Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Fracaso por simplificación

La ola de populismo que azota América Latina es resultado de la democracia, pero no hará más próspera esa región.

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Es asimismo dudoso que una sociedad sujeta durante siglos al despotismo —como ocurre casi sin excepciones en el Oriente Medio— e ignorante de los rudimentos de la convivencia democrática al nivel más elemental del municipio o incluso del barrio, pueda saber cómo reprimir sus instintos bárbaros de producirse un colapso súbito de la autoridad tradicional, ni mucho menos controlar el surgimiento de facciones extremistas anhelosas de saldar viejas cuentas.

Así pasó en los Balcanes, luego de la desintegración de Yugoslavia; así ha pasado en Afganistán y en Irak; y así podría pasar en Egipto y Arabia Saudita si sus gobernantes tienen la audacia suicida de abrirle las puertas a la democracia.

Las elecciones por sí solas —por honradas que sean— no pueden asegurar el funcionamiento apetecible del régimen democrático tal como lo vemos, por ejemplo, en Estados Unidos. Como apuntaba muy bien Alexis de Tocqueville, la democracia norteamericana fue posible —y ha funcionado hasta el presente con sorprendente perfección— porque los colonos que fundaron la nación ya estaban habituados, a nivel de municipios y condados, no sólo a elegir a sus funcionarios públicos, sino a ejercer la responsabilidad social que viene aparejada con la libertad.

Los próceres fundadores lo único novedoso que hicieron fue extender esos hábitos cívicos y consagrarlos en un sistema federal independiente de la corona británica. En América Latina, donde no teníamos estas tradiciones, el republicanismo democrático que advino con la independencia sirvió en muchos casos para acentuar el despotismo y la corrupción.

La ola de populismo demagógico que azota hoy día a América Latina es innegablemente el resultado de la democracia —en su sentido más restringido de gobiernos electos por mayoría del voto popular—; sin embargo, no por eso hará a esos países más prósperos ni más felices a sus hijos.

A la democracia hay que llegar con cautela, no tanto desde las escandalosas tribunas donde se explota el odio de los desposeídos; cuanto desde las aulas y las instituciones de base donde las élites están llamadas a ejercer su liderazgo e ir logrando fórmulas de cooperación y consenso para la imprescindible creación del ciudadano.


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