Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Una pesadilla sin perdón ni olvido

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Una vez alistados, esperanzados en una peculiar y muy delicada coyuntura de nuestra vida política, consideraron que era el momento de emerger para contradecir desembozadamente una línea cultural que procura un diálogo de nuevo tipo. Asistimos a una escalada cuyas escaramuzas más evidentes denunciamos. Algunas habrá que pasaron inadvertidas. Se envalentonaron y supusieron que impunemente podían exaltar sus símbolos y refrescar el fantasma del dogmatismo, que no es una comprensión del arte o de las argucias de la comunicación, sino un empecinamiento en fórmulas que ya demostraron su fracaso. Lo que asombra en los acontecimientos recientes es su enseñoramiento y su altanería revanchista.

No creo pertinente reconstruir los pasos que llevaron a la implantación del período nefasto que llamamos "pavonado" y los posteriores intentos para distenderlo, reanimarlo y devolvernos a prédicas que soslayan nuestras tradiciones. Sí les recuerdo que esa tragedia no empezó en 1970, sino que fue armándose laboriosamente, aprovechando los resquicios de actuaciones venales, ególatras, el aturdimiento de novatos y los empecinamientos de grupos que primero atendieron a sus propios intereses y luego se vieron bajo la nube negra de la instrumentalización por parte de quienes en la lidia se mostraron más oportunos. En sus alforjas cargan los "razonamientos" que atizaron la creación de la UMAP, las purgas universitarias, las razzias, la instrumentalización de los prejuicios homofóbicos, la intolerancia ideológica como un elemento persistente.

Hubo comportamientos de todo tipo y muy pocos constructivos. Algunos, enseñoreados en el terreno que les tocó, adoptaron poses mesiánicas, se creyeron conductores de vidas y obras. Otros justificaron su inacción con la "disciplina" entendida como la más alta virtud del revolucionario, en olvido del levantisco aserto martiano: "La ley injusta no es ley". Estaban los cumplidores y los conservadores, los insensibles y los indiferentes, los que "cuidaron la silla y miraron por la ventanilla", como dice nuestro pueblo. Esos procederes están muy frescos en la memoria de quienes tenemos cierta edad. Luego vino el silencio, impuesto o tácito, el "por algo será" para ignorar la desdicha de los defenestrados, la advertencia de "no darle motivos al enemigo" y acallar las protestas, la esforzada formación en la experiencia de vivir una revolución y los errores de quienes pudieron oponerse a esos planes y no lo hicieron. Y estaban los adláteres, los que deben sus prestigios a labores de mensajeros, los que no cuenta pero hacen bulto. Es comprensible que existan quienes salieron a la vida cultural en ese tiempo, y los que a tales horrores deben sus nombradías. Ellos callaron, fueron cómplices y algunos no se arrepienten de nada. Debemos entender que formados en tan largo proceso, estén en lugares donde pueden hacer daño. Se les suman los pusilánimes y los acobardados que no creen en el triunfo de la justicia. Están los que todavía escuchan las deshumanizadoras sirenas del estalinismo. Ellos, y no otros, encarnan la enemistad y la intolerancia. Ellos, y no otros, ofenden y desprecian, se atrincheran y actúan alevosamente. Ellos, y no otros, le dieron armas al adversario: recuerden que las políticas sexistas han resultado un bumerán: la UMAP, la persecución a los homosexuales, la intolerancia programática.

TEMA: La exaltación de ex comisarios políticos

El carácter del pavonato lo conocemos todos. Fue la descalificación de quienes pensábamos de manera opuesta, o siquiera matizada, el ordeno y mando, la desactivación de instituciones que eran el orgullo de nuestra cultura y, sobre todo, un criminal desprecio al diferente. Quienes no entrábamos en sus "parámetros" fuimos declarados enemigos merecedores del desprecio público. La UNEAC, institución que debió defendernos, nos dio la espalda. En nombre de esos criterios estigmatizaron, inhabilitaron y apartaron. Un colmo fue que llevaran a fetiches los símbolos que destruían, cuando la homofobia exacerbada los condujo a desarticular el Teatro Nacional de Guiñol y en imitación de los nazis, quemaron los muñecos. Fue la glorificación del machismo, su violencia gratuita, su ensañamiento y bestial pérdida de sentido. Fue la extrema politización. El "tapabocas revolucionario", el silencio impuesto, el miedo, el miedo. Como en el título de una película, el miedo devora el alma, intimida, engarrota.

Deberá comprenderse que una posible reivindicación de esos verdugos se tenga como escarnio de la memoria de quienes padecieron ultrajes desde antes y durante el pavonato, revolucionarios y verdaderos artistas como Roberto Blanco, estigmatizado, sometido a un onerosos juicio en presencia de sus colegas, Servando Cabrera Moreno, los hermanos Pepe y Carucha Camejo y el talentoso Pepe Camejo, Raúl Martínez, el iconógrafo de la revolución, Virgilio Piñera y José Lezama Lima, muertos en el ostracismo, y tantos otros. Sus historias individuales no caben en estas apretadas notas.

Los dogmáticos apoderados del poder por el que tanto se esforzaron, confirieron posiciones privilegiadas a unos grupos e individuos sobre otros, se ensañaron con quienes no respondíamos a sus patrones modélicos. Determinaron lo correcto o incorrecto, lo legal o delictivo, lo pecaminoso o lo saludable. Implantaron métodos de terror y de persecución, labores policíacas, la delación. Sus criterios elevaron a hegemónicos, no solamente en las concepciones estéticas, sino sobre la vida íntima, vigilada y constreñida, e implantaron la desconfianza como costumbre. Sabemos que daños de esas dimensiones pueden ocurrir por decreto y desde posiciones de fuerza en la cultura, pero no se curan por similares métodos porque lastran a generaciones, inhiben el pensamiento y la acción. Nada devolverá las vidas estropeadas, las vocaciones impedidas, las ausencias provocadas, el miedo sembrado en la mente.

El revanchismo, que de nuevo querrá aureolarse de propósito plausible, no puede esconder su verdadera esencia, que es el odio; su verdadera ambición, que es el poder. Estamos aquí para desenmascararlo. Agradecemos que nuestro trabajo se reconozca, pero no hemos perdido la esperanza del "turno del ofendido" de que nos habló un poeta. Quienes denunciamos los actos recientes no albergamos rencores, no nos anima la venganza, no le escamoteamos el sitio a quienes, pensando diferente, puedan ostentar obras que enriquezcan el patrimonio cultural cubano. En afán de justicia intercambiamos mensajes electrónicos con toda espontaneidad, sin organización previa, por un salto de horror, el mismo que dicta estas páginas. Era la vía de que disponíamos, minoritaria frente a la televisión que en cada casa presentó como benefactor a quien dañó gravemente nuestras vidas. No actuamos embozados, ni confabulados. Y advierto que no somos blandos, ni moldeables, ni nos dejaremos confundir con proposiciones tergiversadoras, de cualquier parte que provengan.


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