Actualizado: 18/04/2024 23:36
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CON OJOS DE LECTOR

Censura, ¿estás ahí? (III)

El cine tuvo el infausto privilegio de haber sido la primera manifestación artística que concitó el gesto punitivo de los comisarios retrógrados e inquisitoriales.

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"En el oscuro cinematógrafo de la censura, en cuya sala los censores sórdidos y enlutados se codean con el peor contacto, se corta lo mejor de la cinta, lo más vivo y lo más claro". Esto lo escribió Ramón Gómez de la Serna en 1927, en su libro Cinematógrafo. Se anticipaba a todo lo que después le tocaría sufrir al cine, que debido a su gran alcance y a la popularidad que disfruta, es quizás la manifestación artística que ha sido más martirizada y sobre la que más se han ensañado las tijeras de los censores.

En Cuba, tiene además el infausto privilegio de haber sido la primera que concitó el gesto punitivo de los comisarios retrógrados e inquisitoriales, que sólo atienden las razones de su propia verdad. De sobras es conocido el incidente que provocó el estreno del documental P.M. (1961), de Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante. Calificado de negativo, por reflejar la vida nocturna de los bares populares de La Habana, apartándose de los asuntos épicos de las transformaciones políticas y sociales que tenían lugar en el país, fue prohibido, y de paso se utilizó para atacar al grupo de escritores y artistas vinculados al suplemento cultural Lunes de Revolución.

Fue tal la polémica en torno a ello, que en sus famosas Palabras a los intelectuales (1961) Castro se refirió a la película. Empieza por confesar que no la ha visto, aunque dice que tiene deseos y curiosidad por verla. Se remite, no obstante, al "criterio de distintos compañeros del Consejo Nacional de Cultura", para él digno de todo el respeto. Expresa luego que se puede discutir el procedimiento seguido, determinar si la decisión de prohibir P.M. fue justa o no, y concluye: "Pero hay algo que yo no creo que discuta nadie y es el derecho del Gobierno a ejercer esa función, porque si impugnamos ese derecho entonces significaría que el Gobierno no tiene derecho a revisar las películas que vayan a exhibirse ante el pueblo".

En su libro Días de una cámara, el cineasta español Néstor Almendros narra los problemas que por su parte confrontó con el cortometraje Gente en la playa (1961), dirigido y fotografiado por él: "Cuando Gente en la playa estaba en pleno montaje, para mi sorpresa intervinieron las autoridades con el fin de impedirme terminarla. La sala de montaje fue cerrada y pusieron dos milicianos armados en la puerta. Pero, por suerte, la burocracia es ineficiente también en la opresión y muy a menudo se descuida. Meses después me volvieron a entregar las llaves para la misma sala, pues tenía que montar un documental oficialista para la televisión. Al entrar, vi con sorpresa que mi negativo estaba allí, nadie lo había tocado. Así, discretamente, mientras terminaba el trabajo que me habían pedido, puede acabar el montaje de Gente en la playa y hasta sincronizar la banda sonora. Cambiándole el título por el de Playa del pueblo, conseguí disimularla, aprovechando la confusión burocrática, e incluso sacar copia en los laboratorios del ICAIC ante sus propias narices. La película fue prohibida a fin de cuentas porque no era política, porque se rodó al margen de la producción oficial". Almendros logró sacar a escondidas una copia de su filme y pudo mostrarlo en varias ciudades europeas.

En otros países que estuvieron sometidos a dictaduras, los artistas disponían al menos del derecho de exponer a la luz pública las amputaciones hechas a sus obras. Eso ha permitido que tras la caída del franquismo se haya podido escribir una abundante literatura sobre la censura aplicada en España a las películas tanto nacionales como extranjeras. Gracias al artículo que Miguel Picazo publicó en los años sesenta en la revista Nuestro Cine, sabemos hoy que su adaptación de la novela de Miguel de Unamuno La tía Tula sufrió numerosos cortes, que según él rebajaron un cuarenta o un cincuenta por ciento del contenido crítico de su película. Por su parte, Pedro J. Semper redactó un trabajo donde revelaba los destrozos cometidos en Gritos y susurros, del sueco Ingmar Bergman. El guión de Los jueves milagro, de Luis García Berlanga, fue enmendado tanto por el padre Grau, un inflexible y severo vigilante de la moral y las buenas costumbres, que el director planteó ante notario que figurase en los créditos como guionista, para que así pudiese beneficiarse de los derechos de autor. Asimismo en las Conversaciones Nacionales sobre el Cine Español, celebradas en la Universidad de Salamanca en 1955, la censura fue uno de los principales temas que se debatieron y se denunciaron.


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