Actualizado: 28/03/2024 20:07
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'PM': Sueño y pesadilla

El documental cubano más debatido y la disyuntiva entre lo festivo y lo religioso-revolucionario.

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El contraste señalado por Frank es, en mi opinión, muy significativo. La Lupe, cultivadora de cierto existencialismo de moda en La Habana de los cincuenta, refleja un decadentismo que la nueva Cuba supera: esas neurosis y psicosis que el intelectual norteamericano no aprecia ahora en el club obrero. La alegría está aquí contenida por la conciencia de la amenaza imperialista; en vez de la borrachera del alcohol, prima otra embriaguez que los salva del vicio: la fraternidad revolucionaria. "No bailan para revelar su unidad social: la unidad es la base, la premisa de la danza" (énfasis de W.F.).

¿No recuerda en algo esta frase a aquellos versos de Lezama que rezan: "El salón de baile formaba parte de lo sobrenatural que se deriva / Bailar es encontrar la unidad que forman los vivientes y los muertos"? Los mismos se encuentran en un poema —en El coche musical, publicado, por cierto, originalmente en Lunes—, donde Lezama evoca aquellos primeros años de la República en que la orquesta de Raimundo Valenzuela tocaba sus danzones en el habanero Parque Central.

En La gran puta, de Virgilio Piñera, escrito también en los años sesenta pero evocando los corruptos años finales de la década del treinta, baile y música acompañan, en cambio, a la violencia; no hay unidad sino caos: "la confusa gesta del danzón ensangrentado".

Todo unidad y felicidad

Tal parece como si el triunfo revolucionario, percibido por los origenistas católicos como una auténtica resurrectio magna religiosa, hubiera recuperado, a partir de la destrucción de la República del vicio y la miseria, algo de la armonía primigenia, una graciosa unidad en la que Lezama podía entrever el orden católico de la participación y no ese avatar del estoicismo que seguramente era para él el existencialismo triunfante en las caves del Vedado.

A un paso de la interpretación metafísica del cambio histórico está el kitsch comunista. Todo es sano, positivo. Todo unidad y felicidad. Recordemos, a propósito, la polémica en torno a la canción de Ela O'Farril, Adiós felicidad, cuestionada en 1963 por aquellos que sostenían que nadie podía ser infeliz en la nueva sociedad socialista y que, por tanto, el único estado de ánimo aceptable era el optimismo. "Juremos en este día, juremos… ser felices", había dicho en la Francia del culto a la Diosa Razón el revolucionario Claude Fauchet.

En una nota de la sección "En Cuba", de la revista Bohemia del 28 de febrero del propio 1960, puede leerse, a propósito del carnaval de ese año, que "Ante la faz del mundo, desdeñosa de insidias y calumnias, la revolución cubana hace una breve pausa para gozar su alegría reconquistada, entre dos jornadas de inmensa labor reconstructora".

De su documental sobre este carnaval de 1960, Fausto Canel recordaba, por su parte, que "fue concebida también como una película de atmósfera: la atmósfera violenta del carnaval habanero y la atmósfera atávica de la Habana Vieja de noche. Su función es una función turística: mostrar la realidad de unas fiestas y la amabilidad de una ciudad al posible visitante extranjero. Pero también tenía una intención política: mostrar un pueblo que goza en contra de las mentiras sediciosas del enemigo de afuera y mostrar la alegría del momento en comparación con la fingida alegría de los carnavales de otras épocas" ("Dos años de cine", Lunes de Revolución, 27 de febrero de 1961).

En mi opinión hay entre ambos propósitos cierta tensión que el cineasta no advierte o pretende conciliar, y que corresponde a los cambios que en momentos tan críticos experimenta el propio carnaval. La "intención política" refleja el nuevo sentido de la fiesta como acción de gracias a la Diosa Revolución; la "función turística", en cambio, a la noción tradicional del carnaval caribeño: violencia y atavismo en una exótica Habana para consumo del turista extranjero.

Turismo revolucionario

A medida que a lo largo de la década el proceso se radicaliza en sentido comunista, el carnaval tradicional va siendo totalmente desplazado por su versión "revolucionaria", mientras se pierde la atmósfera "atávica" de La Habana y el turismo al que se refiere Canel es sustituido por uno de nuevo tipo: el turismo revolucionario de los fellow travelers que encuentran en la cubana revolución del Tercer Mundo una auténtica alternativa al modelo soviético del Segundo.

Es justo en el momento de esplendor de las peregrinaciones a La Habana, hacia fines de la década, cuando se consuma ese proceso de desnaturalización de los carnavales. Si en 1960 habían sido percibidos como una pausa en el empeño desarrollista y el año siguiente interrumpidos por el luto nacional que provocó el atentado al vapor La Coubre en el Puerto de La Habana, diez años después fueron desplazados al verano para no paralizar la Gran Zafra, enajenándolos del todo de su sentido católico de celebración anterior al ascetismo cuaresmal.


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