Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Un vals en el Almendares

A cincuenta años de la muerte de Erich Kleiber, el más grande director sinfónico de la República.

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Otros apoyaron al Patronato, y vieron su oportunidad para atacar las veleidades y hasta para poner en duda el talento del hasta entonces intocable director de la Filarmónica. Independientemente de las opiniones de unos y otros, casi todos coincidían en que la partida de Kleiber significaba una enorme pérdida para la vida cultural cubana.

Y en verdad, no era para menos. La permanencia de Kleiber en Cuba merece un análisis aparte en cualquier estudio histórico sobre la música de concierto en la etapa republicana. A su probada maestría en el difícil arte de la dirección orquestal, unía el sagrado don de saber enseñar, y un espíritu de colaboración con los músicos bajo su batuta, al que mucho deben aún varias grandes orquestas del orbe, y entre ellas debería agradecerlo —de no ser por la manera en que se han silenciado en la Cuba castrista los méritos de Kleiber— cualquier orquesta sinfónica cubana.

Y es que la labor de Kleiber en Cuba fue mucho más abarcadora. Tal vez lo que le proporcionó las mayores simpatías en nuestro país fue la creación de los conciertos populares, en los que, por un precio bastante módico, los sectores de menores ingresos podían escuchar, los domingos en la mañana, la misma música que se ofrecía la noche del día siguiente en los llamados conciertos de gala.

Cuba, en deuda con Kleiber

En la programación, Kleiber continuó la labor iniciada por Tomás, Roig, Sanjuán y Roldán, ofreciendo primeras audiciones de muchas piezas del repertorio universal, ahora con una calidad interpretativa que superaba con creces al de directores anteriores. En los ochenta conciertos que Kleiber ofreció en Cuba entre 1943 y 1954, el director vienés ofreció cuarenta obras en primera audición en Cuba, incluyendo en esta cifra estrenos absolutos o parciales del repertorio contemporáneo universal y cubano.

Estrenó en Cuba importantes obras del repertorio contemporáneo (también una especialidad del vienés, que se destacó en los años veinte por sus estrenos mundiales de obras contemporáneas), tales como Matías el pintor, de Hindemith, tres fragmentos sinfónicos de la ópera Wozzeck, de Alban Berg, la suite Homenajes, de Manuel de Falla, entre otras.

Asimismo, y contrariamente a lo que se afirmó luego sobre un supuesto desinterés de Kleiber por la música cubana y latinoamericana, el vienés respondió a un llamado público del Grupo de Renovación Musical, incluyendo de inmediato en los programas de la Filarmónica obras de los cubanos Ardévol, Pablo Ruiz Castellanos, Roldán, Caturla, Gilberto Valdés, Julián Orbón y Joaquín Nin-Culmell, así como de los argentinos Alberto Ginastera y Juan José Castro.

Todo ello desmiente las oportunistas acusaciones que hiciera contra Kleiber un músico como José Ardévol, quien, después de 1959, se convertiría en el zar de la música cubana dentro del recién fundado Consejo Nacional de Cultura. Una de esas acusaciones situaba a Kleiber como "aliado de los sectores musicales más reaccionarios", y todo porque el vienés se había concentrado más en el repertorio romántico (Beethoven, por ejemplo, fue uno de los más interpretados).