Actualizado: 23/04/2024 20:43
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A debate

Crítica, censura y campos de concentración

Una respuesta: Guillermo Rodríguez Rivera hace poco favor a esta rarísima costumbre cubana que es la polémica entre escritores.

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Me invita a desinstalar la alambrada electrificada y la cámara de gas que parece arrastrar el término "campos de concentración" utilizado por mí al referirme a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Me acusa de comparar a éstas con Auschwitz, Buchenwald o el GULAG donde Stalin mandó a morir a Osip Mandelstam (cuyo apellido cita mal). Demuestra, como podrá comprobarse de inmediato, una cuidada ignorancia sobre el tema.

Clasificación inalterable

Para empezar, desconoce la diferencia existente dentro del universo concentracionario alemán entre campos de concentración (Konzentrationslager) y campos de exterminio (Vernichtungslager). Ignora que las primeras de estas formaciones no contaban forzosamente con cámara de gas (Buchenwald, por ejemplo, no tenía), así como tampoco existían cámaras de gas en los campos de concentración soviéticos.

En cuanto a alambradas, testimonios de las UMAP recogidos por Héctor Maseda ("Los trabajos forzados en Cuba", Encuentro de la Cultura Cubana, Madrid, primavera de 2001, número 20) aseguran que al menos en los campamentos "La Gloria" (Unidad 2237) y "Los Mameyes" (Unidad 1015) eran electrificadas, y mencionan a un joven electrocutado contra ellas.

Félix Luis Viera recuerda, por el contrario, que en "La Anguila" (Compañía 1, Batallón 23, Agrupación 6) no electrificaban las alambradas perimetrales. (Viera ha novelado su experiencia de recluso en Como un ciervo herido, que publicó Plaza Mayor).

Los testimonios varían en este punto. No obstante, insisto en llamar campos de concentración a las UMAP, y para justificar tal denominación me acojo a la fórmula brindada por la historiadora estadounidense Anne Applebaum: "Llamo campos de concentración a aquellos campos destinados a encarcelar individuos, no por lo que hicieran, sino por lo que eran. Construidos, a diferencia de los campos de prisioneros criminales o de los campos de prisioneros de guerra, para albergar a un tipo particular de prisionero civil no criminal, miembro de un grupo 'enemigo' o, al menos, a una categoría de individuos que, por razones de su raza o de sus presumibles ideas políticas, era juzgada como peligrosa o extraña a la sociedad" ( Gulag. A history, Anchor Books, Nueva York, 2003, p. XXIV. Existe traducción al español).

Y dado que en las UMAP eran internados individuos no por delito cometido sino por ser homosexuales o ministros de alguna iglesia (Testigos de Jehová, católicos, protestantes) o hippies o fanáticos del rock o desempleados, tales reclusorios pueden ser llamados con todo derecho campos de concentración. Rodríguez Rivera podrá aportar en descargo excusas militares, económicas o pedagógicas, pero tales excusas no alteran la clasificación de esas cárceles.

Ecuación sartreana

Anne Applebaum estima que los primeros campos de concentración dentro de la modernidad fueron establecidos en Cuba bajo el mandato de Valeriano Weyler. Ya en 1900 el término "reconcentración" halló su equivalente en lengua inglesa y pudo bautizar, durante la contienda anglo-bóer, un proyecto semejante al utilizado en Cuba.

Y cuatro años después, el colonialismo germano adoptó ese modelo en el suroeste africano y dio origen a un vocablo de larga utilización: Konzentrantionslager. Extraños lazos unen a esos campos de concentración alemanes en África con los del Tercer Reich. Valga este par de ejemplos: el primer comisionado alemán en el sudoeste africano fue Heinrich Goering, padre de Hermann Goering, y en África ocurrieron los primeros experimentos con humanos, al cuidado de dos profesores de Josef Mengele.

Cuba bajo gobierno español, África bajo gobierno británico y alemán, Europa bajo el Tercer Reich, la Unión Soviética…: a lo largo del siglo XX el término "campo de concentración" denominó a un modelo cambiante, con sus particularismos en cada avatar. Así que al crearse en Cuba las UMAP, tal término volvía al idioma y a la tierra donde tuviera origen. No intento con estas precisiones rebajar el horror padecido en Buchenwald o en Kolima, así como tampoco me interesa exagerar lo ocurrido en Camagüey. No deseo recargar el horror cubano con préstamos soviéticos o nazis.