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Cuba, Estado, Poder

La manzana en la cabeza

La costumbre ha sido que ciertas parcelas de poder en Cuba son impunes por decreto

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Para vivir existen tres métodos:
mendigar, robar o realizar algo.
Conde de Mirabeau

I

El amanuense lo describió, más o menos, con la técnica de Tom Wolfe —novela periodística o periodismo novelado: un grupo de muchachones fuertes entra en formación militar a la Tienda La Puntilla, ubicada en la Calle O del habanero barrio de Miramar; cargan con varias decenas de cajas de manzanas, fruta exótica en el Trópico, y casi prohibitiva para quienes no tienen dólares en sus bolsillos. Y se las llevan, nadie sabe por qué; ni siquiera Newton podría imaginar a dónde. Los que sí cargan dólares —perdón, CUC, de mayor valor en Cuba que la moneda gringa—, se quedan en una pieza: los ejecutantes han adquirido todas las manzanas habidas y por haber en la tienda y en el almacén. Para cubrir la impunidad de los ejecutantes, afuera hay un supervisor de la empresa en un carro que no es chatarra rusa, sino un moderno automóvil con placas estatales. La operación parece haber sido hecha con una limpieza quirúrgica.

Pero para desgracia de los acaparadores —como llama el régimen a los operadores manzaneros—, cuando ejecutaban el cambalache ya el periodista, no el dinosaurio, estaba allí. El individuo resultó ser uno de los más importantes escribidores del régimen, a quien temen hasta los mismísimos funcionarios partidistas por su sabida relación con las altas esferas. Nadie lo notó. Probablemente no lo reconocerían. Pocos en la Isla conocen su rostro de inquisidor, excepto quienes para cuidarse de donde vienen los tiros amigos —friendly fire— andan los pasillos y las oficinas con la pupila pelada.

¿Qué hubiera sucedido si, al robar, el funcionario no hubiera estado allí? Probablemente nada. El poeta Ovidio nos dijo hace dos mil años que no hay nada más fuerte que el hábito, la costumbre. Que un funcionario o alguien representativo lleguen a un comercio, salten la fila, y se lleven toda la mercancía, es un proceder habitual cuando quiere desaparecerse algo. Así hace unos años, los discos de Pedro Luis Ferrer, que se anunciaban serian vendidos en la tienda de 23 y L, frente al Habana Libre, fueron comprados —más de dos docenas— por una sola persona y nadie más pudo adquirirlos ese día. Los libros de Leonardo Padura, un escritor que no es un outsider, se agotan en minutos —además de caérseles las hojas— por enigmáticos compradores que se llevan decenas de tomos cual manzanas no digeribles. Nadie puede decir que a Pedro Luis y a Padura no se les publique en Cuba: ergo, no hay censura.

La costumbre ha sido que ciertas parcelas de poder en Cuba son impunes por decreto. Impunes hasta que, para mala suerte, un individuo como el insomne inquisidor está en el lugar justo y en el momento adecuado. Y habría que añadir otro detalle: que el poder por encima del poder, a veces de un solo hombre, decide cual es el momento preciso para hacer estallar la trama corruptiva. No todos los escándalos en la Isla están sincronizados en tiempo y lugar. La frase de que nadie sabe el pasado que le espera ilustra con diametral precisión que un funcionario puede ser sorprendido con las manos en la manzana, pero sería políticamente incorrecto hacerlo público en ese momento. Al existir un control absoluto de los medios de comunicación, es muy fácil garantizar con exactitud cómo, cuándo y dónde se darán a conocer escándalos como los de Cubana de Aviación o los empalagos de miel autoritaria de Carlos Lage, Pérez Roque y compañía.

II

El pecado original del socialismo marxista-estalinista es pretender que la propiedad social, estatal, o como suelen llamarla, de todo el pueblo, puede y debe estar por encima de la propiedad privada, individual. De ese error filosófico, humano, derivan casi todos sus fiascos y no pocas crueldades. No por gusto la propaganda comunista se ensaña hipócritamente contra la propiedad privada al mismo tiempo que pide inversiones y créditos de las empresas capitalistas, o sea, de propiedad individual. De consecuencias imprevisibles, como la historia se ha encargado con creces de demostrar, es diluir la propiedad individual en lo “social”, “estatal”, y “pueblo”, meras palabrejas sin rostro y mucho menos responsabilidad con los aciertos y sobre todo, los fracasos. No vamos a citar, por archiconocida, la crítica de José Martí al artículo de H. Spencer, más de un siglo atrás, cuando las ideas colectivistas recorrían Europa y Estados Unidos[i].

