Actualizado: 25/04/2024 19:17
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La suma de las restas

El autor considera que Carlos Alberto Montaner y Silvio Rodríguez tendrían muchísimas razones para trabajar juntos, si dejaran a un lado lo peor de ambos, que, añade, tampoco es tanto

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“hasta dónde debemos practicar las verdades.”
Playa Girón, Silvio Rodríguez

“En la formación política del perfecto idiota, además de cálculos y resentimientos,
han intervenido los más variados y confusos ingredientes.”

Manual del perfecto idiota latinoamericano, Carlos Alberto Montaner

En las últimas semanas hemos asistido a un capítulo más de las ya habituales muestras de intolerancia y represión del gobierno cubano. El verdugo es el de siempre. Actúa en el mismo escenario. El guión tampoco varía. Sólo cambia el humillado. Las agredidas de última hora son mujeres, algunas ancianas, que van a la iglesia los domingos y reclaman con justicia la liberación de sus hijos, padres y esposos. Ellas también han condenado la muerte de Zapata.

Durante la puesta en escena del escrache habitualmente se produce un hecho curioso. Los cuerpos de seguridad y la policía custodian los excesos de unos desalmados cobardes en rol de victimarios que fueron movilizados por los mismos que luego parecen controlarlos. Es esta una imagen cercana a la de los entrenadores de perros o gallos de pelea. Poco o nada importa que esa turba indecente no sepa lo que hace ni contra quién. Tampoco importa que tenga tan profundas reservas hacia el régimen como las personas a las que van a combatir. Importa el mensaje que envía. La contribución patriótica de los grupos de respuesta rápida consiste en la división. Las agresiones físicas y verbales, el terror, son sólo herramientas. No asumen que al negar los derechos de sus semejantes se los sustraen a sí mismos.

Por terrible que parezca, al gobierno cubano esta práctica siniestra le ha funcionado. Tanto, que a ella recurre una y otra vez. Los objetivos son simples: intentar aislar socialmente la protesta y el disenso y enviar por extensión un mensaje disuasivo a toda la sociedad. El empleo de este artificial y manipulado escarnio popular es uno de los actos más vergonzantes y deplorables que desde el Estado se puedan ordenar.

En esta ocasión, desde los grupos opositores y el exilio, se han logrado elaborar documentos de condena, convocar marchas de protesta en distintas ciudades del mundo y sensibilizar a una buena parte de la opinión pública internacional. Si se compara con situaciones análogas anteriores, esta convocatoria pareciera más sensata. El llamado es humanitario. Se busca estar al margen de las conductas y declaraciones más extremas e ideologizantes con las que habitualmente ha funcionado el llamado exilio histórico. Pero ese aún incipiente y discreto cambio de formas y hasta de discurso, demostrativo quizás de ciertos cambios ya perceptibles en el exilio cubano y de mayor madurez en la forma de hacer política o de incidir en los que directamente hacen política, no sólo fue legítimamente criticado por algunos sino desmerecido y negado. La división entonces no se reproduce sólo en una Cuba social y cívicamente fracturada. Desde el exilio también se contribuye decisivamente a nuestra ancestral atomización. Somos tan perfectos que preferimos el silencio y la inacción a la protesta pacífica perfectible frente a una situación que ya no está mal sino peor.

En este contexto, la marcha y sus organizadores no debieran ser los principales sujetos a combatir. La marcha de Miami es sólo un efecto. Una consecuencia. No la causa detrás de la cual se explica la falta de derechos y libertades que tenemos los cubanos. A veces también se olvida que lo exquisito, lo exacto y lo óptimo son lecturas más propias de las ciencias exactas y no del proceso y la práctica democrática. Pero los críticos también ponen de manifiesto que el principal problema de Cuba ha sido y es la división de los cubanos.

Entre nosotros parecería fácil comprender que lo sucedido a Zapata, los actos contra las Damas de Blanco, y otras sistemáticas y extendidas violaciones a los derechos humanos tienen su causa fundamental en la autocracia prevaleciente en Cuba. Aunque ahora mismo todos los cubanos estamos en condiciones de exhibir ejemplos cotidianos y concretos de límites arbitrarios impuestos a nuestra libertad, no es tan fácil alcanzar ese consenso. Al contrario, nosotros no entendemos de consensos. Quizás sólo valga la pena discutir y enredar todos los temas, todos juntos, una y muchas veces más. Anteponemos atenuantes de todo tipo e intercambiamos y postergamos prioridades. Tal vez nos alcance con llevarnos nuestra sagrada e invicta verdad a nuestras casas y así hasta repetir el ciclo. “Cual si no pasara nada…” Todavía no acabamos de aceptar que los golpeados somos todos. Y así, el verdugo sobrevive y sus terribles piezas dramáticas se repiten. Una y otra vez.

Debate entre Silvio Rodríguez y Carlos Alberto Montaner

Inicio del debate con este texto de Silvio

En: http://www.rebelion.org/

Primera respuesta de Carlos Alberto Montaner

En: http://www.carlosalbertomontaner.com

Segunda respuesta de Silvio

En: http://www.cubadebate.cu

Segunda respuesta de Carlos Alberto Montaner

En: http://www.carlosalbertomontaner.com

Tercera respuesta de Carlos Alberto Montaner

En: http://www.carlosalbertomontaner.com

Hasta cuándo debemos practicar las verdades

Es también lamentable continuar de espectadores del insostenible mal manejo de la historia, los tiempos y los conflictos entre algunos de nuestros referentes intelectuales, mediáticos e históricos. A uno y otro lado.

