La anhelante y laboriosa irreflexión
Y habría que ver lo que ha evolucionado al breve paso de una década el cuerpo de análisis que acompaña esa inclusión. Más que en la inclusión misma (siempre en un juego de circunstancias y enunciados pertinentes), habría que ver la mudanza de términos como 'reflexión colectiva', 'tradición', 'identidad' o 'siglo XIX', en los de 'sincretismo migratorio', 'globalización', 'emigración económica', 'diáspora cubana', 'porvenir' y 'siglo XXI'. Y todo esto desplegado, sin embargo, sobre el hecho de un exilio que entreverado de insólitas facilidades burocráticas, sigue completamente en pie: Permiso de Salida, desplazamiento definitivo de las personas (la reinserción a la sociedad de algún exiliado o, si se quiere, de algún emigrado, es un hecho excepcional, siempre forzado por el individuo y siempre degradante para el individuo), un pasaporte cubano a validar cada dos años, y una visa o Permiso de Entrada. No se trata, entonces, de vivir dentro o fuera de la isla (y aquí sería posible añadir muchas cosas sobre las separaciones y sufrimientos de la familia cubana, historia que tampoco tiene ni una ni dos décadas), se trata de vivir en los dominios de un poder.
Podríamos seguir con otros ejemplos que muy probablemente nos conducirían hasta el homenaje televisivo a Luis Pavón. (Y hasta el debate sobre la reaparición de éste y otros ex funcionario del sistema cultural) Pues, como he intentado señalar con los párrafos anteriores, la Revolución cubana es también una historia de degluciones. Deglute historia para poder seguir siendo la historia. Los años sesenta, los setenta, y la década pasada, son lugares comunes de una literatura presumidamente crítica que el sistema ha debido permitir y, además de ello, producir. Cierto que las actuales circunstancias de Cuba pueden haber motivado un particular estado de alarma; lo peor, sin embargo, es que esas reapariciones públicas encajan bien con las revisiones que tienen lugar desde finales de los ochenta (el camino hacia la exaltación de muchas críticas), y con empeños más recientes: el abrazo a la literatura del exilio que ya mencionaba, el repaso a los años de las UMAP, a la época de las Ediciones El Puente (recuérdese la polémica entre Guillermo Rodríguez Rivera y Antonio José Ponte), o a la historia toda, "la recreación en plan didáctico de viejos hechos y figuras (trascendidos, falseados, o pisoteados)", como advertía en un excelente artículo firmado en La Habana, días antes de que se desatara este debate, José Hugo Fernández. ("Rodamos ponchados", Encuentro en la Red, diciembre de 2006).
Crítica y autocrítica, rectificación de errores, desviaciones, sanciones, disculpas, homenajes, reciclajes, son cosas bien conocidas en Cuba. Íntimamente conocidas. La nota está en que esas prácticas pueden volverse muy difíciles, y provocar reacciones, al parecer, imprevistas. Para un gobierno que ha quebrantado muchos de sus momentos límites, los momentos y recursos límites también se imponen. Ellos persisten, emergen, no importan los deseos que tengamos, ni los esfuerzos que hagamos por controlarlos. Pero en verdad, ¿qué son esos límites? Para mí, debo decirlo, ha resultado asombroso ver aparecer, y sobre todo ver conformarse como un tema de debate en los ámbitos de la UNEAC, un asunto que no puede ser otro que el de la culpa de los individuos en la sociedad cubana. Asunto que por lo general ha aparecido desde los márgenes, desde los movimientos opositores, o después de guerras y gobiernos.
Podría decírseme que la protesta, la invitación al debate y los análisis que han surgido constituyen el cuerpo mismo de esos márgenes y de ese después. Lo cierto, sin embargo, es que esa invitación no hace más que bordear un hueco negro capaz de tragarse todas las fuerzas y los deseos. Incluso los del gobierno, tan interesado como el que más en conservar bien nítida cada vergüenza y cada miedo. ¿No estamos hablando de un sistema que en nombre de movimientos o estructuras colectivas como el pueblo, la Revolución, el Partido, el Estado, la sociedad, tiene la increíble capacidad de disculpar a cada individuo de tener que ser? Y, ¿no sabemos bien, y demasiado bien, a dónde conduce esa disculpa? A diferencia de otros temas, éste fue a dar demasiado rápido en la persona, de ahí que también, tan rápido como se pudo, se ha intentado regresar de la persona, y de los riesgos de la integridad moral en una sociedad como la cubana, a las feas memorias del llamado Quinquenio Gris, o a un análisis de la Política Cultural de la Revolución. El silencio, en definitiva y, como sabrá un gobierno tan dado a los silencios, no es tampoco ni mucho menos el lugar donde se apagan las culpas o los sentimientos de culpa.
Acaso la ansiedad tan grande que despierta este asunto la descubran esos análisis donde los tiempos que prevalecen son el pasado o el futuro: donde el pasado sirve completamente al futuro. Si al menos por un momento consiguiéramos desplazarnos del oficial en carrera y burocratizadamente criminal, que fue lo que describió Hannah Arendt (a quién, por otra parte, le interesó siempre no convertir a ese oficial en un símbolo, un concepto, y que lidió hasta las páginas finales de su reporte con "aquellos que no descansarán hasta haber descubierto un Adolfo Eichmann en el interior de cada uno de nosotros"), si consiguiéramos desplazarnos, decía, de ese burócrata a una manifestación de su carácter, (descrito, también por H. Arendt), como "la pura y simple irreflexión"; como la circunstancia de un hombre, no precisamente estúpido, sino irreflexivo, alejado de los hechos y la realidad… Pues lo que falta en muchos de esos ambiciosos y hasta temerarios análisis es precisamente, y como ya se ha estado apuntado, la realidad, la actualidad.
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