El error parte de una concepción idealista, equivoca, no científica de la naturaleza humana. La persona es el único ser vivo con conciencia, sentido de pertenencia y referencia. Eso sucede casi desde el mismo nacimiento, cuando inicia el proceso de individuación y aprende quien es su madre y no otra; su cuarto y sus juguetes, no el de los padres, su casa, no la del vecino. El proceso de individuación, de separación con el mundo exterior, permite la construcción adecuada, funcional, de la personalidad.

Del mismo modo, la sociedad se edifica de abajo hacia arriba, no al revés. Son los individuos, con sus modos de sentir, pensar y actuar los que hacen funcionar la economía, no el Gobierno[ii]. Un país es tan saludable y próspero como lo sea su pequeña y mediana empresa, y suele ser tan pobre e insufrible en la medida que el Estado controle todas las cosas. Gobierno y Mercado deben integrarse bajo un principio: tanto control como sea imprescindible, tanta libertad económica como sea necesaria[iii].

Eso fue lo que descubrieron los economistas ingleses Adam Smith y David Ricardo al exponer que es la libre competencia, y la división del trabajo los motores que hacen avanzar la economía y la sociedad[iv]. Lo contrario pertenece al feudalismo y el esclavismo. Ricardo dio mucho valor al salario y el mercado en lo que hoy consideraríamos como un reforzador conductual. Contrario a la propaganda totalitaria, Smith y Ricardo si se preocuparon por las consecuencias éticas del naciente capitalismo industrial, y la brecha que inobjetablemente se abriría por las diferencias entre propietarios y arrendatarios. No existe en la obra de Carlos Marx una sola coma para refutar la necesidad de la propiedad privada, sino que ésta, dado su desarrollo exponencial, engendraría un nivel de consumo y satisfacción que haría cambiar las relaciones de producción.

Pero regresemos a la persona humana, centro gravitacional de la Historia. El individuo debe pagar siempre una cuota para cambiar. No crece físicamente sin dolor en las articulaciones, los huesos, las mamas. No es maduro psicológicamente sin rebasar complejos, decepciones de amistades, notas suspensas, empleos perdidos. ¿Cuántas veces hemos oído decir que los niños no cuidan las cosas? La razón es simple: nada les cuesta. No ha habido dolor. Una sociedad que regala a diestra y siniestra lleva sus miembros a una regresión psicológica y social: las personas se comportan como niños, indolentes, irresponsables, inseguros.

Si todo eso se sabe, y hasta los líderes comunistas se quejan del benefactor Papa Estado, y los robos que contra él se producen, ¿Por qué no abolir, sino que se constitucionaliza la propiedad “social” o “de todo el pueblo” por encima de la propiedad privada? ¿Por qué en Cuba hacerse rico no es honorable, como lo fue en la China de Deng Xiaoping?

III

La respuesta es control. En un hogar quien administra el “billete”, es quien ordena y manda. Y en una sociedad, a mayor planificación centralizada, mayor control, aparente —olvidan el refrán filosófico: el que mucho abarca poco aprieta. Pudiera parecer un absurdo, pero llega el momento en que es más importante fiscalizar que producir, vigilar que disfrutar, el cuadro que el ciudadano común.

La idea del control total es una ilusión. Una ilusión que ha costado mucha sangre y dolor. La propiedad social o estatal sobre toda la economía no existe. Es una falacia. Algún ser humano o un grupo toman decisiones por los demás. Y creen que no tienen por qué dar explicaciones. Los de “abajo” no son ciegos; ven cómo viven los de “arriba” —gorditos, automóviles, viajes y otras menudencias. De tal modo que hay un modelaje de raterismo: cada cual roba según su capacidad y cada cual según su trabajo.

