Junio, el mes más cruel
'Palabras a los intelectuales': Castro legitimó la relativa apertura de los sesenta, la cerrazón de los setenta y la anexión del futuro.
Entre los coloridos años sesenta y los grises setenta no hay, como sugieren Retamar, Otero y Pogolotti, una fractura accidental, sino más bien una solución de continuidad: los funestos decretos de mayo de 1971 son la lógica consecuencia de esas Palabras a los intelectuales que, al disponer la clausura de Lunes de Revolución y la creación de la UNEAC, marcaron el comienzo de un proceso de institucionalización de la cultura acelerado en 1968, cuando el dogmatismo marxista y antiintelectualista tuvo una agresiva formulación en el prólogo a Fuera del juego y, sobre todo, en los artículos publicados por Leopoldo Ávila en la revista Verde Olivo, órgano de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Más allá de su contenido, la performance misma del discurso de Castro evidencia la autoritaria conversión del diálogo en monólogo. Como ha señalado César Leante, de aquellas tres sesiones sostenidas los días 15, 23 y 30 de junio de 1961, fueron precisamente las palabras del único no intelectual las únicas publicadas y reproducidas una y otra vez. No hubo debate luego de hablar Castro; su discurso fue considerado la conclusión de aquel diálogo, en una falacia semejante a aquella de José Antonio Portuondo, según la "Declaración final" del Congreso de Educación y Cultura "resume" las copiosas polémicas de la década anterior.
Más que el amable intercambio que aparentaban, aquellas Palabras a los intelectuales eran un sutilísimo pero rotundo veni, vidi, vici. La pistola sobre la mesa simbolizaba la guerra de las armas contra las letras, una guerra de león contra mono que marcaría el fin de la inteligentsia y de la autonomía del arte.
Nadie, desde luego, reparó entonces en que el papel de árbitro correspondió a alguien que, según propia declaración, no había visto la película cuya prohibición era el motivo inmediato de las reuniones. Pero para Castro eso era irrelevante, pues lo que le interesaba dejar claro era el derecho del gobierno a la censura, que justificó apelando a lo que ha sido la base del discurso de legitimación del gobierno cubano hasta el día de hoy: la identidad de la revolución con el pueblo y la nación toda.
La afirmación del "derecho del Gobierno a revisar las películas que vayan a exhibirse ante el pueblo" no puede ser más paternalista: concibe al pueblo como a un niño que, incapaz de pensar por cabeza propia, hay que proteger de las malas influencias.
A ello se unía por un lado, una tácita ecuación entre "la educación del pueblo" y "la formación ideológica del pueblo", y, por el otro, una considerable tensión entre educación y cultura que se resolvería definitivamente a favor de la primera en el Congreso de 1971, donde, desde el propio nombre del evento, la cultura se subordina a la educación, que a su vez es concebida sub specie ideologiae.
La jerarquía de la revolución
En su discurso del 30 de junio de 1961 Castro establecía, pues, la jerarquía de la revolución sobre la libertad de expresión al tiempo que, con suma habilidad, dejaba claro que "dentro de la Revolución" cabían también aquellos que no se identificaban del todo con el régimen. Su estrategia maestra consistió justamente en convertir a esa categoría a aquellos que se creían auténticamente revolucionarios.
Por un lado, afirmaba que "la Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario"; por el otro, deslegitimaba las dudas sobre la posibilidad de que la revolución acabara con la libertad de expresión, expresada por algunos de los asistentes. "Si la Revolución comenzó trayendo en sí misma un cambio profundo en el ambiente y en las condiciones, ¿por qué recelar que la Revolución que nos trajo esas nuevas condiciones para trabajar pueda ahogar esas condiciones? ¿Por qué recelar de que la Revolución vaya precisamente a liquidar esas condiciones?".
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