Actualizado: 23/04/2024 20:43
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México

Calderón a Los Pinos

La batalla que comienza: riesgos de un presidente débil y un jefe de la oposición insurrecto.

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La disputa por los héroes

Pero el conflicto sigue. Después de la declaratoria de presidente electo a favor de Calderón Hinojosa, el mes de las fiestas patrias sigue dando lugar a que los políticos jueguen con los símbolos nacionales. La noche del 15 de septiembre es la fiesta más popular y auténtica de los mexicanos: la conmemoración del Grito de la Independencia, que consiste en que el presidente sale al balcón central del Palacio Nacional empuñando una bandera y gritando vivas a la patria y a los héroes, y es coreado por una abigarrada multitud desde la plaza.

Al día siguiente, en la mañana del 16 de septiembre, suele desplegarse desde ahí, y por todo el corredor, ahora ocupado por los perredistas, el tradicional desfile militar. Pero sucede que ahora López Obrador tiene su campamento más importante precisamente en esa plaza y él también se dispone a dar el Grito, en una disputa por la apropiación de los símbolos patrios.

Estos dos actos, que desde siempre han simbolizado la unión de los mexicanos, se colocarán ahora en medio o cerca de la pugna.

Precisamente para el 16, AMLO convocó la celebración de una llamada Convención Nacional Democrática (CND), a la que invitó a centenares de miles de sus seguidores. Ahí les propondrá, para que se apruebe de viva voz, que se desconozca al presidente electo y se nombre a un "jefe de Gobierno en Resistencia", a un encargado del Poder Ejecutivo o a un "Coordinador de la Resistencia Civil Pacífica".

Esa persona sería el "encargado" de defender a los pobres, el patrimonio de la nación (no a la privatización del petróleo, electricidad, educación, servicios de salud y seguridad social); de garantizar el derecho a la información, desaparecer el Estado patrimonialista, renovar las instituciones políticas y, finalmente, de que la CND decida si el nuevo órgano que se instale y quien lo representa, tomará posesión el 20 de noviembre (aniversario de la Revolución Mexicana de 1910) o el 1 de diciembre (fecha de la toma de posesión del presidente electo).

En su impaciencia, AMLO no esperó al 16 de septiembre y la noche del martes 5, de plano, declaró a Calderón Hinojosa "presidente ilegítimo, espurio y pelele", al que no reconocerá. Los legisladores de su partido suscribieron un compromiso para impedir que tome posesión el indicado día 1 de diciembre.

Según se ve, la izquierda se propone —si antes no se fractura— una operación tenazas: por un lado, el PRD y sus aliados, PT y Convergencia, actuarán en la pista institucional con sus 158 diputados (de un total de 500), 35 senadores (de un global de 128) y 2 gobernadores, mientras su ex candidato presidencial, López Obrador, una especie de campeón sin corona, desconoce desde la calle todo el sistema legal y se propone reformarlo sin pasar por los poderes. Una extraña dualidad de partido político y movimiento social contestatario.

Un arriesgado juego de ajedrez

Del otro lado de la valla, pese al triunfo legal, las cosas no se miran tan tranquilas. Felipe Calderón asumirá la presidencia severamente cuestionado por la magra distancia que obtuvo de AMLO y por las malas artes empleadas en su promoción. No era el candidato de Fox ni de su beligerante esposa Marta Sahagún, y mucho menos del presidente del PAN, Manuel Espino, un combativo líder de la logia fascista conocida como El Yunque.

Débil ante la población, lo es también en el interior de su partido; tanto, que los coordinadores parlamentarios del PAN en el Congreso fueron impuestos por su adversario Santiago Creel Miranda y no le reconocen lealtad alguna.

Si quiere congraciarse con los ciudadanos, Calderón tendrá que emprender una acción contra los delincuentes del foxismo —la señora Sahagún y sus hijos, los hermanos Bribiesca—; pero si lo hace, arriesga el quebradizo apoyo del panismo.

Por otra parte, Calderón carece de interlocución ante AMLO y los perredistas, que tienen tomada la yugular de la capital y cuentan con un alto potencial de movilización en casi toda la República. Se verá precisado a atender las peticiones de la fracción priísta, que en silencio y con paciencia espera arrancarle costosas concesiones, a cambio de aprobar en el Congreso propuestas de gobierno —los cruciales presupuestos anuales de ingresos y egresos— y de reforma legislativa.

El enfrentamiento parece transcurrir en espera de que alguno de los contendientes se debilite y pierda fuerza su capacidad de amenaza y chantaje. En todo caso, lo que viene es un torneo de ajedrez en el que cada parte irá moviendo piezas y ganando espacios a costa del contrario.

En esta tesitura habrá que acostumbrarse a que una parte de la política se haga desde la calle —con ira, gritos y dicterios—, mientras otra batalla desde las vapuleadas instituciones. También a que el tiempo entre a jugar como una variable independiente, que vaya otorgando triunfos al que sepa mover mejor sus fichas. Claro, siempre y cuando no llegue alguien y dé un manotazo o empuje accidentalmente la mesa, y derribe el tablero y las piezas terminen en el suelo.


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