Ese error en las relaciones humanas conduce a que los “de arriba” cada día se sientan más dueños de todo mientras los “de abajo’ van perdiendo toda esperanza, como si del Infierno se tratara. Nada les pertenece, ni siquiera el derecho de rebelión. Pero como la persona humana no está diseñada para la esclavitud perpetua, y la plantación no es el único horizonte a la vista, muy pronto “hacer daño” se convierte en una solapada manera de protesta.

En la Isla casi todo el mundo “le hace el daño” al Estado. Como “El Estado” no es nadie, y no es familia de ninguno, robar, resolver, bisnear, y otros tantos adjetivos están conscientemente auto-dispensados antes de cometerse. Los ciudadanos crecidos en esos valores carcelarios creen firmemente que la de la farmacia debe llevarse las pastillas, el carnicero tumbarle a los usuarios, el pistero llenar sus bidones particulares con gasolina especial. La lógica funciona así: si el estado me roba, yo le voy a robar a Él. Otra vez la ley de la prisión: Dar antes de que te den.

En el régimen cubano hay miedo a perder el control. A ceder una pequeña cuota de poder. La Isla vive en un yoyo político-económico —palante y pa’tras, diría el guajiro— dependiente de sus relaciones con el “Imperio”: se estira y se encoje según en el Norte giren los vientos. Por eso, hacia adentro, se comportan como el abuelo mezquino: prefiere que roben algunos centavos de la mesa de noche a dejar la llave del escaparate donde se guarda la fortuna.

Por otro lado, dejar robar tiene también un sentido de poder. Eso, precisamente, lo define: yo digo quién, cuándo, cómo y dónde robar. Dejar resolver es parte de la laxitud con la cual el sistema totalitario se oxigena, fluctúa, para no derrumbarse. Sin que el ministro o el viandero se carguen unos dólares o unas libras de papas, respectivamente, toda la estructura se vendría abajo. Hay que dejar que la gente se la busque.

La coima, el raterismo y la corrupción no son privativos del socialismo. En el capitalismo, por viejo y no por sabio, puede que se robe más y mejor – ¿mayor impunidad? Solo que en este último existen mecanismos judiciales y comunicacionales libres, capaces de impedirlos o limitarlos. Ya vemos lo que va sucediendo con los socialistas del Siglo XXI: van cayendo de uno en fondo, y sin tomar distancia. Creyeron que no debían dar explicaciones a nadie: L’État, c’est moi. Y como Reyes Sol, dispusieron de todo como si fuera propiedad privada y serian eternos inquilinos de la Casa Rosada, el Palácio do Planalto y el de Carondelet.

El efecto a largo plazo del control total de la economía por el Estado, y la satanización de la propiedad privada, trae terribles consecuencias para los pueblos, como bien enseña la historia. Nos entrega, esta aberración humana, un individuo diluido en la masa, inseguro, incapaz de valerse por sí mismo, con baja auto-estima. Es un proceso de alienación social que sí produce un “hombre nuevo”: el psicópata sin escrúpulos, capaz de hacer cualquier cosa sin que asome en él o en ella el más mínimo remordimiento.

IV

El acaparamiento o la acumulación material es una secuela de la escasez. Por tiempo permanece en la mente de la persona, aún después de vivir en una sociedad en la cual no hace falta tener mucho de nada. Los lectores de esta orilla continental pudieran poner ejemplos de amigos que atesoran cientos de pares de zapatos, o varias decenas de jeans sin estrenar. En mi caso, tuve una amiga que tenía dos enormes refrigeradores y un congelador aparte, llenos de carnes; todos los meses debía botar lo que no comía, que era bastante, y volver a poner en frio los nuevos empaques de pollos, vacunos, carneros, pescados y cerdos.

Esa conducta solo daña a quien se gasta su dinero. Hay otra que perjudica el prestigio de la emigración cubana, y tiene que ver con que algunos compatriotas no logran cambiar el lente a tiempo y no asimilan que viven en los Estados Unidos, donde reciben beneficios como casi ningún otro emigrado en este planeta. Puede ser que en la Isla lo duden, pero en ciertas áreas del sur de la Florida se vende por la izquierda de todo. Algunos que trabajan en mercados, gasolineras, farmacias, no pueden abstenerse de tomar sin pagar latas de conserva, gaseosas, aceite para motores, pastillas e infinidad de artículos que cuestan centavos. Algo hay que llevarse, parecen decir a la pregunta de por qué lo hacen.

