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Payá, Carromero

La recurva de Carromero

Carromero tiene la oportunidad de consagrarse esta primavera, si acude a los tribunales españoles en busca de justicia, y para validarse de paso como joven político de talla

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Las últimas declaraciones —por ahora— de Ángel Carromero distan mucho de ser «una broma de mal gusto de la derecha europea». La derecha española en el poder convalidó jurídicamente la versión oficial del gobierno cubano sobre la muerte de Oswaldo Payá y Harold Cepero en accidente de tránsito —o de tráfico, como se dice en España— por culpa de Carromero. Al revirarse por sí mismo contra esta convalidación de su enjuiciamiento penal en Cuba: «No sólo soy inocente, yo soy una víctima más», Carromero trasciende como prueba viviente de que la dictadura castrista se descompone sin remedio por debacle vergonzosa de su aparato represivo.

Ya pasaron los tiempos en que la Seguridad del Estado rodaba a los agentes del FBI —de visita en La Habana a mediados de 1998— los videos de seguimiento a Luis Posada Carriles en El Salvador, que obligaban a preguntarse por qué no acababan de matarlo. Un agente respondió a la periodista Ann Louise Bardach: They’ll never get better propaganda than Luis Posada.

A diez años de que Oswaldo Payá presentara su Proyecto Varela y hablara en La Habana con el expresidente Jimmy Carter, luego de abstenerse de encarcelarlo en la Primavera Negra y dejarlo salir del país para que se viera hasta con el Papa en Roma, la Seguridad del Estado montó el operativo de seguir a Payá desde La Habana y asesinarlo 675 kilómetros después con doble chapucería: a la entrada, perpetrando una acción criminal en la cual no se sabe de antemano quiénes van a morir, y a la salida: dejando sobrevivientes para que algún día echaran el cuento.

La debacle se agudiza porque la policía política había incurrido antes en la misma chapuza de impactar con otro el auto en que viajaba Payá, esta vez junto a su esposa por la Avenida de Rancho Boyeros. El Jefe de Operaciones del G-2 no lee ya los partes del chequeo policial rutinario que refieren a Payá en bicicleta por El Cerro. Ni siquiera se le ocurrió un hit and run mucho más seguro al venir Payá pedaleando por una de las vías con mayor índice de accidentes en La Habana: la Calzada de Ayestarán, o en alguna bocacalle de acceso al Parque Manila.

Ya no tiene cabida la versión light del operativo chapucero en paraje rural cerca de Bayamo: que un chofer del G-2 o de la policía era tan imperito que perdió el control del vehículo en misión de rutina e impactó por descuido el coche Hyundai en que iban Paya, Cepero y dos políticos europeos: el español Carromero (Nuevas Generaciones del Partido Popular) al volante y a su lado el sueco Jens Aron Modig (Liga Juvenil Cristiano-Demócrata).

La hija de Payá declaró que el Hyundai «fue intencionalmente golpeado por detrás por otro auto, pero este golpe no ocasionó la muerte a ninguno de los pasajeros». Así que remataron o dejaron morir a los cubanos, pero dejaron vivitos y coleando a los extranjeros. Y para colmo:

  1. Según el propio Carromero, entrevistado por The Washington Post, lo metieron en «una furgoneta moderna» y —en vez de liquidarlo profesionalmente allí mismo sin dejar rastro— lo llevaron a un hospital para ponerle «una línea intravenosa».
  2. Así quedó «medio sedado», pero seguirían inyectándole algo tan misterioso que hasta hoy «sigo teniendo grandes lapsos de memoria», esto es: algo que por efecto a tan largo plazo podría detectarse en análisis toxicológico nada más que llegara a España.
  3. Nada más se ocupó en el operativo que el celular de Carromero, quien pudo entonces «utilizar el teléfono móvil de Aron mientras estuvimos juntos en el hospital».
  4. Aunque andaban en trajines de la disidencia, la Seguridad del Estado dejó salir del país a Modig primero y después a Carromero, sin tener control alguno sobre ellos.
  5. Ni siquiera instruyeron la causa de Carromero en el Departamento de Seguridad del Estado (Villa Marista), sino en 100 y Aldabó (Departamento Técnico de Investigaciones) con instructor policial que amenazó de muerte a Carromero, a sabiendas de que por ley tendría asistencia consular y una queja del cónsul español al MINREX hubiera provocado escándalo de vigueta Cuba-España sin dar opción para cumplir la amenaza.
  6. Así mismo forzaron a Carromero a confesar ante las cámaras al estilo de la televisión premoderna: con un policía en «la esquina derecha» desempeñando función de chuletero al sostener un cuaderno con la versión oficial escrita que Carromero debía leer. Ya pasaron los tiempos en que las confesiones salían al aire después que el acusado aprendía el libreto de memoria y lo ensayaba dos o tres veces.

