Actualizado: 23/04/2024 20:43
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

CON OJOS DE LECTOR

La condena del silencio y el olvido (III)

La reacción visceral que inspiran los campos de concentración nazis no es unánime cuando se trata de enjuiciar y condenar el horror totalitario del gulag.

Enviar Imprimir

El vergonzante comportamiento de los intelectuales

Todo eso, insisto, ocurrió durante décadas con la complacencia y la actitud hipócrita de buena parte de la izquierda y la progresía de todo el mundo, que adoptó la estrategia del avestruz y prefirió cerrar ojos y oídos ante lo que constituía un secreto a voces. Respecto al comportamiento de los intelectuales, Anne Applebaum hace otra atinada distinción: el prestigio del filósofo alemán Martin Heidegger se vio seriamente afectado por su breve pero abierto apoyo al nazismo, pese a que se desarrolló antes de que Hitler cometiese sus principales atrocidades. En cambio, la reputación del también filósofo y escritor francés Jean-Paul Sartre no ha sufrido en lo más mínimo debido a su agresivo apoyo al estalinismo durante la posguerra, cuando las pruebas de los crímenes cometidos eran abundantes y se hallaban al alcance de cualquier interesado.

Monumento en memoria de las personas muertas en KolymáFoto

Monumento en memoria de las personas muertas en Kolymá.

En ese sentido, son muchos los ejemplos que ilustran el vergonzante comportamiento de los intelectuales. Escojo dos que me parecen significativos. Cuando el dramaturgo alemán Bertolt Brecht se vio obligado a escapar de su patria, se fue a Estados Unidos y no a la Unión Soviética. Estaba bien informado del 18 Brumario desatado por Stalin a partir de 1937, y cuyo objetivo era eliminar a los militantes del partido que pudieran impedir la instauración de su dictadura. La arbitrariedad de aquellos procesos y detenciones no impidieron al autor de Madre Coraje y sus hijos comentarle al filósofo Sydney Hook: "Cuanto más inocentes son, más merecen morir".

El otro ejemplo es un poco más reciente, y lo tomo del blog de El Filósofo Impaciente. En 1976, Alexander Solzhenitsin viajó a España para presentar la traducción a nuestro idioma de una de sus novelas. En la revista Cuadernos para el Diálogo apareció un artículo, firmado por el novelista Juan Benet, cuyo contenido dejó atónito al visitante. Para él fue, declaró, como si le hubieran echado vinagre en las llagas. He aquí un elocuente fragmento de lo que allí expresa el famoso y venerado autor de Volverás a Región: "Yo creo firmemente que, mientras existan personas como Alexander Solzhenitsin los campos de concentración subsistirán y deben subsistir. Tal vez deberían estar un poco mejor guardados, a fin de que personas como Alexander Solzhenitsin no puedan salir de ellos".

De haber escrito algo como eso respecto a un sobreviviente de Auschwitz o Treblinka, Benet se hubiera enfrentado a la repulsa de todo el mundo. De hecho, hacer chistes o negar el Holocausto es considerado un delito en algunos países. No ocurre lo mismo, por el contrario, cuando se trata de los crímenes cometidos bajo regímenes comunistas. Por ejemplo, no nos parece de mal gusto y, peor aún, nos reímos cuando escuchamos contar un chiste como éste: Una noche la policía política llega a un bloque de apartamentos de Moscú y empieza a golpear violentamente en la puerta de uno de los mismos. Desde el interior se escucha entonces una voz que dice: "Se han equivocado de sitio. Los comunistas viven en el piso de arriba". Como bien comenta el novelista inglés Martin Amis en su libro Koba el Temible, parece que los millones de muertos que dejó el comunismo nunca tendrán la dignidad fúnebre del Holocausto.

"¿Qué sucederá ahora? No es posible que una cosa semejante se liquide sencillamente así, sin la intervención de la justicia". Son palabras escritas a principio de la década de los sesenta por Evguenia S. Ginzburg, quien a pesar de haber pasado dieciocho años en cárceles y campos se mantenía fiel a "la gran verdad leninista". Mas se equivocaba. Hasta hoy, ni uno solo de los verdugos de aquel genocidio ha sido procesado. Nunca ha habido un juicio similar al que se hizo en Nüremberg a los oficiales nazis. A lo sumo, el año pasado la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa aprobó "una condena internacional de los crímenes de los regímenes comunistas totalitarios". Nada más. Ni siquiera logró salir adelante la idea de crear un museo en memoria de las víctimas, a las que incluso se privó del derecho de descansar en una tumba. Tampoco quedan restos materiales de los gulags. Muchos desaparecieron sepultados por los pueblos, carreteras y fábricas construidos por los reclusos. De los otros, la naturaleza se encargó de borrar los últimos vestigios.

No hace mucho, el periódico Izvestia publicó una carta que varios escritores rusos dirigieron al ministro de Educación. La firmaban, entre otros, Vladimir Voinovich, Fazil Iskander y Andréi Vosnesenski. En el texto expresan su preocupación por la nueva purga que están sufriendo los autores encarcelados y silenciados por el régimen comunista. Ese "golpe al futuro asestado con las fuerzas del pasado", afirman, tiene un ejemplo claro en los programas de literatura de la enseñanza secundaria. Libros como Doctor Zhivago, de Boris Pasternak, La excavación, de Andréi Platónov, y Relatos de Kolymá, de Shalámov, que figuraban en la lista de lecturas obligatorias, han pasado a ser lecturas optativas. Asimismo de toda la producción poética de Anna Ajmátova sólo quedan como "recomendados" tres poemas patrióticos; y la obra de Ossip Mandelstam, considerado el más grande poeta ruso del siglo XX y que murió en un campo de tránsito mientras aguardaba su traslado a Siberia, ha sido pasada a la lista general o "fosa común", como antes era conocida.

Esos textos, agregan los firmantes de la carta, están siendo sustituidos además por otros más acordes con los valores de ese pasado que ahora se quiere reinstaurar. Los escritores, por último, expresan: "Creemos que un papel fundamental en la escuela es la formación de una personalidad libre y crítica, que ama y conoce su país, y no 'fragmentos escogidos' de su difícil historia. La literatura rusa del siglo XX, con su destino trágico, he dejado grandes modelos capaces de protegernos contra la repetición de los errores que provocaron la muerte de millones de personas y deben ser incluidos en los programas obligatorios de la escuela. El olvido es peligroso".

En el libro de fotografías sobre el gulag de Tomasz Kizny, hay un par de imágenes tomadas por él que resumen lo anterior de modo elocuente y vívido. En una aparece el busto de bronce erigido en 1989, en la plaza central de Magadán a Eduard Berzin, fundador y primer jefe de Kolymá (su fanática devoción a Stalin no impidió, sin embargo, que en agosto de 1938 lo fusilaran en el sótano de la Lubianka, siguiendo la lógica de la Gran Purga). En la otra se ve, en la esquina de un edificio, el cartel con el nombre de la calle principal: E. Berzin (por si no fuera suficiente escarnio, también una escuela primaria se llama así). Al fondo, encima de una colina, se puede apreciar una especie de túmulo de 15 metros. Es la Máscara de la Aflicción, el monumento que recuerda a las personas que murieron en Kolymá. Posiblemente, Magadán es el único lugar en el mundo donde se rinde homenaje a la vez a las víctimas y a su verdugo. A éste con una estatua suya en el centro de la ciudad; a aquéllas, con un obelisco en las afueras.


« Anterior12Siguiente »