Actualizado: 07/05/2024 1:47
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CON OJOS DE LECTOR

El hombre que vio un ángel (II)

El de Andréi Tarkovski es un cine con una indiscutible unidad de estilo, temas e intenciones, que a la vez posee una misteriosa variedad.

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Su película más autobiográfica e introspectiva

Cartel alemán de 'Nostalgia'Foto

Cartel alemán de 'Nostalgia'.

Tras el estreno de Solaris y a modo de resarcimiento, Tarkovski empezó a preparar su película más autobiográfica, aquella en la cual se permitió plasmar un guión enteramente subjetivo, coescrito con Alexander Misharin. Según contó él, durante varios años estuvo tratando de dar forma coherente a unos sueños y recuerdos de infancia que volvían de manera recurrente. Después de un prolongado proceso de gestación, a mediados de 1973 empezó a rodar su cuarto filme, El espejo, que antes tuvo como títulos Confesión y Un blanco, blanco día (este último es un verso de Arseni, su padre). Tarkovski no permitió que nadie leyese el guión antes del inicio del rodaje. E incluso hubo ocasiones en las que el equipo técnico llegaba al plató sin saber qué se iba a hacer.

El estreno en la Unión Soviética, en abril de 1975, fue mal recibido por la crítica oficial, que calificó la película de "jeroglífico desvalorizado por el subjetivismo". Tarkovski esperaba esa recepción, pero le dolieron, en cambio, las opiniones expresadas por algunos de sus colegas en una discusión publicada en la revista Iskutssvo kino. El público, sin embargo, tuvo otra reacción, y el cineasta recibió por El espejo más cartas que por sus filmes anteriores. Fue ése precisamente el estímulo que entonces lo ayudó a sobreponerse y a abandonar la idea de no hacer más películas. El filme fue pedido en dos años consecutivos por los organizadores de Cannes, pero sus solicitudes fueron denegadas sin dar explicación.

De toda la filmografía de Tarkovski, El espejo es su obra más arriesgada, inclasificable y difícil. A través del personaje de Ignati, el cineasta explora las capas más ocultas de su memoria, lo cual ha llevado a algunos a compararla con Amarcord de Fellini. Presente y pasado (los años treinta, la Guerra Patria, el enfrentamiento soviético-chino, la etapa actual) dialogan en un filme construido como una sinfonía visual. Las imágenes en colores se alternan con otras en blanco y negro o en sepia, y los sueños y evocaciones se combinan con fragmentos de noticieros. El espectador accede a esta introspección a través de un espejo roto, que como tal restituye los recuerdos sin atenerse a un orden cronológico ni a una lógica convencional. Fue la obra suya a la que Tarkovski más se refirió, y en una entrevista de 1985 confirmó que era la que más se acercaba a su concepto del cine como un mosaico o un todo coherente hecho a partir de partes dispares.

En mayo de 1979 se estrenó Stalker, que al año siguiente recibió en Cannes, entre otros galardones, el Premio Especial del Jurado. Se basa en una novela de Arkadi y Boris Strugatski, los que además firman el guión (quienes participaron en la película hablan de trece versiones). Fue una película que tuvo un rodaje muy accidentado. Tras filmarse más de la mitad, los rollos fueron enviados a revelar a Moscú. La copia se malogró y hubo que parar. Mosfilm rehusó compensar las pérdidas y Tarkovski encontró una solución: filmar Stalker con una nueva concepción, con la cual pasó a ser una parábola ético-filosófica.

Rodajes en Italia y Suecia

En efecto, si en Solaris se conservaban elementos de la ciencia-ficción, en Stalker ésta únicamente proporciona el punto de partida para construir una hermosísima y apasionado reflexión sobre la fe en tiempos de cataclismo. En contraste con la complejidad de El espejo, Tarkovski adopta ahora una narrativa más sencilla, que respeta las unidades clásicas de acción, lugar y tiempo. La historia transcurre en un día y cuenta el viaje de un guía-poeta, quien conduce a un escritor y un científico a la Zona, un sitio donde los deseos se hacen realidad. Tarkovski no tuvo que hacer cortes significativos, pero sólo se sacaron 196 copias de la película para todo el país, 3 de ellas para Moscú. Eso no impidió, empero, que en los primeros meses fuera vista por 2 millones de personas. En una discusión le pidieron al cineasta que explicase su filme, a lo cual respondió: "Me he estado preparando para esta película toda mi vida y he empleado dos años para rodarla. No la comprendieron la primera vez y quieren que se las explique en pocas palabras. ¡Vayan a verla de nuevo!".

