Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Cómo se justifica una dictadura

Revolución, comunismo, peligro de invasión… Los sucesivos argumentos del castrismo tras casi cincuenta años en el poder.

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Revolución, comunismo y militarismo

En ese desplazamiento constante, tres han sido las justificaciones primordiales de la dictadura, ofrecidas, en las últimas cuatro décadas, por los intelectuales orgánicos del castrismo: la justificación revolucionaria, la justificación comunista y la justificación militar. Veamos brevemente cada una y señalemos su mayor o menor vigencia a principios del siglo XXI.

La justificación revolucionaria es aquella, típicamente jacobina y bolchevique, que concede al líder de la revolución un poder omnímodo e indefinido para encabezar la destrucción del antiguo régimen. El tipo de legitimidad que se difunde en los primeros años de toda revolución es, como se sabe, ajeno a la democracia y sus beneficiarios son aquellos caudillos que, como Robespierre o Lenin, capitalizan la iniciativa del cambio radical y violento.

Castro poseyó esa legitimidad, por lo menos, entre 1959 y 1965. A partir de ese año, con la creación del Partido Comunista, y, sobre todo, a partir de la década del setenta, cuando se completó la institucionalización del nuevo régimen, de acuerdo con el modelo soviético, la justificación del poder castrista cambió de sentido. Desde entonces, Castro acumuló en su persona todos los poderes administrativos, políticos y militares de un Estado que, lejos de revolucionar el orden social, intentaba conservarlo.

La segunda justificación, la comunista, por la cual el poder de Castro, en tanto jefe máximo de una organización comunista nacional, sería equivalente al de Brezhnev, Honecker o Ceasescu, entró en crisis a fines de los ochenta y ha caído en desuso desde 1992. En Cuba, el Partido Comunista no gobierna porque la megalomanía y la irracionalidad de Castro se lo impiden. Ya ni siquiera celebra congresos cuando debe o controla la esfera ideológica, donde instituciones como el Ministerio de Cultura se han vuelto más protagónicas.

Así como la justificación revolucionaria fue suplantada por la justificación comunista, desde mediados de los noventa, el régimen unipersonal y perpetuo de Fidel Castro en Cuba experimenta con una nueva retórica de legitimación. Una nueva retórica que, como sabemos, no es más que un reciclaje del viejo tópico de la "plaza sitiada", de la "coyuntura excepcional", es decir, del "estado de emergencia". Un tópico, admirablemente descrito por Giorgio Agamben, que siempre ha estado ahí, latente, y que ahora es capitalizado al máximo.

Esa justificación, la militar, es la única que queda en pie en el aparato de legitimación del castrismo. Pero queda en pie de manera artificial, alimentada por fantasías y ficciones, ya que Cuba no está en guerra con nadie y su supuesto enemigo, Estados Unidos, no la considera una amenaza a su seguridad nacional. La cacareada "defensa" castrista de la soberanía es un subterfugio por la sencilla razón de que la economía cubana, que fue el origen de la disputa con Estados Unidos y el exilio, obtiene hoy sus mayores ingresos, no de la producción nacional, sino de fuentes externas como el turismo, las remesas, el petróleo venezolano o la comida norteamericana.

Si Cuba no es una "revolución", porque su régimen no revoluciona nada, no es un "socialismo", porque parece más bien un capitalismo neocolonial de Estado, ni está en guerra, porque nadie la está invadiendo, entonces la permanencia de Fidel Castro en el poder sólo puede encontrar justificaciones allí donde la razón no determina el comportamiento político: el fanatismo, el miedo, la megalomanía, el temperamento mesiánico y la mentalidad autoritaria.

Es evidente que en Cuba no existen libertades públicas mínimas para que una parte importante de la población exprese sus deseos de que Fidel Castro abandone el poder, no para entregar la Isla a Estados Unidos, como reitera la propaganda oficial, sino, simplemente, para construir una democracia próspera y soberana. Pero la pregunta inquietante es cuántos de esos varios millones de cubanos que respaldan el castrismo no ven, todavía hoy, como algo anómalo y perjudicial que una misma persona los gobierne durante medio siglo.


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