Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Las bondades del diablo

De guerrillero a cirujano en jefe: El afán por trascender una isla que siempre ha encontrado estrecha.

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Se trata de un alivio momentáneo, tan volátil como los mercados petroleros. Cuando finalice la bonanza de los precios del crudo, como ha ocurrido en otras ocasiones, los barrios pobres alrededor de Caracas quedarán tan desprovistos de la medicina gratuita como los cubanos ahora, quienes tienen que recurrir con sus recetas a la Iglesia Católica para conseguir cualquier fármaco.

Tras el fin de la URSS, se cerró el capítulo en que durante décadas La Habana hizo de tropa de choque del comunismo internacional. Un papel ejercido con el apoyo o la renuencia de Moscú según el momento, pero nunca gratuito.

Pese a las declaraciones y el afán por presentar el intervencionismo cubano como un empeño desinteresado, éste sirvió para convertir a Castro en un aliado poderoso y un enemigo temible. La alianza entre éste y Chávez ha posibilitado no sólo que el gobernante cubano vuelva al modelo de centralización económica y política que mejor favorece a sus planes, sino a un aumento creciente de su papel en la esfera latinoamericana y caribeña.

El populismo de Chávez —que Castro adopta ahora, como antes se refirió a planes quinquenales y etapas en la construcción del socialismo— se limita a dar algún respiro en medio de la miseria.

Ni rechazado ni imitado

El gobierno de Caracas ha logrado poco o nada en lo que se refiere al desarrollo económico del país, una reducción considerable de la pobreza y la creación de nuevas fuentes de empleos, al tiempo que la corrupción es igual a la de otros gobiernos. Pero Chávez cuenta con el historial de robo, incompetencia y entreguismo de los gobiernos anteriores, el cual continúa obrando a su favor dentro de determinados sectores ciudadanos.

Los médicos de Castro disimulan las faltas de Chávez, el empeño de éste de ser un líder latinoamericano, que subordina el interés nacional frente a un ideal de grandeza hemisférica. El dinero de Caracas alimenta la decadencia de La Habana y prolonga su agonía.

Al mismo tiempo, otros gobiernos del área recurren a la Plaza de la Revolución para buscar el alivio de las necesidades de salud pública de sus países, que ellos son incapaces de enfrentar o no pueden resolver. La corrupción, las limitaciones de los fondos de ayuda internacional proveniente de los países desarrollados, especialmente de Estados Unidos, y las barreras nacionales actúan en muchos casos en favor de la alternativa castrista.

Buscar ayuda no quiere decir seguir el ejemplo. Castro tiene más en común con las dictaduras militares latinoamericanas de hace apenas unas décadas, que con los últimos triunfos electorales de los políticos izquierdistas. Si bien no es rechazado por éstos, tampoco es imitado.

Su transformación de guerrillero permanente en cirujano en jefe no es más que otra muestra de su afán por trascender una isla que siempre ha encontrado muy estrecha. Desde hace años cambió su postura de héroe para convertirse en lo que los medios llaman una personalidad: alguien que atrae la atención de la prensa, no importa lo que hable o lo que haga.

La principal hazaña

Para seguir siendo un héroe, Castro necesitó de la guerra. Con igual fuerza busca ahora —en una época donde las armas han cedido ante las urnas— el mantener en alto la trascendencia de su figura. Su principal hazaña ha sido hacer durar un régimen que parecía destinado a sucumbir a los pocos meses. Este mérito político es innegable.

Los cubanos han tenido que pagar un precio elevado para mantener un triunfo que termina siempre por eludirlos cuando creen haberlo alcanzarlo de forma permanente, que se empeña en humillarlos con el disfrute temporal de ciertos beneficios y en condenarlos al sentimiento de la añoranza y el refugio de la memoria.

Se han convertido en víctimas y victimarios, protagonistas voluntarios e involuntarios de una época diversa y a la vez monótona, donde a veces con un fusil y otras cargando una mochila médica han compartido un mismo objetivo y padecido una afrenta similar: contribuir a la gloria de un hombre y resignarse a un destino impuesto.


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