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¿Coincidencia?

Lo más triste es que en Cuba un poeta tan vigoroso como Heberto Padilla sea apenas un remoto acto en la UNEAC.

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Acaba de regresar una colega cubana de sus veintiún días habaneros y acabo de leer la polémica sobre Heberto Padilla, sostenida entre Pablo de Cuba Soria de una parte y Belkis Cuza Malé, Vicente Echerri y Jorge Luis Arcos, de la otra.

Exacta coincidencia. La amiga que retorna a clases se lamenta —"picadillo extendido" de por medio— de cómo el virus político, a pesar de que el Señor de las Moscas lleva un año fuera del cetro total, mantiene la fiebre oficialista, sigue polarizando la sociedad cubana con los fantasmas del "imperialismo yanqui" y la "revolución".

Exacta coincidencia. Los cuatro polemistas —muchos matices de por medio entre cada uno— también responden al mismo virus político que, celosamente engordado por el Poder, es obvio que también afecta a nuestras instituciones y circuitos culturales, a las valoraciones estéticas y artísticas.

¿Podría ser de otro modo? ¿Sucedería la misma dependencia de tratarse de un autor mexicano o dominicano? ¿Cómo sacudirnos el polvo que aún no es polvo sino bulto, carga, fardo alienante?

Los cuentos de La Habana que conversa la recién llegada en la sala de casa, entre preguntas por amigos comunes y chismes de la flora y fauna artísticas, mantienen el mismo precario inmovilismo que dejamos hace más de tres años. Ni avanza ni retrocede nada. El pantano huele más a rancio, pero sigue tragando tiempo, esperanzas.

Los textos de los cuatro escritores cubanos, cada uno a su modo o a su interés, sólo cambian detalles de lo que experimentamos hace más de una década, cuando el encuentro madrileño entre exiliados e insiliados que nos reencontrara en la célebre Residencia de Estudiantes. El axioma político subordina, en última instancia, las apreciaciones. La recepción se nubla, inevitablemente.

El inexorable paso del tiempo

Algunas reflexiones que esta coincidencia impulsa quizás nos remitan a las generaciones biológicas, no a la mecanicista "teoría de las generaciones". No es casual que en su testamento la irónica voz de Eliseo Diego nos dejara "el tiempo. Todo el tiempo". Es claro que cada promoción —con absoluto derecho— ofrece un ángulo distinto, que el tiempo y las "circunstancias" favorecen olvidos o rescates, depreciaciones o entusiasmos. Y es claro que el virus político ha perdido más filo entre los jóvenes que entre las generaciones mayores.

Un solo ejemplo: Alejo Carpentier. ¿Hay que coincidir con su ideario político para disfrutar y admirar Los pasos perdidos o El Siglo de las Luces? ¿Quiénes aún indagan —salvo sus biógrafos y fanáticos— en su militancia política? ¿Puede dudar alguien de que se trata de un orgullo para la cultura cubana —y del idioma— tener un narrador de esas eficaces repercusiones en la literatura del pasado siglo?

"Pasó el tiempo y pasó / un águila sobre el mar" —decía José Martí… El envejecimiento de los "motivos temáticos" y de las "filiaciones ideológicas", tal vez vaya inmunizando a los autores —no a las obras— de las bacterias que los políticos —el Señor de las Moscas y su tropa en primer lugar— imponen con alevosa voluntad de dominación. Pero es obvio que nada puede impedir la contextualización histórica de cualquier mensaje.


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