Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Junio, el mes más cruel

'Palabras a los intelectuales': Castro legitimó la relativa apertura de los sesenta, la cerrazón de los setenta y la anexión del futuro.

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Hace cinco años La Gaceta de Cuba pidió a cuatro reconocidos intelectuales cubanos que opinaran sobre las Palabras a los intelectuales, cuyo cuarenta aniversario se conmemoraba entonces.

Graziella Pogolotti, Lisandro Otero, Roberto Fernández Retamar y Julio García Espinosa coincidieron en percibir aquel discurso de Castro como la base de una política cultural aperturista, de la que los "errores" cometidos en los setenta fueron una lamentable desviación felizmente corregida en la década siguiente. Y es justo el haber retomado la senda correcta, lo que, ya en los noventa, con el país "liberado de la sombra que las estrecheces espirituales" de las naciones que "se decían socialistas" (Retamar) echaban sobre él, garantizaría un nuevo esplendor de la cultura cubana.

Fernández Retamar cita una carta de 1967 en la que Juan Marinello le confesaba haber "creído siempre que el discurso del compañero Fidel en 1961, dirigido a los intelectuales, tiene un relieve capital: nos salvó de caer en los terribles dirigentismos que ensombrecen en otras latitudes la tarea creadora".

Otero es aun más explícito al afirmar que fue ese discurso lo que evitó que se implantaran en Cuba los dogmas del realismo socialista: "las Palabras a los intelectuales de Fidel Castro ayudan a comprender por qué, pese a parciales retrocesos, coyunturales nubarrones y desaciertos, la cultura cubana ha atravesado en los últimos decenios una etapa de desarrollo".

Sólo la estulticia o la amnesia podría hacernos tragar este cuento de hadas. Si, como demuestran las declaraciones de Armando Hart a propósito de la creación del Ministerio de Cultura o el discurso de Carlos Rafael Rodríguez en el IV Congreso de la UNEAC, es cierto que las aperturas y rectificaciones en materia de política cultural que siguieron al llamado "quinquenio gris" se han realizado en nombre de la correcta interpretación de la palabra de Castro, también lo es que lo que los intelectuales orgánicos del régimen consideran "errores" o "desviaciones" coyunturales fueron igualmente legitimadas por el Comandante.

No fueron simples funcionarios ni oscuros burócratas sino el propio Fidel Castro quien clausuró el Congreso de Educación y Cultura de 1971, cuya "Declaración final" decía, entre otras cosas, que "el arte es un arma de la Revolución" y que "nuestro arte y nuestra literatura serán un valioso medio para la formación de la juventud dentro de la moral revolucionaria, que excluye el egoísmo y las aberraciones de la cultura burguesa".

La indiscutida autoridad del Padre

Al escamotear interesadamente todo esto, Fernández Retamar y compañía presentan a Castro, limpio de toda mácula, como nuestro Salvador, cuando es evidente que el tan llevado y traído dictum según el cual "dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada" legitimó lo mismo la relativa apertura de los sesenta que la absoluta cerrazón de los setenta.

Tanto "liberales" como "dogmáticos" se han autorizado como seguidores de la palabra de Castro, pero lo que subyace a esta querella de familia es justamente la indiscutida autoridad del Padre que se reserva el derecho a establecer, en cada momento y según sus conveniencias, los límites de la legalidad.


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