La esperanza para que esto deje de suceder algún día en Cuba es que, en primer lugar, las cosas tengan dueños, alguien que responda por ellas. También una ayudita de la tecnología: mercados, gasolineras y farmacias tendrán cámaras y podrán pillar a los rateros en el acto de suprema realización sustractiva. La persona perdería el trabajo. No habría que convocar a ningún Partido ni sindicato para la expulsión. No hay expediente laboral. Al perder el empleo, no se puede pagar el alquiler de la casa y del carro, no hay con qué alimentar a la familia y pagar los gastos médicos. No hace falta, como en ciertos países orientales, cortar la mano al ladrón: en el capitalismo te cortan la cabeza.

Hasta entonces, el día en que cada cubano pueda instalar su propio negocio, lo cuide y prospere, no será posible mejorar la conciencia de pertenencia y referencia entre el ciudadano y su entorno. La conciencia social solo puede darse donde existe desarrollo material y espiritual. La miseria del cuerpo y de la mente lleva a la miseria del espíritu. No se trata de hacer una apología al egoísmo empresarial, a la propiedad privada sin remilgos, a la excepcionalidad de los dueños, creídos amos de los empleados a quienes pueden vejar a su antojo. Para evitar eso o restringirlo, existe la ley, la prensa libre, y sin entorpecer demasiado la producción de bienes y servicios, los sindicatos. Existen también las opciones de empleo —en el socialismo, empleador único—: de donde me atropellan me voy.

Estos chicos, los forzudos transportadores de manzanas, no tienen conciencia ni les importa dejar sin la pomácea una cola de hambrientos compatriotas. Afuera aguarda el jefe, quien tampoco piensa ni padece. Él es solo la autoridad para que los forzudos ejecuten. Por encima de ellos, el “Estado”, el “Pueblo” es quien dio la orden de desmanzanar La Puntilla. Es esa cabeza de manzana la que ahora están pidiendo que ruede los disgustados hijos putativos de Guillermo Tell.

Como escribiera el Conde Mirabeau, excéntrico personaje de la Revolución francesa, existen tres maneras de vivir: pidiendo limosnas, robando o realizando algo. Habrá quienes piensen que la mayor parte de la historia cubana de los últimos años ha estado basada en las dos primeras formas de existir —o mejor, de sobrevivir. Otros creemos que, pese a todo, hemos y seguimos realizando algo. Fuera y dentro de Cuba, ese algo ha sido, más que nada, tratar de escapar a las dos primeras maneras de enfrentar la vida.


[i] Fue publicado por José Martí en La América, Nueva York, abril de 1884. El trabajo que analiza Martí forma parte de una recopilación de cuatro trabajos publicados en 1883 bajo el título de El individuo contra el Estado del famoso sociólogo británico Herbert Spencer (1820-1903).

[ii] Son numerosos los aportes que los campos de la psicología y la sociología modernas se han hecho a la economía, de modo que es casi indefendible la centralización y planificación rígida de las relaciones mercantiles obviando las conductas humanas. Justamente el último Premio Nobel de economía acaba de concederse a quien ha explorado ambos territorios, economía y conducta humana: Richard H. Thaler. Misbehaving: The Making of Behavioral Economics, Penguin UK, 2015

[iii] La Doctrina Social de la Iglesia plantea que ambos son necesarios y complementarios: “la tarea fundamental del estado en el ámbito económico es definir el marco jurídico…salvaguardar las condiciones fundamentales de la economía libre” (352) Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Librería EDITRICE Vaticana, México, 2004.

[iv] Adam Smith (1723-1790) es considerado el padre de la economía moderna. Pero fue también un filósofo cuyos aportes al liberalismo y la ética tal vez han quedado eclipsados por su inmensa obra La riqueza de las naciones (1776).Ver su trabajo Teoría de los sentimientos morales (1759) donde ensaya antes que otros sobre el egoísmo, la empatía y la simpatía en las relaciones humanas.


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