La consagración de la primavera

Además de testigo excepcional de doble asesinato, Carromero es víctima de otro crimen flagrante de la dictadura totalitaria castrista en contra de la letra de su propia constitución: «No se ejercerá violencia ni coacción de clase alguna sobre las personas para forzarlas a declarar» (Artículo 59). Ahí está el video como prueba concluyente: «Mi cara y mi ojo izquierdo están muy hinchados, y yo hablo como si estuviera drogado», subrayó Carromero al WaPo.

También describió el maltrato cruel e inhumano a la espera de juicio: «en régimen incomunicado, sin poder ver la luz del día [y] entre las cucarachas hasta que me pusieron en la celda de la enfermería (…) Un chorro de agua caía desde el techo una vez al día, el inodoro no tenía tanque y se podía usar solo cuando tenías un cubo de agua para tirárselo después a la taza. La celda estaba llena de insectos que me despertaban…»

Tanto abuso provocó que Carromero se olvidara de que era Licenciado en Derecho y así guardó silencio no solo ante el cónsul español, sin también ante sus abogados, que podían ser agentes del G-2, pero como España pagaba el servicio podrían haber buscado la absolución con el simple alegato del hit and run sin enredarse con que detrás de estos hechos está el G-2.

Last, but not least, Carromero dejó para después su «valiente homenaje a los principios de Payá» —como reza ahora en editorial de WaPo— tragándose la lengua ante los jueces: «El juicio en Bayamo fue una farsa, para convertirme en un chivo expiatorio, pero tuve que aceptar el veredicto sin solicitar apelación para tener una mínima posibilidad de salir de aquel infierno».

Ni siquiera se percató de que el Convenio entre el Reino de España y la República de Cuba sobre Ejecución de Sentencias Penales (1998) se aplica por mera condena, dígase lo que se diga en juicio. Carromero dejó pasar esta oportunidad para el heroísmo y a la postre cayó en trance de conciencia: «No merezco ser considerado culpable de homicidio involuntario, y, sobre todo, yo no podría vivir siendo cómplice con mi silencio».

Tal conjunción ofrece ahora a Carromero la oportunidad de consagrarse esta primavera yendo a los propios tribunales españoles en busca de justicia y para validarse de paso como joven político de talla, que viajó a la Isla a «dar su apoyo al pueblo cubano, porque admiro a los defensores pacíficos de la libertad y la democracia como Oswaldo [Payá]».

The WaPo se equivoca de plano con que «la única acción apropiada en este caso es convocar a una investigación internacional». Sólo por ignorancia o hipocresía puede instarse a dar apoyo «la familia Payá en su justa demanda de una investigación independiente y [dejar] que este pobre chico [Carromero] siga su camino». Ya han pasado los tiempos de muchas cosas, pero no de olvidarse de que, frente al Pentágono entero en zafarrancho de combate, Castro se plantó con que NADIE vendría a Cuba a inspeccionar in situ.

La única acción apropiada en este caso fue cantada ya por la derecha española en el poder. El canciller español José Manuel García-Margallo declaró que Carromero «haría bien en ir a un tribunal». Este pobre chico tiene que seguir su camino hasta la Audiencia Nacional (Madrid), donde la tradición de justicia mundial pervive más allá del juez Baltasar Garzón. La pura verdad de Carromero trasciende a su propia causa penal porque desmiente al «mayor Sánchez», de la policía castrista, quien notificó la muerte de Payá a la viuda con el eslogan de que «la revolución no asesina». Se sobreentendía «si no vale la pena», esto es: si los occisos no son útiles después de muertos para el propio régimen, pero Carromero es la prueba viviente de que la revolución asesina ya a unos por gusto y deja vivos a otros para que larguen el cuento.

Coda

El mensaje crucial de Modig: «Dice Ángel que un carro lo empujó fuera de la carretera», coincide con el relato de Carromero publicado en el WaPo: «La primera persona que me habló fue una oficial uniformada del Ministerio del Interior. Le dije que un auto había chocado nuestro vehículo por detrás, haciéndome perder el control. Ella tomó notas y, al final, me dio mi declaración para que la firmara (…) Cuando me interrogaron sobre lo que pasó, les repetí lo que le dije a la oficial que originalmente tomó mi declaración».

Si la debacle del aparato represivo castrista anda ya por montar un operativo de asesinato político extrajudicial tan chapucero cerca de Bayamo, en Madrid la dictadura de Castro jamás podrá dar los cuantos jurídicos de prueba para demostrar que la otra parte del relato de Carromero: «Luego vino un señor que se identificó como un experto gubernamental, quien me dio la versión oficial de lo ocurrido», corresponde al pasaje en que Carromero se partió bajo el peso de las diligencias de instrucción policial, que destruyeron la versión con que había reaccionado instintivamente para zafarse de la culpa por el accidente de tránsito o mejor, de tráfico, como se dice en España.


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