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Cámara, EEUU, Republicanos

La dictadura de los cuatro votos

En algunas ocasiones la aritmética no cuadra

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Una de las ventajas más elogiadas de una democracia como la estadounidense ha sido siempre, no tanto que gobiernen los criterios de la mayoría, sino que también lo hagan los otros, los que proceden y caracterizan a los grupos minoritarios.

Más allá de que dicho principio —y sus resultados— no siempre se cumpla verdaderamente y con certeza y justicia, resulta innegable que, por ejemplo, las grandes ciudades no determinan el futuro político del país, como en general tampoco lo hacen los centros urbanos o los estados que cuentan con un mayor desarrollo tecnológico, educacional y una más alta potencia económica o aportan de forma mayoritaria al Producto Nacional Bruto o la economía nacional en un sentido más amplio.

Desde su surgimiento, el sistema político estadounidense —la creación de dos cuerpos legislativos y la forma en que están constituidos— fueron diseñados para que hasta cierto punto existiera una participación equiparable y no solo proporcional de la ciudadanía. Y que los estados menos ricos y populosos estuvieran adecuadamente representados.

Además de una receta para evitar disturbios, intentos de separación y la potencialidad de guerras civiles, este principio igualitario tiene una sustentación más amplia. En muchos casos ha sido difícil y largo el conquistarlo —en lo relacionado con derechos civiles, de género y libertad de opinión para citar algunos ejemplos— y el mantenerlo continúa siendo una lucha constante.

Así que es muy importante que en Estados Unidos no exista una dictadura de los números, que no determinen en todo los porcientos y que no siempre decidan las cifras mayores.

Solo que en algunas ocasiones la aritmética no cuadra. Las cuentas les salen bien a unos pocos, pero perjudican a muchos. Y con pequeñas cantidades se logra distorsionar a una gran nación.

Acaba de ocurrir con la elección del presidente de la Cámara de Representantes. Más allá de lo anecdótico —la conducta rastrera y ambiciosa de Kevin McCarthy, su humillación constante para lograr el cargo—, hay un aspecto muy importante para el presente y el futuro del país: que la extrema derecha republicana ha logrado un poder mayor al que realmente le corresponde por representación en las urnas; que el Tea Party, el Freedom Caucus, la Asociación Nacional del Rifle, el evangelismo ultraderechista, los censores más recalcitrantes y el peor oscurantismo de pronto cuentan con posibilidades que trascienden sus conquistas electorales; que acaba de ser elegida una dirección para uno de los dos cuerpos legislativos que tendrá como misión —y esto lo han dicho y es público y además se remonta a dos intentos anteriores— no construir y hacer leyes y lograr avances, sino poner trabas, obstaculizar, lograr que toda la gestión nacional vaya por el peor camino posible.

Y lo han conseguido con veinte miembros —menos incluso en las últimas votaciones— en un país con una población de 332.183.000 habitantes, es uno de los países más poblados del mundo.

La ultraderecha republicana logró sus objetivos y accedió a una votación final que le permitió al candidato de su partido tomar el control de la Cámara gracias a contar con 216 votos, frente a los 212 del candidato demócrata y los 6 votos neutros. Es decir, que solo cuatro votos, en un país de algo más de 332 millones, han decidido que cobre impulso y vigencia el empeño por descarrilar al país.

Todo esto se ha conseguido tras una votación el pasado año donde se comprobó que el electorado republicano e independiente —y también el demócrata— no muestra una simpatía especial por los candidatos extremistas; no los elige, no vota por ellos.

Y ahora, gracias a cuatro votos, la Cámara de Representantes estará guiada por un político que, en cuanto supo que aún no había llegado la hora final de la popularidad política de Donald Trump, pese al asalto al Capitolio de 6 de enero, corrió a Mar-A-Lago a arrastrarse ante el mandatario vencido. Contará con un presidente que va a estar prácticamente secuestrado por los mismos fanáticos que lo despreciaron. Un cuerpo legislativo en donde el Freedom Caucus, y no el Partido Republicano en su totalidad, decidirá que proyectos de ley o medidas se discuten o aprueben.

Todo eso conseguido con cuatro votos.

Eso sí, hay algo por lo cual se debe reconocer la labor del Freedom Caucus. Han logrado ser la envidia de Lenin, Stalin, Hitler, Castro y cuanto dictador presente, pasado y futuro exista, pase o llegue. Nunca tanto con tan poco. Felicidades.


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