Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Reportaje

Los leones tusados se van de congreso

El cónclave de los escritores y artistas, que se inicia el 1 de abril, podría ser un hito; pero ya nadie cree en milagros.

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El escritor Miguel Barnet quiso bajar los humos de sus camaradas. "No somos un congreso del partido", advirtió en la prensa.

El mensaje mata especulaciones. Los grandes temas de la nación, apasionantemente revelados durante las reuniones preparatorias del VII Congreso de la UNEAC, serán convenientemente esquinados, porque los intelectuales y artistas no pueden apropiarse o usurpar una agenda que monopoliza el Partido Comunista.

"No va a pasar como en la UCI. El guión es de hierro, y Machadito o Lazo (actores de la ortodoxia partidista) estarán mariposeando por las comisiones", adelantó un documentalista que aparece en la nómina de los más de cuatrocientos delegados escrupulosamente filtrados desde las bases.

El cineasta aludía a la temeridad de los estudiantes de la Universidad de Ciencias Informáticas que, en diciembre pasado, dispararon una salva de preguntas incómodas al presidente de la Asamblea Nacional, Ricardo Alarcón, quien terminó visiblemente aplanado luego de responder con evasivas y algunas sandeces. El suceso, sin precedentes, hizo saber cuán lejos está subiendo la marea de cuestionamiento público ante dirigentes nunca antes interpelados.

Barnet tiene ante sí un papel que no buscó y que por momentos amenaza con quedarle grande.

"No me interesa, y eso lo sabe todo el mundo", dijo en una entrevista con Edmundo García, polémico locutor que reside desde hace algunos años en Miami.

El autor de Cimarrón no puede ahora sacudirse de una rancia relación de compromisos y congratulaciones. Por décadas ha sido un mimado del gobierno —"un pavorreal del poder", apostilló uno de sus enemigos—, y pese a lo que se consideró "debilidades" en muchos otros del gremio, nunca fue severamente escarmentado por ello.

Si definitivamente el Partido le entrega el timón de la UNEAC, lo obligaría a girar contrario a su proustiana vida de escritor-funcionario. El propio autor lo asume sin recato: "Tengo mi propia obra, tengo mis invitaciones, mis viajes y eso podría limitarme la movilidad y a mi me gustaría que lo que me quede de vida, yo pueda moverme hacia donde yo quiera, libremente".

¿Otro país?

Nacido en La Habana, en 1944, Barnet había sido colocado como vicario de la comisión organizadora del congreso, cuyo presidente, el actor y hombre de la nomenclatura, Sergio Corrieri, falleció en medio de los preparativos.

El prestigio intelectual, la no militancia en el Partido Comunista y la inocultable condición gay del poeta y etnólogo entregan al congreso un toque de "legitimidad" para una generación que fue traumatizada por los dogmas revolucionarios y gradualmente rehabilitada a partir de los ochenta.

Ahora Barnet debe administrar un foro de escritores y artistas no de un año cualquiera. Más aún, de una Cuba diferente.

Es 2008, Fidel Castro ya no es el presidente formal, y la sociedad, en búsqueda de replanteos ante el marasmo del sistema, se ha situado en posición de arranque para correr tras los cambios que no acaban de tomar forma en la retórica de sus patrocinadores.

Se dice, no sin exagerar, que el congreso podría escapar hacia un tour de force entre los intelectuales y el poder.

En los jardines de la UNEAC corre demasiado ron para tomar en serio esas presunciones deslenguadas. Las partes no irán a una reescritura de sus relaciones, porque el sistema no ha perdido el control sobre los intelectuales, pese a que tales vínculos fueron zarandeados con la protesta, a fines de 2006, de un grupo de notables profanados por la rehabilitación mediática de antiguos represores culturales.

"Estamos debatiendo las ideas y no a las personas, y todo el mundo tiene derecho a expresar sus ideas, siempre que no sean ideas lacerantes, que vayan a la destrucción de un país, de un sistema", delimitó el autor de Gallego.

Sus palabras no son una novedad. Pueden hallarse en viejos discursos de cualquier dirigente cultural. Lo que las hace medianamente respetables son los réditos que dejó la reprobación de los escritores: un terremoto ideológico cuyas réplicas continúan expandiéndose a través del ciberespacio.

Balón de ensayo

De acuerdo con delegados consultados por ENCUENTRO EN LA RED, el pacto podría quedar así: el Partido Comunista mantiene políticamente a raya a los intelectuales y obtiene su respaldo para nuevas políticas, aflojando, a cambio, algunas amarras sobre sus vidas: menos censura, más viajes, acceso a bienes de consumo y servicios hasta ahora vedados, libertad de residencia en el extranjero, mejoras salariales y de trabajo, cuentas de internet.

Se trata de un pliego de demandas que es común al resto de los ciudadanos, sólo que del todo será concedida una parte. Cuál y a quiénes, aún está por ver.

El congreso, por tanto, podría tomarse como un balón de ensayo de previsibles concesiones y rectificaciones del sistema que, debido a la crisis estructural, el desgaste moral y el vacío de Fidel, anda a la caza de consensos con que reequilibrarse un poco.

"La política tiene que ser de consenso y más que nada tiene que oír, tiene que ser humilde, oír y respetar a la sociedad", aconsejó Eliades Acosta cuando en mayo pasado habló ante el grupo ejecutivo del congreso de la UNEAC.

Acosta, jefe del Departamento de Cultura del Comité Central del Partido Comunista, una escueta oficina de sólo cinco empleados, adelantó varias iniciativas, entre ellas un llamado "grupo consultivo del Partido para las políticas culturales", que estaría integrado por quince representantes de diferentes manifestaciones artísticas.

Otra de las medidas propuestas por Acosta es la creación de un periódico alternativo a los medios tradicionales — Granma, Juventud Rebelde y Trabajadores—, que preste sus espacios a la polémica en los campos del arte y la sociedad. "Va a salir pronto", prometió entonces, con un "lenguaje sencillo, corto, con muchas imágenes de ser posible, para debatir estos temas con toda la libertad posible".

Pero más allá de las bizantinas tensiones entre el poder y los artistas, la propia sostenibilidad de la gestión cultural parece estar más en juego que cualquier otro reclamo.

Tan sólo en la televisión, la indigencia tecnológica y financiera hace que falten hasta las luminarias y las cámaras para los rodajes. La última telenovela data de hace tres años y una serie por el cincuentenario del asesinato del revolucionario Frank País quedó varada por falta de dinero. El resto son refritos y mucho pirateo de canales estadounidenses.

"Hay una serie de demandas sobre logística e inversiones, que son necesarias para el trabajo actualmente", reconoció Omar Valiño, director de la revista Tablas y uno de los organizadores del congreso.

Un prontuario de calamidades tira de los pelos a los optimistas.

Dramaturgos que enloquecen para montar las obras, cines que se caen a pedazos, escasez de pinceles, lienzos e insumos para pintores. Músicos que remiendan sus instrumentos, partituras que faltan, locales de ensayo con goteras… Y en el Instituto Superior de Arte de La Habana, profesores y estudiantes que acampan donde sea para las clases. Las aulas ya no existen. Si alguien desea ir al baño, esa es ya la primera de las utopías, pero nunca el último de los problemas.


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