Actualizado: 25/04/2024 19:17
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El buen izquierdista

Ningún modelo para sustituir el sistema capitalista ha dado resultado. ¿Qué hacer entonces?

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Entre los pocos izquierdosos auténticos que quedan y algunos comentaristas críticos está extendida la idea de que Roma ya no está en Roma, quiero decir que la izquierda en el mundo en general, y en España en particular, ya no es lo que fue. Por diversas razones, mayormente por contagio del derechismo que, según ellos, predomina aquende y allende las fronteras, la izquierda ha perdido sus señas de identidad y, desnortada, cuando gobierna no sabe cómo cambiar la sociedad, tarea ésta a la que estaba llamada y que constituía su razón de ser.

Que la izquierda ha cambiado casi por doquier, es algo de lo que no cabe duda. Lo ha hecho porque el mundo ha cambiado mucho en los últimos cincuenta años, en algunas cosas para mal, en otras para bien. Hay países que han ido ciertamente a peor, pero son los menos. Otros, verbigracia España, han mejorado claramente.

Algunos, sin embargo, piensan y actúan como si viviéramos en 1950. Ser de izquierdas era entonces relativamente sencillo. Había que hacer la tercera y definitiva revolución, es decir, acabar con la sociedad de clases, con la injusta desigualdad que había traído la segunda revolución, la industrial, que creó mucha riqueza, sí, pero en beneficio de unos pocos, con lo que las ideas de libertad, igualdad y fraternidad de la primera revolución no se habían materializado.

Trastocar el orden social y económico no era, claro está, empeño mostrenco. Había, es cierto, una receta que se creía infalible: nacionalizar, para socializarlos, los medios de producción. Con ello se acabarían la acumulación de capital, la plusvalía, la explotación, la existencia misma de ricos y pobres. Pero, sobre ser ingente, la tarea resultaba muy complicada.

Fracaso tras fracaso

¿Cómo hacer esa socialización y, sobre todo, cómo lograr que tal cosa contribuyera al bien común de un modo más eficaz, justo y racional que en el sistema capitalista?

Eran varios los modelos: dictadura del proletariado de los comunistas, gestión colectiva de los anarquistas, conquista por los trabajadores del poder político preconizada por los socialistas, tal como se decía en el carné de los afiliados al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) hasta hace bien poco.

Ninguno de ellos dio resultado. El que más se aplicó, hasta en la tercera parte del planeta, fue el comunista. Centenares de millones de personas creyeron en él. Su esfuerzo y, muchas veces, su generosidad y sacrificio de poco sirvieron. Al cabo de setenta años hubo que rendirse a la evidencia. El modelo sólo engendraba dictadura en el plano político e ineficacia en el económico. Lógicamente desapareció en lo principal y sólo subsiste en contados países.

En uno de ellos, la Cuba de Castro, se mantienen dictadura e ineficacia. En cambio, en otro, la China del millardo y medio de habitantes, curiosamente la ineficacia económica del modelo inicial, tal vez por haberse introducido una paulatina privatización muy poco marxista, se ha convertido en una portentosa eficacia que dura años y años, quizá al haber aprendido un pueblo viejo de siglos de los yerros y aciertos de los demás.

No obstante, por ser un modelo harto singular no se puede exportar y por ello, paradójicamente, hoy, entre la izquierda genuina, ya no hay maoístas o muy pocos, cuando antaño proliferaron. No los hay ni siquiera en la propia China, donde, a pesar de guardarse las apariencias, no se conserva casi ninguna de las ideas del Gran Timonel.

Los anarquistas, huelga decirlo, nunca consiguieron aplicar su modelo. Lo más cerca que estuvieron de hacerlo —por una vez los españoles innovamos— fue en alguna zona de nuestro país durante la Guerra Civil. Hoy sólo atrae a muy pocos por reputarse con razón que sus hermosos planteamientos son del todo inviables.


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