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El síndrome del 68

¿Podrán los jóvenes cubanos de hoy ofrecer resistencia a la impune camarilla de los Castro y su desfasado absolutismo?

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¿Qué sabrá Eliécer Ávila de 1968? El joven que adquiere notoriedad internacional tras poner contra las cuerdas a Ricardo Alarcón, nació alrededor de 20 años después. Sus padres a lo mejor ni se conocían hace 40 años. ¿Qué resta hoy de aquel año clave?

A 40 de la matanza de Tlatelolco, símbolo mexicano de los sucesos en aquel año cifra del fin de la "modernidad", recordar y comparar desde el ángulo cubano ofrece hipótesis para este 2008 de confusiones y tumultos, huracanes y miserias, alarmas e inminencias de cambios insulares.

¿Cómo ven los nacidos en 1968 el espíritu —aptitud, ánimo— de aquel año? ¿Cómo los que llegaron alrededor de 1998? Si las encuestas en México ofrecen un panorama desolador —apenas la mitad tiene una idea, a menos les interesa tenerla—, ¿qué podemos decir de los cubanos, incluyendo a los protagonistas de entonces, hoy sesentones, y a sus padres, hoy muertos o ancianos, como Hubert Matos, Menoyo, Franqui o los Castro Ruz?

Una evidencia abre el análisis: la prensa oficialista ha silenciado el hito, también las organizaciones partidistas y de masas, las universidades y centros de investigación social. La autocracia castrista no desea promover una discusión sobre 1968. Cuenta con la desmemoria histórica.

¿Por qué? Un muy breve recuento interno y externo explica la voluntad de silenciar aquel año decisivo. Y aunque las encuestas y estudios dentro de Cuba no ofrecen confiabilidad, la impresión empírica es que, en efecto, la mayoría entre los menores de 40 años o no sabe o no le interesa saber. Está mucho más interesada —acuciada— por un presente insoportable, incluyendo las consecuencias de Gustav e Ike: desabastecimiento, corrupción, egoísmo… A lo que se une el rechazo por sobredosis ante los temas políticos, la ideologización gubernamental hasta de la sopa, hoy más aguada que las cataratas a las que Heredia le escribiera.

Lamentablemente, nuestros historiadores y sociólogos —los pocos legibles— aún no publican estudios lúcidos y rigurosos sobre el período 59-68 —en general sobre el último medio siglo—. Sin embargo, parece haber consenso en que el 68 —hasta el anuncio del fracaso de la zafra del setenta o de los 10 millones— marca el fin de la revolución cubana, del romanticismo —Madame Bovary—, de la "utopía".

Los estudiantes universitarios de entonces, casi todos provenientes de la clase media, inician las rebeliones contra la guerra de Vietnam o contra los conservadores y su caudillo Charles de Gaulle (Mayo Francés). Pero los estudiantes cubanos ven con asombro que el guerrillero no tan heroico de Fidel Castro —ya el Che Guevara había sido ajusticiado el 9 de octubre de 1967, en Valle Grande, Bolivia—, en un acto de abyección que desbarató su imagen de independiente, apoyaba en la TV la invasión soviética a la Checoslovaquia de Dubcek.

Mientras el rock se adueña de los jóvenes, en Cuba se prohibía y reprimía la tenencia y difusión de esa "música podrida y burguesa". Un disco de los Beatles era "diversionismo ideológico", podía causar la expulsión de la universidad, como también la melena, un cigarrito de mariguana o un "viaje" con cocimiento de flor de campana en algún trabajo agrícola en Bauta.

"Hacer el amor, no la guerra", era interpretado por los sicarios de la Unión de Jóvenes Comunistas o de la Federación Estudiantil Universitaria (entre ellos Carlos Lage, cuando despachaba en el sótano de la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana), como un síntoma infalible de que el capitalismo se derrumbaba, al igual que la Roma de Petronio, entre orgías y desenfrenos.

Es el mismo año en que asesinan a Martin Luther King y a Robert Kennedy, que los racismos comienzan a tambalearse allá, en el imperio; mientras en La Habana y en Matanzas —como a Plácido en el siglo XIX— detienen a un grupo de negros y mulatos que "jugaban" al Black Power, que argumentaban la presencia de discriminación racial en la cúpula del Poder, en la matrícula universitaria, en los cargos diplomáticos…

Entonces los movimientos feministas y los de las minorías sexuales se adueñan de las plazas en Tokio, Bruselas o Nueva York; pero en Cuba ni tiran un hollejo de naranja al Instituto Cubano de Radio y Televisión, que censura lo que huela a mariconerías o puterías. ¿Cómo en el primer territorio libre en América podían surgir lacras del para siempre superado teatro vernáculo?

