Actualizado: 29/04/2024 2:09
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El cierre de la 'desmitificación' martiana

Miguel Fernández-Díaz publica un libro que aborda la muerte de José Martí a partir de nuevas salidas que reposicionan a la cultura cubana.

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Fernández insiste en el explícito disgusto de Maceo, pero esta vez da un motivo que no suele referirse y que se hace muy creíble cuando nos adentramos en el conocimiento de la "política real", esa que será alguna vez el material oculto de la historia. Según Fernández, Maceo estaría disgustado por el uso de los fondos para la guerra y es eso, con datos concretos, parte de lo que habría alcanzado a certificar Martí en su diario.

Habría que creer que el documento fue entregado por completo al general Máximo Gómez, según el testimonio del coronel Ramón Garriga, expuesto y razonado con exactitud por Fernández en el capítulo III. Acerca de las páginas en cuestión, Garriga confirmó: "Yo las vi cuando las escribió. Yo guardaba el diario en mis alforjas. Cada vez que Martí me lo pedía, se lo entregaba. Gómez lo recibió completo de mis manos" (p. 37). Y dice Fernández en torno al delicado asunto: "Luis Miranda escribiría que las cuartillas arrancadas contenían una relación al detalle de cómo se habían distribuido los fondos para principiar la revolución, incluyendo 'las cantidades enviadas para distintos patriotas'" (ibídem).

Hay algo que habla a favor de que, al parecer, a Gómez le disgustaron tanto las notas sobre la repartición de fondos, que lo llevaron a censurar aquellas páginas. No se justifica que si, en efecto, la motivación de Gómez o de quien fuese el censor estuvo en silenciar, para el bien de la causa cubana, algunas críticas que Martí pudo haber hecho a Maceo después de la entrevista, no arrancara también las del día 5, donde alcanza a decir que Maceo "le hiere" y "le repugna".

Conexiones con la política

La muerte indócil de José Martí es también un libro importante para seguir el comportamiento de la prensa ante la historia cubana. Se refieren y ubican con claridad las posiciones de los principales periódicos norteamericanos; se identifican a los periodistas más relevantes, ya sean partidarios o detractores.

Es necesario insistir en esta manera de escribir un ensayo con múltiple interés. Fernández sabe ir a las fuentes, pero sin fatigarnos con transcripciones ni sucumbir así ante el facilismo de que su mismo libro sea empleado como fuente documental. Usa un lenguaje puntual, pero incurre en evocaciones literarias y cede a veleidades poéticas que, por su intermitencia, salvan al texto de lo meloso formal y de la cháchara moralista. Polemiza con adversarios identificados y no marea con referencias, que fue todo un síntoma de la primera escritura de una reciente generación de ensayistas cubanos.

Fernández saca de la opacidad gremial a un grupo de trabajadores y comprometidos estudiosos oficialistas del pensamiento martiano: Luis Toledo Sande, Rolando Rodríguez, Ibrahim Hidalgo… Y no deja de comentar (y a veces de simpatizar) con Diana Abad, Oscar Loyola, Jorge Ibarra. Hay, sin embargo, una nueva generación de ideólogos del castrismo, más arriesgados y descarados también, que valdría la pena estudiar e incluso comprender. Fernández lidia con algunos.

El tema martiano posee sus conexiones con la política a través de cierta interpretación del legado literario, como demuestra la última etapa del trabajo de Cintio Vitier. También se revuelve en ella de manera directa. La periodista Soledad Cruz y el escritor Luis Suardíaz, por ejemplo, inventaron en su momento un José Martí partidario de la muerte para justificar algunos fusilamientos realizados por el régimen de La Habana. La periodista Rosa Miriam Elizalde se ha inspirado hace poco en una dirección similar.

El profesor José R. Fabelo, por su parte, encontró en la tradición martiana un eco para una filosofía de los valores capaz de legitimar la muerte de tres jóvenes que querían abandonar la Isla por mar (lo que no parece más que un sobrentendido). Según Fabelo, habría en el crimen una dialéctica excluyente "entre vida y vida": para salvar al pueblo. Habría que matar a esos jóvenes: que uno viva supone que no viva el otro.

El libro La muerte indócil de José Martí es por eso también un documento que llama a la responsabilidad, a la necesidad de que el sector intelectual comprenda que, cuando se trata con una tiranía totalitaria, las acciones no suelen consumarse impunemente. Y el silencio es una acción bastante escandalosa.

En el epílogo de su libro Fernández-Díaz hace una observación exacta: "la historiografía cubana abunda en obsesiones morales" (p. 142). La historia, como la muerte de Martí, es efectivamente indócil: mira atrás para avanzar. Lo hace a veces. Y siente pudor del reojo ante el presente que aguarda.


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