Tarkovski era buen amigo de Tonino Guerra, el guionista habitual de Antonioni, y ambos deseaban trabajar juntos. Ese interés cristalizó en dos proyectos: el documental Tiempo de viaje (1980), que dirigieron al alimón, y el largometraje Nostalgia (1983), con guión de ambos y dirección de Tarkovski. Fue el primer filme que éste realizó fuera de la Unión Soviética, aunque el protagonista lo interpreta el actor ruso Oleg Yankovski. En su libro Esculpir el tiempo, el cineasta cuenta que quiso hacer una película sobre ese estado mental que experimentan los rusos cuando están fuera de su tierra natal, sobre ese vínculo fatal con sus raíces, su pasado, su cultura, sus familiares y amigos.

Nostalgia compitió en 1983 en Cannes y recibió el Gran Premio de Creación, compartido con El dinero, de Robert Bresson. Tarkovski estaba convencido de que Serguei Bondarchuk, quien integraba el jurado, conspiró para que en lugar de la Palma de Oro, le concedieran ese premio inventado para la ocasión. Aquel hecho contribuyó a que tomase la decisión de anunciar en una rueda de prensa que no iba a regresar a la Unión Soviética. Fue, recordó después, el día más amargo de su vida. A partir de entonces, sus filmes fueron retirados de las pantallas de la Unión Soviética y su nombre dejó de mencionarse en la prensa. Ese mismo año Tarkovski firmó el contrato para rodar en Suecia el que iba a ser su último filme, El sacrificio (1986). Finalizarlo significó para él un tremendo esfuerzo, pues el año anterior le habían diagnosticado cáncer en el pulmón. De hecho, lo rodó tras las primeras sesiones de radioterapia y la última etapa de la edición se tuvo que hacer en el cuarto del hospital donde se hallaba ingresado. Fue su desgarrador testamento. Nada más coherente con la trayectoria de este artista místico y metafísico, que concluir su obra con un filme en el cual se dirige a una humanidad que marcha hacia su propia destrucción, al haber abandonado los valores espirituales.

"¿Moriré yo en verdad?", escribió Tarkovski pocos días antes de morir. Su obra, en cambio, cada vez gana más reputación y ha hecho de él un cineasta de culto. Su influencia, por otro lado, es evidente en varios cineastas rusos. Herederos suyos son Konstantin Lopuchanski ( Cartas de un hombre muerto, El visitante del museo), Iván Dijovichni ( El monje negro) y Alexander Kaidanovski, quien algunos años después de protagonizar Stalker debutó como director con Una muerte común y La mujer del vendedor de keroseno. La huella de Tarkovski está presente también en la dimensión mítico-religiosa y la concepción visual de Andréi Zvyagintsev ( El regreso); y en la vertiente más espiritual de Alexander Sokurov, quien en 1988 pudo realizar el documental Elegía de Moscú, que planeaba regalar al creador de Andréi Rubliov cuando cumpliera cincuenta años. El mexicano Carlos Reygadas, el húngaro Béla Tarr y el lituano Sharunas Bartas son, en fin, otros realizadores que han asimilado su magisterio.

En vida, Andréi Tarkovski no recibió ningún reconocimiento oficial en la Unión Soviética. Pero antes de fallecer, supo que sus películas se estaban proyectando de nuevo, y en su testamento expresó que las autoridades estaban preparando su canonización. Con la perestroika, fue rehabilitado y en 1990 le fue concedido póstumamente el Premio Lenin. Sus restos, no obstante, descansan en el cementerio de los emigrados rusos, cerca de París. Su tumba lleva este epitafio: "El hombre que vio un ángel".


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