Actualizado: 25/04/2024 19:17
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El precio del chantaje

Timorata ha sido la reacción de México ante la discriminación a sus ciudadanos por parte de La Habana.

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No se entiende el interés en la confrontación actual de La Habana con México, pues cuando se anunció en ese país la presencia y el peligro del virus A (H1N1), casi de inmediato se revelaron casos en Estados Unidos, España y Canadá. Y en un abrir y cerrar de ojos, se esparció por numerosos países.

A pocos días del anuncio, La Habana emprendió acciones insólitas, con presteza y animosidad: suspender los vuelos de y hacia México, evacuar a los familiares de los funcionarios de la Isla en ese país, hostigar a los ciudadanos mexicanos en Cuba —a los que busca en paladares, hoteles, casas de alquiler—, obstaculizar los contactos con representantes diplomáticos de la embajada e insultar en las "reflexiones", con ironía acentuada, al gobierno actual de México.

Sin duda, ha habido ensañamiento al tomar estas medidas, porque el gobierno cubano no interrumpió la comunicación aérea con Estados Unidos, España, Canadá o cualquier otro país, a pesar de que, por ejemplo, Argentina sufre una no declarada epidemia de dengue.

Hace poco, el régimen de la Isla descubrió que estudiantes mexicanos en la Isla padecían el virus. Una actitud que crea suspicacia, porque sigue el patrón de cuando las autoridades revelaron que el "primer" caso de sida en Cuba era un joven bisexual que había viajado a Estados Unidos, sin mencionar que antes había estado en Nicaragua. Tampoco ventilaron la posibilidad de que la hubiera introducido un "internacionalista" venido de África. Son hallazgos convenientes para las campañas con tufo fascista.

Con desdén poco serio, el gobierno ignoró todas las indicaciones, declaraciones, recomendaciones y análisis de las organizaciones internacionales, como la OMS (Organización Mundial de la Salud) y la OPS (Organización Panamericana de la Salud), que sabían lo inútil de crear discriminación, cerrar fronteras o matar cerdos. También, festinadamente, el ex gobernante Fidel Castro acusó a México de ocultar cifras. Cuando es el propio Estado, ese Mandrake del Caribe, prestidigitador de números, epidemias, brotes peligrosos, contaminaciones tóxicas, alimentos inseguros, pesticidas venenosos y, lo peor, el criminal cotidiano del pueblo.

Las contradicciones en las relaciones con México resultarían alucinantes si no hubiera un elemento de fondo: el chantaje. Castro I fue protegido en México por Fernando Gutiérrez Barrios, represor connotado de la izquierda, salpicado con la sangre de los estudiantes idealistas de Tlatelolco, y quien disfrutaba —cuando tenía ganas— de suntuosas vacaciones en una privilegiada casa de Varadero. El dictador envió una sentida corona de flores al funeral del torturador, cuyo crimen — Tlatelolco—, por cierto, nunca ocurrió para los medios cubanos.

Pero también gozan del beneplácito de las autoridades cubanas, refugiándose en casas exclusivas, cayos paradisíacos, finquitas de ensueño, distinguidos dirigentes de la izquierda mexicana, empresarios e ideólogos jesuíticos de la derecha, ex presidentes en desgracia (como Carlos Salinas de Gortari), directores de periódicos, fugitivos polémicos como el argentino-mexicano Carlos Ahumada. Todavía México no ha podido obtener los vídeos que la Seguridad del Estado hiciera a Ahumada en su interrogatorio. ¿Qué hará con ellos la maquiavélica mente?

A nadie extrañe que Castro I haya grabado y guardado información relativa a todo el espectro político mexicano que se conoce es, en esencia, corrupto y está impune. El dictador llevó la incoherencia ideológica a su máxima expresión cuando exportó las guerrillas por América Latina, excepto México, a cuyos guerrilleros maltrató, vigiló y confinó cuando un puñado de ellos buscó refugio en la Isla. El gobierno cubano conoce bien las intimidades poco pulcras de la política mexicana. ¿Será por eso que han sido tan pálidas, titubeantes, timoratas, las protestas mexicanas a su dignidad nacional lastimada, a sus ciudadanos asediados y discriminados, y ante la ingratitud de la "nación hermana"?

La experiencia pandillera es muy larga y el escrúpulo es muy escaso. La filosofía del guapo del barrio es siempre gritar más que el otro. A los chantajistas siempre se les teme, más cuando buscan pleito.


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