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Carlos ya no es El Chacal

Da la impresión de que el personaje de Carlos es un pretexto para que algunos expresen su propia historia de izquierdistas desilusionados

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El 19 de mayo se presentó fuera de competencia en el Festival Internacional de Cannes, la película Carlos. Un  tríptico de 5h30 que narra el itinerario del venezolano Ilich Ramírez, quien se distinguió por su participación en operaciones de tipo terrorista  que tuvieron una fuerte repercusión durante los años setenta, ochenta, por su espectacularidad (como fue la toma de rehenes en la embajada de La Haya, o en la conferencia de la OPEP en Viena, 1975) y que hoy cumple cadena perpetua en Francia por el asesinato de dos oficiales de policía franceses y de un informante de la misma.

Al personaje de Ilich Ramírez la prensa le acuñó el calificativo de “El Chacal” por la reputación de violencia que lo caracterizaba ante la opinión pública.

Pero en los últimos tiempos se ha operado un cambio muy sensible hacia su persona por parte de esos mismos medios, que ahora demuestran un interés particular por un personaje cuyas acciones violentas parecen haberse diluido en la memoria, y ya han pasado a adquirir la forma de una construcción próxima a la ficción romántica.

Ello se refleja, sobre todo, en el hecho de que han substituido el calificativo de “El Chacal”, por “Carlos”, su seudónimo de guerra.

Cuando realizó el secuestro de los miembros de la OPEP, irrumpió en el recinto diciendo: “Me llamo Carlos”. La fotografía en donde se le ve en el aeropuerto de Argel, entregando a los rehenes de la OPEP a las autoridades argelinas, vestido de negro y con una gorra negra a la manera de Che Guevara y una barba, para acentuar el parecido con el “guerrillero heroico”, recorrió el mundo.

El apelativo de “El Chacal” expresaba el horror que despertó en su momento el personaje de Ramírez en Francia, país particularmente golpeado por la ola de terrorismo desencadenado en los años setenta por los grupos cercanos a los movimientos palestinos, apoyados por gobiernos del Medio Oriente  y por Cuba. 

La película tuvo su origen en un encargo de Canal Plus al realizador Olivier Assayas, interesado en principio en la historia de la captura de “Carlos” en Sudán y su traslado a Francia, lo que hubiese resultado un típico documental tipo film policíaco de suspense.

Pero Assayas se apasionó por la historia, y logró algo absolutamente excepcional en estos tiempos de crisis, montar un proyecto de 5h30, con un presupuesto de 14 millones de euros.

Con la colaboración del escritor Dan Franck, y del periodista Stephen Smith, que dedicó dos años de investigación histórica a la preparación de la película, el rodaje duró siete meses y se desarrolló en el Medio Oriente, Gran Bretaña, los Países Bajos, Francia, Alemania, Austria y Hungría.

El realizador ha declarado que, más allá del personaje de “Carlos”, lo que más le ha interesado es narrar la historia de esa fase del terrorismo que se desarrolló durante los años 70-80 en Europa y en el Medio Oriente. La trayectoria de “Carlos” es la trayectoria de la época de antes de la caída del Muro de Berlín.

Assayas declaró a Le Monde, (11.09.09) durante el rodaje, que con el personaje de Carlos “estamos lejos de la visión romántica de la lucha armada que apoyaban los grupos revolucionarios europeos. Se trata de un asesino a sangre fría, un macho latino fascinado por las armas y su propia virilidad. En muchos aspectos, es repugnante y patético”.

Hoy Assayas se muestra menos radical en su apreciación, y seguramente las razones comerciales no son ajenas a ese cambio. Es necesario despertar la empatía y no el rechazo hacia el personaje clave de su ficción.

En una entrevista realizada recientemente por J.M. Frodon (blog.slatefr/projection publique) declara que si Carlos tiene la reputación que tiene en Francia “es por haber matado a los dos oficiales de policía franceses desarmados en  la calle Touillier”, y que “su intención es comprender lo que sucedió en la vida de Carlos, y no demonizar a nadie. Si no hubiese asesinado a los dos oficiales franceses, Carlos sería hoy un personaje que llevaría la aureola de quien realizó la extraordinaria (sic) operación de la OPEP en Viena” (ya no se mencionan los 3 muertos que dejó esa operación).

