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Apariencia de cambio y 'Carril Dos'

El debate ideológico está a punto de tocar a las puertas de la Plaza de la Revolución ante la expectativa de un nuevo gobierno en Washington.

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La mejor carta del tándem Fidel-Raúl

Hasta ahora, la política de aislamiento —practicada con éxito en lo político por quienes controlan el poder en ambas orillas— ha sido el obstáculo principal, que ha impedido que la influencia de aquí para allá sirva poco más que de ayuda para la subsistencia de los residentes en la Isla, y de vía de escape que sustituye por la fuga cualquier esfuerzo en pro de una difícil acción política nacional.

Una vía de escape que desde hace años también se trata de limitar —con la complacencia declarada de un sector del exilio cuyos miembros desde hace años se han convertido en votantes norteamericanos — no sólo para hacer realidad la táctica de aumentar la presión mediante el cierre de la válvula de escape, sino para limitar la incidencia, a la hora de dar a conocer sus puntos de vista en las urnas, de las nuevas oleadas de refugiados, y tratar de conservar la resquebrajada —o ya superada por completo— "unidad del exilio".

Está por verse si el aparente pragmatismo de Raúl Castro termina por definir un estilo de gobierno. Por lo pronto, la confrontación ideológica, que hace unos años alcanzó su definición mayor en la llamada "batalla de ideas" ha quedado reducida a las "reflexiones" del antiguo Comandante en Jefe, su esfera de acción a la internet, más de cara al exterior, en especial en la siempre receptiva Miami, y su mayor efecto dentro de la Isla el servir de rémora ante cualquier posibilidad de cambio o de pretexto para justificar la demora de éstos. Es quizá en este último sentido donde el tándem Fidel-Raúl juegan su mejor carta.

Pero si hasta ahora el nuevo gobernante ha podido limitar las definiciones ideológicas al mantenimiento del statu quo, utilizar en sus discursos el argumento de la "legitimidad de origen" (el triunfo durante la insurrección del Movimiento 26 de Julio) para justificar la permanencia en el poder y desviar el debate intelectual hacia la aceptación de las diversas preferencias sexuales, para esquivar con éxito que su mandato comience a ser analizado de acuerdo con la "legitimidad de ejercicio", no podrá mantener esa actitud por mucho tiempo.

En primer lugar porque su señalado aparente pragmatismo lleva al análisis de esa "legitimidad de ejercicio", la cual tendría que ser definida por los logros de la promesa de cierta prosperidad, alcanzada mediante la inversión extranjera adecuada y de una limitada liberalización económica, que, sin definir como tal, pretendió introducir durante su mandato provisional; su discurso de aceptación del mando y las primeras medidas de cambios económicos, en las que luego de prescindir de sus equivalentes políticos, sociales y culturales, enarboló como el derrumbe de varias prohibiciones, con el objetivo de brindar mayores beneficios a la ciudadanía y el alcance de mejoras parciales para el nivel de vida del sector más productivo de la población, aunque ello tuviera como consecuencia un aumento notable de las diferenciales sociales y económicas.

Un cubo de agua fría

Ya el propio mandatario hizo evidente, durante su discurso del 26 de julio pasado, las pocas o nulas esperanzas de una mejora sustancial del nivel de vida de los cubanos a corto plazo, con la justificación siempre a mano de la crisis internacional. En lo que se ha convertido en un chiste recurrente en las últimas semanas, cambió la promesa del vaso de leche por la posibilidad del vaso de agua. En este y otros sentidos, el mencionado discurso fue más que un vaso, un cubo de agua fría.

En segundo término porque el debate ideológico está a punto de tocar a las puertas de la Plaza de la Revolución, ante la expectativa de un cambio de gobierno en Washington. El gobierno cubano —que es viejo en el arte de anticiparse a las crisis— comienza a sacar de nuevo la bandera de responder a cualquier intento de renacimiento del "Carril Dos", la política de contactos personales entre los cubanos de ambas orillas que caracterizó, en parte, la estrategia hacia el régimen de La Habana durante el mandato del ex presidente Bill Clinton.

No hay que olvidar que fue precisamente Raúl Castro uno de los portavoces más destacados, desde su función entonces de ministro de las Fuerzas Armadas y segundo hombre en Cuba, del rechazo ante tal política norteamericana.

Cuba sigue esgrimiendo el argumento de plaza sitiada, y hasta ahora ha contado con el "apoyo" del gobierno norteamericano, empecinado en las presiones económicas, que fundamentalmente afectan al ciudadano de a pie, no importa donde viva. Durante los últimos años, tanto Washington como La Habana han apostado al mantenimiento de la situación vigente, al tiempo que se critican mutuamente. Ambos han compartido un marcado interés en que la inutilidad de sus esfuerzos fuera todo un éxito.

Triunfo total del inmovilismo

No se les puede negar que tal política ha sido un triunfo total, de acuerdo con sus intenciones de dejarlo todo igual. La Casa Blanca viene despilfarrando millones de dólares en planes sin sentido, y en el sostenimiento de organizaciones que hasta ahora pudieron justificar sus ingresos con campañas que llamaban la atención sólo en Miami, al tiempo que sus directivos se dedicaban a hacer campaña en favor del actual mandatario en la Casa Blanca y los congresistas cubanoamericanos.

Pero esta situación ha cambiado y hay que esperar que cambie aún más durante el próximo año, especialmente si resulta vencedor en las elecciones el candidato demócrata, Barack Obama. Un poco de cordura y sentido común bastarían para cambiar este panorama.

De producirse una victoria de Obama, cabe la esperanza de que se logre establecer una política más sensata hacia Cuba. Resulta contradictorio alentar el desarrollo de una sociedad civil en la Isla y al mismo tiempo propiciar el aislamiento. Tratar de dirigir el surgimiento de esa sociedad civil desde Washington y Miami, sirve sólo para brindarle argumentos a La Habana. No hay duda que en la Plaza de la Revolución se sienten más cómodos con un George W. Bush que con un posible Obama.

Superado el espejismo de una retórica de confrontación, que no supera las declaraciones de ocasión, quedan por delante las preguntas que hoy por hoy resultan fundamentales para los cubanos: ¿Cuándo se producirá la unificación monetaria? ¿Habrá que esperar mucho más para una mejora de los salarios o el surgimiento de fuentes alternativas de ingreso, de forma legal y al margen del Estado? ¿Una nueva tienda cada tres meses o cada tres años?

Desde el exilio, se debe ayudar a la formulación de estas preguntas, y dejar a quienes viven en la Isla buscar las respuestas.


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