La Federación de Mujeres Cubanas —dirigida por la señora Vilma Espín de Castro— exhibe la absoluta igualdad de la mujer, prohíbe la publicación de las estadísticas de violencia familiar, niega a psiquiatras y psicólogos clínicos publicar tesis que reflejen casos de pedofilia. ¿Cuál miliciana es capaz de engañar a su aguerrido marido? ¿Qué revolucionaria podía ser acusada de aceptar dócilmente que su macho llegara borracho y con perfume de otra?

Una suma de acontecimientos

No parece casual que en China el maoísmo lanza en 1968 su revolución cultural, cuyos propósitos extirpadores llegaron hasta acabar con los pajaritos porque se comían el 5% de la cosecha de arroz. Sin embargo, aunque alejado de la órbita maoísta por la sumisión a Moscú, el hoy caquéctico Castro —como haría años después cuando las masacres en Cambodia— impide que la prensa refleje los crímenes del Partido Comunista Chino contra opositores dentro del propio Partido, contra los predecesores de los que hoy dirigen el enorme país asiático y —así es la historia— ayudan a la sobrevivencia del caciquismo cubano.

Una curiosa analogía con el disparate maoísta puede establecerse con la tristemente célebre "ofensiva", declarada por Castro en la escalinata de la Universidad de La Habana el 13 de marzo de 1968. Salvando las diferencias, hay similitudes en las consecuencias nefastas para la economía, para la vida cotidiana de chinos y cubanos.

A la mañana siguiente Cuba amaneció sin ron ni vitrolas, sin guarapo ni fritas ni granizado en las esquinas. Castro nacionalizó ese día lo que aún quedaba fuera del control estatal. Es decir, liquidó el pequeño comercio y cientos de trabajos por cuenta propia. Por decreto extirpó hasta el único circuito decisivo en la música popular de entonces: los tocadiscos de bares, cantinas y hasta de algunas bodegas con barras de cerveza helada.

Ese mismo año, Fuera del juego, del talentoso Heberto Padilla, obtiene el Premio Nacional de Poesía de la UNEAC. La disidencia de escritores y artistas tiene allí —para siempre— un emblema de dignidad y valentía. Pronto la intelectualidad "izquierdista" sabrá los rumbos de lo que hasta ese año fue la revolución cubana, sobre todo en 1971 —final de la película—, con el totalitario Congreso Nacional de Educación y Cultura.

La suma de acontecimientos mundiales y nacionales en 1968, permite afirmar —a reserva de estudios sistémicos que obviamente rebasan un artículo de opinión— que allí alcanzó la revolución de 1959 su punto final, aunque el despeñadero se iniciara antes y acabara de sucumbir en 1976, cuando la institucionalización a la soviética del país, cuando el comunismo dejó de oler a guerrilla antiimperialista para convertirse —no podía ser de otro modo— en casta burocrática inmovilista.

En su reciente libro El 68. La tradición de la resistencia (Era, México, 2008), Carlos Monsiváis afirma que la lección más importante de un movimiento crítico es su resistencia a la impunidad y el absolutismo ( Reforma, 2-10-08). En ese sentido, algo del síndrome del 68 sigue vigente, aunque muy erosionado. Con la paradoja de que para México marcó el inicio —impunidades incluidas— de un cambio democrático favorable. Y para Cuba —con el apoyo de la Guerra Fría— decidió la entronización de una dictadura leninista.

Artículos de cambio

¿Podrán los jóvenes cubanos de hoy ofrecer resistencia a la impune camarilla de los Castro y su desfasado absolutismo? ¿O les sucede lo que a muchos de sus coetáneos en América Latina, que ya no creen en nada fuera de su individualismo, de su afán de situarse en un mundo cada día más competitivo y despiadado?

La camiseta con la efigie del Che fotografiada por Korda, como en el estremecedor y nihilista poema de Hans Magnus Enzensberger, como los puros que se venden en exclusivas tiendas de Ginebra, es un artículo de cambio: mercancía a vender, negocio. Pocos jóvenes saben quién fue. Lo asocian a los Beatles por la melena y la transgresión, por la aventura.

¿Se interesa la generación de Eliécer Ávila —sus más inquietos representantes— por el 68 cubano y mundial? Espero que sí. Si no, debiera. Bien que debiera. Aquel síndrome de rebeldía —ilegalidades y demagogias a un lado— leído hoy como "necesidad de aventura romántica", ayudaría a un cambio en Cuba.

¿Conocen los Eliécer algún poema de Fuera del juego (1968)? Debieran. En uno Padilla —que vivía en Cuba— le advierte a Castro que un día la gente no se va a poner de pie cuando él entre.


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