Actualizado: 18/04/2024 23:36
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Literatura

Diosa y depravada

La última novela de Juan Abreu: una obra pictórica en que el cuerpo femenino se explaya en el ejercicio del sadomasoquismo y el porno.

Enviar Imprimir

En un intercambio de correspondencia con el escritor, éste ha declarado: "Pienso como tú, que el libro es como una acuarela; fresco al tiempo que intrigante, subversivo al tiempo que inocente. Como el disparo de una bala de seda. Lo oculto debajo de la piel del discurso. En otros libros míos, poseídos por la furia de lo cubano, esto no se nota tanto, pero aquí ocupa el primer plano (es decir, el primer plano subterráneo) y creo que cumple su cometido bastante bien.

Es decir, aparentar que estamos ante una lectura hasta cierto punto ligera, agradable, pero de la que poco a poco emerge un sustrato depravado (en el sentido admirativo y germinador que para mí tiene esta palabra) que nos perturba, sorprende y embriaga. Es bueno dejar lo cubano atrás (después de Cinco Cervezas lo necesitaba), aunque entiendo que viviendo en Miami es muy difícil. Uno se siente aliviado, como si se hubiera abandonado un fardo al borde del camino…".

Juan Abreu se mete en honduras en las que casi nadie se atreve por miedo o por desconocimiento. Para empezar la novela desmonta el discurso de las feministas de armas tomar, más, desmonta el discurso del igualitarismo ramplón, y redescubre algo que ya sabíamos o sospechábamos y es que en la condición del hombre, ¡y en la de la mujer!, hay un componente que pide a gritos (gritos disfrazados de reclamaciones sociales y toda índole de supuestas reivindicaciones) para que se le azote y se le someta.

En el peor de los casos, ese componente no incorporado en el plano de la conciencia se manifiesta políticamente en la permanencia de largas y sangrientas dictaduras en pleno siglo XXI. En el mejor de los casos, ese componente incorporado eficazmente en el plano personal puede dar paso a unas azotaínas en el trasero y a unos amarres de nudos que insospechadamente entran en los agujeros del cuerpo, con el saldo incruento o ligeramente cruento de unos descomunales orgasmos verdaderamente liberadores.

La renuncia a la libertad

Continuando en el descenso por la pared del iceberg nos topamos con el título de la novela y una pregunta: ¿por qué se nombra Diosa a una mujer que se somete, que se autodefine como sumisa?; y por ese camino penetramos en la profundidad mayor del texto. La propuesta de alcanzar la libertad mediante la renuncia a la libertad; la plena realización a través de la más completa sumisión, la renuncia total como vía de acceso a las más grandes posesiones del espíritu y el cuerpo.

Esa, quizás, es una de las más grandes paradojas del devenir del hombre, del hombre y la divinidad, pero también de la literatura como una de las artes que mejor puede expresar la esencia humana. No por gusto toda gran literatura es, de hecho, fundamentalmente paradojal, es decir, que en ella se expresa lo pequeño por lo grande, lo singular por lo general, lo oscuro por lo iluminado, lo sucio por lo limpio y lo bajo por lo alto.

Ahí probablemente encontremos un acercamiento certero al misterio del Dios que se hace hombre, de la crucifixión, del poner la otra mejilla, del amar al enemigo, del lavado de los pies a los humildes y menesterosos; un acercamiento certero al misterio del devoramiento de la hostia o el comerse a la divinidad (sin olvidar, ¡faltaba más!, que en Cuba comerse o jamarse a una virgen es simplemente iniciar una adolescente en la incorporación del falo); procedimientos o rituales correspondientes a mitos que se remontarían a los más oscuros orígenes del hombre y la religión.
Lo luminoso que sólo puede expresarse en la medida que desciende a los planos más inferiores, la creación que se manifiesta en el polvo, y como polvo, en la ciénaga, para desde ese estrato último tornar a elevarse otra vez en un reciclaje providencial; para complementarse como divinidad en las alturas. Concierto o caos en que el Dios se hace naturaleza, se hace carne, y por lo mismo, encuentra su plenitud de poder en lo sucio y húmedo y placentero; por tal motivo es que cualquier observador mínimamente inteligente y desprejuiciado encontraría las más estrechas interconexiones entre el eros y la religión.