Actualizado: 15/04/2024 23:17
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Con ojos de lector

Censura, ¿estás ahí? (II)

En Cuba, las noticias sobre la censura son también censuradas. Nada difícil en un país donde el gobierno tiene el poder exclusivo de decidir qué se publica en la prensa.

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Desde los primeros años de la revolución, Castro insistió en la necesidad de transformar la mentalidad de la población, así como en la importancia de que los obreros aprendieran a pensar como clase. Ernesto Guevara, por su parte, hizo un llamado para erradicar el individualismo, en beneficio de la concepción colectiva que pasó a ser instaurada.

En los discursos de esos años, Castro hace énfasis en que "la Revolución tiene un derecho: el derecho de existir, el derecho a desarrollarse y el derecho a vencer". En uno de ellos expresa: "Nosotros creemos que la Revolución tiene todavía muchas batallas que librar, y nosotros creemos que nuestro primer pensamiento y nuestra primera preocupación deben ser: ¿qué haremos para que la Revolución salga victoriosa? Porque lo primero es eso: lo primero es la Revolución misma y después, entonces, preocuparnos por las demás cuestiones. Esto no quiere decir que las demás cuestiones no deban preocuparnos, pero que en el ánimo nuestro, tal como es al menos el nuestro, nuestra preocupación fundamental ha de ser la Revolución". Con esas palabras, ha hecho notar Roger Reed, Castro establece el derecho de existir de la revolución, que debe tener prioridad sobre los derechos individuales. En otros términos, la sobrevivencia de la revolución tiene que anteponerse a cuestiones como la libertad de expresión de las personas. Tal argumento hace recordar el que hoy esgrime George W. Bush, quien enarbola como pretexto la seguridad nacional de los Estados Unidos para restringir las libertades civiles.

Acerca de esta jerarquización de la masa sobre el individuo y de su empleo para legitimar la censura, se ocupó George Orwell en el ensayo The Prevention of Literature. Allí expresa que los enemigos de la libertad individual siempre tratan de presentar su caso como un alegato de la disciplina versus el individualismo, manteniendo el de verdad versus engaño en segundo plano tanto como es posible. A pesar de que el aspecto que se enfatiza puede variar, prosigue Orwell, el escritor que rehúsa vender sus opiniones es siempre estigmatizado como un nuevo egoísta. Esto es, se le acusa bien de quererse encerrarse en una torre de marfil, bien de hacer un despliegue exhibicionista de su propia personalidad, o bien de resistirse a la inevitable corriente de la historia, en un intento de aferrarse a injustificados privilegios.

Orwell señala cómo católicos y comunistas coinciden en asumir que un oponente no puede ser honesto y, a la vez, inteligente. Unos y otros claman de manera tácita que "la verdad" ya ha sido revelada, y que el hereje, si no es sencillamente un tonto, está secretamente consciente de ella, y si se resiste a aceptarla es sólo por motivos egoístas. Apunta Orwell que en los regímenes comunistas, el ataque a la libertad individual se enmascara, por lo general, en la retórica oratoria sobre el "individualismo pequeño burgués", la "ilusión del liberalismo decimonónico", así como en términos como "romántico" y "sentimental", los cuales son difíciles de rebatir o impugnar, dado que no poseen un significado consistente. De ese modo, la controversia es manipulada y apartada de su verdadero punto central. Y concluye Orwell: "Las familiares invectivas contra el «escapismo», el «individualismo», el «romanticismo» y sus sucedáneos, constituyen un artificio forense cuyo objetivo es hacer que la perversión de la historia parezca respetable".

En la realidad, sin embargo, fueron otros términos, no tan literarios ni tan sutiles, los que se usaron para censurar a escritores y artistas. Eso, naturalmente, en los casos en que se dijeron las razones, pues no hay que olvidar que en los regímenes totalitarios los censores actúan desde la autoridad absoluta que les da el poder político unívoco. Eso implica, entre otras potestades, la de no tener que dar explicaciones ni justificaciones. Nunca se supo, por ejemplo, qué llevó a que se prohibiera la salida de Lenguaje de mudos, con el cual Delfín Prats había obtenido en 1968 el Premio David de Poesía. Su autor ha comentado así la suerte que entonces corrió su obra: "La publicación del libro coincidió con un momento muy difícil dentro del proceso literario cubano como fue el momento del caso Padilla. El libro mío fue como que arrojado por el agujero de la memoria. Es decir, no circuló, no llegó a venderse, no llegó a presentarse, no se habló de él para nada". De igual modo, no se aclaró en la prensa (resulta ocioso precisar oficial, puesto que es la única que existe en Cuba desde hace más de cuatro décadas) por qué la novela La casa, de José Cid, pese a que fue editada nunca llegó a las librerías, ni cuál fue la razón por la cual dejó de publicarse la revista Pensamiento Crítico (1967-1971). Tampoco se estimó necesario explicar por qué nunca llegó a los lectores ¿Por qué llora Leslie Caron?, el original con el que Roberto Uría había merecido el Premio 13 de Marzo de Cuento en 1987. Y supongo que más de uno se habrá preguntado por qué Ese sol del mundo moral, el estudio de la eticidad cubana escrito por Cintio Vitier, apareció en México en 1975, pero en la Isla no se vino a editar hasta1995.


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