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Ansias de cambio

Una encuesta en Cuba de Freedom House muestra un panorama desolador: La posibilidad de un cambio político genera más ansiedad que esperanza.

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Recientemente, la organización Freedom House publicó El cambio en Cuba: cómo ven los ciudadanos el futuro de su país, un estudio basado en 180 entrevistas minuciosas realizadas en La Habana, Villa Clara, Holguín, Camagüey y Santiago de Cuba.

En abril de 2008, cinco investigadores de campo viajaron a Cuba para hacer entrevistas personales, utilizando un cuestionario de 35 preguntas con un patrón centrado en tres ambiciosos temas: a) ¿Qué está propiciando o podría propiciar un cambio?; b) ¿Las recientes reformas tienen repercusión en las vidas de los cubanos de a pie?; y c) ¿Cómo pudieran reaccionar los ciudadanos si constatan que no se cumplen sus expectativas?

El panorama que surge es desolador. La posibilidad de un cambio político, al parecer nada cercano, genera más ansiedad que esperanza. Son muy extendidos los temores de que el cambio elevaría los niveles de criminalidad e inseguridad a alturas no conocidas hoy. El escepticismo reina cuando se habla de las reformas, así como impera la desesperanza ante la opresión.

Casi todos los entrevistados no estaban informados, o estaban desinformados, sobre el movimiento democrático en la Isla. La mayoría ve un eventual cambio sólo si se origina desde dentro del Partido Comunista. Casi la mitad de los ciudadanos considera que sus líderes están más interesados en preservar el poder que en beneficiar a la población.

Sin embargo, estos cubanos manifiestan reiteradamente sus deseos de mayores libertades de expresión y movimiento, así como el fin de la doble moneda. La libertad para viajar —dentro de Cuba y hacia el exterior— se valora mucho, aunque la mayoría no quiere irse de forma permanente. Dada la capacidad de penetración de los informantes, la libertad de expresión se subraya más cuando se refiere a sus vidas cotidianas.

Nada es más irritante para los cubanos que el valor nulo de sus pesos, cuando tantos artículos esenciales sólo se pueden comprar con pesos convertibles. Una sola moneda, no obstante, no se puede imponer por decreto. Sin una economía fuerte y productiva, la unificación del peso es como el sueño de una noche de verano. Si no se consolidan la amplitud y el ritmo de las reformas, los cubanos se las tendrán que arreglar con sus pesos inservibles.

La preeminencia de La Habana es indiscutible en todo el documento. Los habaneros están mejor informados que el resto de la ciudadanía. Todos conocían la convocatoria de Raúl Castro para debatir los problemas nacionales. Algunos participaron en las discusiones, pero señalaron que los temas tenían que presentarse antes de las reuniones. La espontaneidad es anatema en la Cuba oficial.

Por el contrario, los ciudadanos de las otras provincias tenían un conocimiento vago del debate nacional. Aquellos que participaron en las asambleas no creían que las autoridades iban a responder a sus inquietudes. Muchos no conocían bien sobre las reformas, ni siquiera quienes trabajan en la agricultura, única área en la que los cambios pudieran ser significativos.

Sin motivos para trabajar

A pesar de que la economía de Camagüey se basa, en gran medida, en la agricultura, los entrevistados en esa región conocían muy poco acerca de la medida, tan divulgada, que elimina las regulaciones sobre la venta de las herramientas agrícolas. Los camagüeyanos del campo no se han encontrado las tiendas especiales que venden esos aperos, ni esperan verlas en un futuro cercano.

No es sorprendente saber que los jóvenes son los más desafectos. Es entre ellos que las preocupaciones sobre la economía y la falta de oportunidades calan más profundamente. Muchos no ven motivos para laborar en la economía formal o estudiar más allá de la escuela secundaria. Sus padres, después de todo, no lograron mucho con su ardua dedicación al trabajo o con sus títulos universitarios. Casi todos esos jóvenes son indiferentes hacia la política. Los problemas de salud mental son muy comunes entre la juventud.

"No se puede hacer nada", respondió una señora cuando se le preguntó qué haría si fuera víctima de un acto de repudio, un desalojo u otro abuso del gobierno. Los actos de repudio, patrocinados por el Estado, se reservan casi siempre para los opositores activos. Los desalojos, sin embargo, afectan a muchos ciudadanos más.

A causa del ocaso en la agricultura, la sociedad ha experimentado un alza espectacular de migrantes rurales indocumentados, es decir, ciudadanos que no tienen los permisos requeridos para vivir en las zonas urbanas. Hace unos pocos años, el gobierno de Holguín demolió con bulldozers —y sin previo aviso— un asentamiento de casuchas ("llega-y-pon") ubicado en los perímetros de la ciudad, acto que dejó a 500 familias sin hogar.

Fingiendo apoyos

Los ciudadanos de a pie se quejan y se conforman. Los chistes políticos son un canal de salida para las frustraciones. Muchos se dedican a actividades en el mercado negro, mientras otros arriesgan sus vidas en las balsas. A lo largo de estas décadas, los cubanos han recurrido a estos y a otros actos privados de rebelión. Lo que es novedoso es ver cuán extendidas son estas reacciones ahora. Claro, algunos todavía apoyan al régimen. La mayoría, sin embargo, finge que lo hace.

Cuba es una sociedad a punto de combustión. En julio, Castro dijo que las reformas se harían despacio. Un ritmo lento les da a los encumbrados líderes un sentido falso de seguridad. Un paso más rápido tendría el riesgo de dar poder a los cubanos de a pie y, así sea en forma parcial, de una pérdida del control.

Malo si se hace; malo si no se hace.

* DOCUMENTO: Encuesta de Freedom House


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