Así, vemos como recientemente Silvio Rodríguez y Carlos Alberto Montaner nos han mostrado cómo se solucionan los problemas entre cubanos. Pues muy simple: tirando la puerta y gritando “la tuya”, sin siquiera razones para ello como en el clásico cuento de “El Gato”. Según dos de nuestras máximas inteligencias, y a partir del resultado de sus mensajes públicos, entre cubanos no se solucionan los problemas. Se postergan. Entre nosotros no se disminuye el conflicto. Se vigoriza. Entre compatriotas no se conversa. Más bien se grita. Tal parece que la confianza, los consensos y las alianzas, o cuando menos el respeto, son metas imposibles que no merecemos. Y en lugar de un lenguaje más civilizado y humilde optamos por el más amargo y beligerante. Si necesitamos algún ejemplo concreto que nos sirva para graficar una situación o para llamar la atención de la contraparte, allí no faltará el dato hiriente, preferiblemente de corte íntimo y personal, que nos aleje de cualquier posible acercamiento. Y así seguimos restando y maltratando al tiempo.

Quizás Silvio y Montaner, Montaner y Silvio, durante todo este tiempo hayan estado muy ocupados buscando y afilando razones para el diferendo de mañana –entre otras cosas, claro está. En textos y canciones han demostrado que habrá palabras y valentías perfectas siempre que no se trate de ponerse de acuerdo. Al final cada uno dio lo mejor de sí. Pero visto como país, como nación, lo hecho por ellos pareciera no ser suficiente. Ambos han explicado e internacionalizado muy bien el conflicto. Lo han hecho con técnica y lirismo. Con sus diferencias y alcances, han cautivado mayorías en uno u otro sentido. Pero lo triste es que sólo explican y justifican el fenómeno. No logran superarlo. Y una vida entera no les habrá alcanzado para convencer al otro de quién tenía la razón. Entonces ninguno de los dos habrá ganado. Y tras ellos, todos habremos perdido.

Vale Montaner. Sus exquisitas tesis liberales habrán ganado el día en el que muchos habremos perdido. Quizás. Vale Silvio. Su Pequeña Serena Diurna sonará por siempre en el Olimpo de la Patria cuando no seamos más que una inhóspita roca salada con hijos por todas partes como nómadas de una nación dividida, agotada y vencida. Puede ser.

No creo que ninguno de los dos sea partidario de la dictadura como forma de gobierno para la administración de justicia ni de la sistemática falta de derechos fundamentales para grandes mayorías. No hay porqué prejuiciarse de esta manera. Quizás Silvio habría dibujado una revolución más humana, más cubana, que esta que hemos conocido tan beligerante e interesada en un conflicto que nos supera, disminuye y desmerece. Tal vez no se habría interesado tanto en calentar la Guerra Fría y sí en evitar que haya cubanos al margen de la ley. Quizás Montaner habría promovido lo mejor de su ideología liberal. Se habría interesado no solo por el cálculo frío, incuestionable y exegético del laissez faire o los supply side economics sino también por la muy importante cara humana de cualquier buena política económica. Quizás ambos, también, se habrían alejado más de las prácticas más vulgares y extremistas de uno y otro lado.

Pero ya hoy deberían imaginar la cara de sus hijos frente a las muchas preguntas que en nuestra historia han tenido solo un paliativo por respuesta. Deberían mirarles a los ojos. Detenidamente. Luego preguntarles qué les ha parecido esta magnífica batalla de barbas verde olivo, consignas encendidas, familiares desconocidos y maletas y balsas perdidas para siempre. Y no se asusten entonces cuando sus hijos desmerezcan, ignoren y hasta se burlen de muchas de sus ideas. Cuando eso suceda, ese maravilloso día, comenzarán a entender el real estado de la casa que les han dejado en suerte o de esta cultura que en los últimos años dejó de ser ajiaco para convertirse en arroz con fricandel o Big Mac and Coke.

Montaner y Silvio, Silvio y Montaner, tendrían muchísimas razones para trabajar juntos si dejaran a un lado lo peor de ambos. Y no debe ser tan difícil pues tampoco es tanto lo peor. Ambos son cubanos útiles. Para lo que hay que ser valientes es para entender las razones del otro y para que juntos imaginen y luchen por un mejor país.

¿Acaso no creen que sería saludable que los necios e idiotas funcionales y sistémicos deberían ser pasajes de una historia superada? Si seguimos sin sumar voluntades, llegará un momento en el que no seremos más idiotas, Estimado Montaner. Para ese entonces seremos difuntos, como bien adelantaste, Querido Silvio. Y esta vez no habrá flores. Tampoco quedará quien cuente la tremenda historia de que un día, entre canciones “a lo imposible” y “manuales para idiotas”, un país entero consumió toda su suerte.

Queridos Montaner y Silvio, el momento de trabajar juntos ha llegado. ¿Se atreven?



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