñeces?
No sólo los artistas. Cada ciudadano que huye al exilio representa una pérdida para la cultura nacional.
Las recientes fugas de conocidas figuras del panorama artístico parecen haber despertado más comentarios e interés que otros muchos temas relevantes para la Isla.
Después de tantos años y del éxodo de ciudadanos de las más disímiles profesiones y oficios, incluidos artistas (populares y menos conocidos), que han seguido —algunos con más éxito que otros— sus carreras en escenarios foráneos, no se justifica tanto alboroto por que Carlos Otero y Susana Pérez hayan decidido escapar. ¿Por qué resulta tan trascendental que un animador y una afamada actriz opten por quedarse en el extranjero?
El gusto tan generalizado por las pequeñeces es quizás uno de los peores vicios que arrastramos como nación. Por si algún lector considera que es común a todos los pueblos, es bueno tener en cuenta que la realidad de la Isla exige de los de afuera y adentro menos apego por las frivolidades y un poco más de empeño en lo esencial. Esto es, buscar en las causas y no hacer catarsis con las consecuencias.
¿No es más relevante el exilio de más de dos millones de personas en los últimos 50 años, que el hecho de que algunos famosos, generalmente menos sufridos (en lo material) que la media de la población, huyan del país? Quizás lo significativo en el caso de los artistas es que existe erróneamente la creencia popular de que viven en un Parnaso que los protege y acuna dentro del régimen. De ahí que la gente se sorprenda de que una actriz como Susana Pérez, por ejemplo, cuyo talento justifica su popularidad y prestigio, tome el camino del exilio. Eso desmiente el criterio oficial de que las causas son económicas.
Las declaraciones del ministro de Cultura, Abel Prieto, ilustran el extremo opuesto: la visión de quienes intentan minimizar hasta la ridiculez este fenómeno. En referencia a la "deserción" de tres figuras del Ballet Nacional de Cuba, durante una gira por Canadá en diciembre pasado, el simpático Abel dijo que no considera que "la cultura cubana tenga que inquietarse" por la fuga de artistas, que él personalmente "no le da la menor importancia".
Según Prieto, no existe una "verdadera figura de la cultura cubana" que se haya quedado fuera de la Isla. Ahora resulta que el presentador Carlos Otero, la actriz Susana Pérez, los magníficos vocalistas de Los Tres de La Habana, las tres figuras del Ballet Nacional de Cuba y las siete del Ballet Español de Cuba, entre otros muchos que se han asilado en los últimos meses, son irrelevantes para el poder cultural. Un organismo burocrático sentencia la calidad y juzga el talento en función de las nuevas circunstancias, olvidando que incluso algunos de los "quedados" fueron premiados repetidas veces por las autoridades por su desempeño y aporte a la cultura nacional.
Esto, sin contar a todos los grandes de la música (Cachao, Bebo Valdés, Celia Cruz, Paquito D'Rivera, Arturo Sandoval, por citar sólo algunos), que a lo largo de estos casi 50 años de dictadura han abandonado la Isla. Para el señor Prieto, probablemente el grupo Moncada, Sara González y otros apologistas del régimen sean las únicas y verdaderas figuras de la cultura.
Sin embargo, la realidad desmiente a unos y otros. Los que exageran la fuga de los famosos suelen sufrir un deslumbramiento peligroso. Creen que la huida de los que suponen mimados por el régimen, es prueba inequívoca de su cercano final. Las autoridades, en el afán de restar importancia al asunto, sufren una ceguera total: no ven el fracaso de un sistema totalitario y oprobioso que empuja a los ciudadanos a escapar, con independencia de sus condiciones de existencia.
¿Acaso es suficiente poseer bienes materiales? La mayoría de la gente persigue la libertad por encima de cualquier sueño material. Es la primera condición de la dignidad humana y justamente la que más niega el régimen.
Una cosa fundamental olvida Abel Prieto. No solamente los artistas, sino cada ciudadano que huye, representan una pérdida para la cultura nacional, en tanto ésta se fragmenta y dispersa por el mundo. Ningún funcionario del régimen, responsable de la terrible diáspora, puede evaluar en qué medida los de adentro sienten, aunque la comprendan, la creciente ausencia de quienes se van.
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