El gato con botas
Cualquier burócrata o funcionario cubano puede sentirse seguro de que nunca tendrá que responder preguntas de la prensa; su error o corrupción estará siempre a salvo del juicio público
“Enriquecerse es glorioso”
Deng Xiaoping
Gran Líder Comunista Chino
Corría en La Habana marzo de 1980 y aquel día 29 terminaba el IV Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba. Raúl Castro pronunció el discurso de clausura y naturalmente se refirió a la prensa nacional[1]. Fue un discurso fraternal pero también crítico. Pidió un periodismo “más profundo”, reprochó su lenguaje rutinario y gris; dijo que “tanto en el pueblo como en el Partido”, existía insatisfacción con ella y hasta admitió que era “aburrida y machacona”. Al terminar nos exhortó: “¡periodistas, escriban críticas, el partido los apoyará!”. Hoy, 36 años más tarde, aunque con cambios positivos, el panorama sigue siendo esencialmente igual.
La naturaleza de la prensa cubana es una asignatura pendiente a pesar de que muchos no han dejado de proclamar que sea más audaz y efectiva, y no es extraño; a la economía le pasa algo similar: tanto la protege el Estado dentro de su jaula de oro, que cuando le pide que corra le cuesta echar a andar.
Pero estos días el tema de la prensa cubana se ha revivido por el despido del periodista holguinero José Rodríguez, quien publicó en su blog las controversiales palabras[2] de la subdirectora de Granma, Karina Marrón durante un pleno de la UPEC. Y así se armó el debate. Los que despidieron a Rodríguez alegarán que lo hacen porque publicó algo interno y Rodríguez responderá que publicar “algo interno” es la quintaesencia de la prensa. Unos afirmarán que eso perjudica al socialismo y otros dirán que es al revés. Y así se la pasarán discutiendo.
Pero es un buen debate, porque debajo de él, que es solo la punta, está sumergida la gran masa del iceberg, que es el presente y el futuro de la prensa cubana. “La adecuada función de la prensa en la construcción del socialismo” o lo que es lo mismo, el debate sobre los límites de la libertad de expresión después de 60 años de poder revolucionario. Esos son los cuernos del toro, y el toro es que después de cuatro décadas de las palabras de Raúl Castro en aquel congreso, la prensa nacional sigue siendo incapaz de que la gente se entere de por qué despidieron al ministro de Cultura, o por qué sustituyeron al inefable Mariano Murillo, titular de Economía. De cuál es la razón de que haya constructores indios en La Habana o qué pasó realmente con el misterioso descubrimiento de petróleo en la enigmática Zona 9 de Motembo. La prensa aparece como un paciente convidado de piedra ante la realidad social cubana. No habla, no come, no opina a menos que le bajen un menú más o menos detallado.
¿Y por qué será? Tal vez porque toda estructura funcional en Cuba merece el carácter de estratégica. No solo las de la defensa nacional, sino también las de las panaderías. Cualquier burócrata o funcionario puede sentirse seguro de que nunca tendrá que responder preguntas de la prensa; su error o corrupción estará siempre a salvo del juicio público.
Y eso tal vez sea justo, porque posiblemente el pueblo cubano no esté preparado todavía para saber cómo otros administran, disponen, mejoran o malgastan su propiedad social. A pesar de ser un pueblo eminentemente educado, es posible que no sea capaz de interpretar un reportaje. Lo amenaza el gran peligro de leer.
Prensa libre, militante, abierta, responsable, comprometida, privada o cooperativista. No importa el nombre si se revela la verdad. El pequeño sabio Deng también dijo: “Da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones”. Lo que si debía tener claro el Estado cubano a estas alturas es si quiere atrapar ratones, y darle permiso al gato.
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