"Existen terroristas peores que él, que han cometido muchos más crímenes, comenzando por Anis Naccache, que vive tranquilamente en Beirut y Teherán y es consultante en geopolítica por los canales de televisión islamistas, cuando tiene mucha más sangre en las manos  que Carlos”.

Con Carlos, “se trata de alguien que tiene convicciones, a partir de las cuales se producen los desvíos”.

Sostiene que “la gran mayoría de ciudadanos mantiene una relación de ficción con la realidad, a partir de simplificaciones mediáticas”. Y resume la organización del relato como la voluntad de mostrar “todo aquello que hace a Carlos dueño de su destino, y todo aquello por lo que no lo es”. 

Ilich Ramírez  incluso pretendió interponer un recurso ante la justicia para obtener el derecho de ver la película antes de su difusión; derecho que le fue denegado por considerarse contrario a la libertad de expresión.

En una entrevista para el semanario Le Point realizada por teléfono desde su celda en la prisión de Poissy, en donde purga una condena de cadena perpetua, y todavía lo espera otro juicio más por atentados cometidos en Francia entre 1982-83, desmiente algunas afirmaciones que se hacen en la película, y afirma que la operación de la OPEP no le fue encargada por Sadam Husein, sino por Muammar al-Gaddafi. 

Pero no es la calidad ni el contenido de la obra lo que ha despertado mi curiosidad, pues aún no se ha proyectado en París, sino los comentarios del realizador y de los periodistas que la han visto en proyección privada.

Comentarios que actualizan ese sentido de extrañeza que me embarga cuando escucho opinar sobre América Latina, que me dan la impresión de que el personaje de Carlos, es un pretexto para expresar su propia historia de izquierdistas desilusionados, hijos del mayo 68 y que hoy monopolizan el panorama mediático francés.

América Latina aparece como un simple escenario, desprovista de historia, soporte de fantasmas y de deseos de exotismo.

El productor de la película, Daniel Leconte, opina que “Carlos representa el fin de la época del mito revolucionario, el fin de una trayectoria agotada y patética, de las ilusiones perdidas”.

Olivier Assayas, en una entrevista transmitida por la radio France-Culture,(18 de mayo) mencionó su pasado izquierdista, cuando simpatizaba con el movimiento revolucionario de “América Latina entonces en guerra civil”.

Varias veces adujo a la noción de “guerra civil” refiriéndose, a los acontecimientos guerrilleros de los años 1960-70.

Transformar en guerra civil las rebeliones de los movimientos universitarios y los intelectuales, que pretendieron convertirse en “la vanguardia” del campesinado para desencadenar la “guerra popular revolucionaria”, es incurrir en una visión de una simpleza lamentable, la misma que en los años sesenta les hacía soñar con revoluciones a distancia.

Precisamente, quienes desde La Habana trataban de desencadenar guerras civiles, se enfrentaron a poblaciones que rechazaron esa guerra civil fabricada desde la distancia. El mismo panorama que persiste en la actualidad, entre las fuerzas que azuzan la guerra civil y las fuerzas que se le oponen.

Hoy el personaje de Carlos parecería servir, tanto por su origen exótico, como por su implicación real en los acontecimientos, como un instrumento adecuado para aquellos jóvenes revolucionarios franceses que se nutrieron de deseos  de heroicidad distantes e imaginarios, como un medio para saldar las cuentas que tienen con esas ilusiones del pasado, lo que de paso se convierte en una inversión, simbólica y real, de un capital que da dividendos.

"Nosotros ponemos los muertos y ustedes hacen la película”, declaró con cierta ira Pompeyo Márquez en una reunión en París cuando alguien le echó en cara el abandono de la lucha armada.

Pese al descontento que ha expresado Ilich Ramírez hacia la película, posiblemente allane su extradición a Venezuela, realizándose así uno de los deseos más fervientes de su actual presidente.


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