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Reguetón, Cuba, Ataques

La real naturaleza del «arma sónica»

Suponer que el reguetón sea el responsable real de las tan llevadas y traídas agresiones sonoras no resulta una hipótesis tan descabellada

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¿Ha pensado alguien en que quizás lo sucedido a los diplomáticos estadounidenses y canadienses se deba, simple y llanamente, a la ubicua presencia del reguetón en nuestros espacios públicos y privados?

Yo mismo he sufrido esos tan publicitados síntomas de que ahora tanto se habla y escribe. Sin ir muy lejos, la semana pasada cogí una guagua en la que para conseguir avisarle de la próxima parada al guagüero había que hacerlo a grito pelado. Solo así, y desde muy cerca, casi en su oreja misma, lograba uno sobreponerse al escándalo reguetonero para comunicarse con quien, desde unos bafles aleatoria y asimétricamente situados por todo el vehículo, nos atormentaba a algunos. Que no todos, no obstante. No, por ejemplo, a la “señorita” vestida a lo guacamaya amazónica, que con mirada bovina mascaba un chicle mientras hacia el viaje trepada sobre mi pie izquierdo.

Al lograr escapar de la reguetoneroteca móvil confieso me sentí bastante desorientado. Aclaro que no solo porque el guagüero me hubiera dejado a varias cuadras de la parada oficial. Incluso, ya en tierra tuve mi ligero vahído, que me obligó a agarrarme por algún rato de una de esas barandas habaneras que lo menos que le inspiran a uno, miradas de cerca, es alguna sensación de estabilidad.

No conozco de estudios serios al respecto, pero estoy seguro de que la exposición al reguetón provoca caídas catastróficas de nuestra capacidad intelectual. Y que la exposición continuada hace irreversibles tales desplomes. No tiene usted más que interactuar algún rato con un fan de ese “género musical” (solo cinco minutos, por favor, no se arriesgue) para constatarlo.

Es cierto que puede ser que en gran medida la razón de la baja capacidad intelectual de los reguetonero-dependientes se encuentre en que son precisamente los individuos con tales cortedades quienes se afilian al “movimiento”. Mas, profesor de preuniversitario por muchos años, puedo dar fe de algún que otro adolescente de mi contorno, a quienes el deseo de resultar aceptados por los de su generación los llevó a consumir reguetón. En tales casos el efecto fue rápido. Muchachos con una riqueza verbal, y una capacidad para resolver ecuaciones de segundo grado, casi sin mirarlas, que lo hacían a uno llenarse de optimismo por el futuro de la patria, al presente hablan con monosílabos y gruñidos y sudan la gota gorda para determinar que tres por ocho es veinticinco (perdónenme ustedes, es que mi vecino acaba de reasumir su auto impuesta tarea de promocionar en nuestro vecindario la… “obra” de un tal Yumil, Yocién o cualquier nombre irrecordable por ese estilo).

En general el reguetón, un arma desarrollada por la Seguridad del Estado en cierta y muy mentada “oficina secreta”, para acabar de erradicar definitivamente de Cuba a la muy odiada por los segurosos plaga de los “inteligenticos”, provoca una rápida involución humana. O lo que es lo mismo, hace retroceder al ser humano al estado anterior evolutivo, el del simio. Solo tiene usted que observar la gestualidad de un reguetonero-dependiente, y a seguido compararla con la de los monos del Zoológico de 26 (el otro está demasiado lejos), para darse plena cuenta sobre de qué hablamos.

En consecuencia, suponer que el reguetón sea el responsable real de las tan llevadas y traídas agresiones sonoras no resulta una hipótesis tan descabellada: en un final los síntomas sufridos por los diplomáticos mencionados, absolutamente todos, coinciden con los que provoca la exposición continuada al reguetón; y este suena, mejor, atruena, en todos los espacios cubanos, desde el paladar común hasta en los audífonos de la recepcionista en el Consejo de Estado, desde el aula magna de la UH en día de fiesta hasta en los hoteles cinco estrellas del Vedado, regentados por algún rubito de Cabaigúan, desde el barrio de la República Independiente de la Cuevita, en que mal se vive, hasta aquellos otros en que, felices y a la caza de mulaticas, habitan los compañeros diplomáticos destacados en este país bullero y para nada respetuoso de la intimidad ajena. Se dan las condiciones para al menos ubicarlo muy arriba en la lista de sospechosos.

En este sentido creo que, contrario a lo que pensaran algunos, que sé hasta habrán respirado aliviados con mi suposición, el que el reguetón sea el “arma sónica” tan buscada en los pasados meses implica un más grave peligro para nuestro país que si la tal arma fuese el dispositivo ultra sofisticado, en manos de algún tenebroso grupo de segurosos disgustados con la apertura a EEUU, con que tanto se ha especulado. No solo por el peligro que representa su actual uso indiscriminado al interior de Cuba, al amenazar con convertir a la nación cubana en un gran atajo de monos antropomorfos y con paradójicas tendencias metrosexuales. Más que nada por la real amenaza de que los americanos, dirigidos ahora por un presidente tan loco como el Zaphod Beeblebrox de las novelas de Douglas Adams, decidan que no puede permitirse que, a menos de 90 millas de sus costas, un país compuesto de individuos en rápido proceso de involución posea un arma tan terrible.

Afirmo, por lo tanto, que las campañas que contra el reguetón ha lanzado durante años el compañero Abel Prieto, sin que sin embargo se le haga mucho caso por el grueso de la castro-cacocracia dirigente, tienen en sí una importancia más vital para el futuro de nuestra patria de lo que el propio peludo y dientuso personaje alcanzaría a suponer. Es por ello que, al menos en esto de la lucha sin cuartel contra el reguetón, me uno a sus esfuerzos patrióticos (aclaro, no a los logreros). Y además hago esta propuesta: Recuperar aquellas Patrullas Click que en los setentas iban casa por casa, sin muchas consideraciones por la intimidad ajena, apagándoles a los vecinos las luces innecesariamente encendidas. Solo que ahora en lugar de los pioneritos que integraban aquellas, conformarlas con muchachones de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), y que, en lugar de dedicarse a apagar luces innecesarias, lo hagan con cuanto equipo de reproducción de sonido, radio, computadora o televisor, atruene con un reguetón el sacrosanto espacio sonoro de la patria.

No propongo usar para ese trabajo a los conocidos drones, nuestros fornidos y golondrinosos muchachones de los cuerpos anti motines, porque como es sabido para ellos, en el interior de esas estrechísimas cabecitas suyas, comprimidas por demás por sus minúsculas boinas prietas, hasta el Himno Nacional suena con ritmo de reguetón.


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