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Mujeres, Prostitución, Derechos

Las mujeres tienen el derecho de ser putas

Trabajar como prostitutas es un derecho que tienen las mujeres que no puedan ganarse la vida de otra forma en medio de una sociedad injusta, inicua, como diría Marx

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Hay un movimiento internacional contra la trata de personas, que hace hincapié en lo que esta calamidad representa para las mujeres menores de edad, reclutadas en uno y otra latitud de pobreza extrema, para convertirlas en prostitutas, esclavas sexuales. Esto es correcto, es una infamia que esto ocurra.

Quiero aclarar, antes de continuar, que me refiero a, como diría el maestro Robertón Pérez, “putas de las que cobran, no de las que traicionan”. Dicho lo cual, aviso que las organizaciones y autoridades le dan demasiada relevancia al tema de las sexoservidoras (como les llaman ahora; una definición que, por lo que veo, sigue discriminando a las mujeres, “servidoras”), a tal punto que la emprenden contra estas damas que se ganan la vida, y a veces la muerte, en lo que dicen que es el oficio más viejo del mundo, con lo cual no estoy de acuerdo: el oficio más viejo del mundo es mentir, que sí, es un oficio. Bueno…, la emprenden, decía, sobre todo por acá por Latinoamérica, contra estas mujeres, como si ellas fueran victimarias, no víctimas. Esto lo llevan a cabo fundamentalmente ciertas señoras de la alta sociedad, a las cuales les repugna en demasía la prostitución (o acaso, nadie sabe, temen perder sus maridos debido al llamado de una puta cariñosa).

Estas señoras y aquellas organizaciones civiles, claman por la decencia: la prostitución debe ser erradicada, es un mal social, afirman (en esto se parecen un poco a los comunistas). Pero no aclaran cómo se van a ganar la vida los millones y millones de putas, por obligación, que subsisten por estas tierras.

Dije putas por obligación, porque hay otras que lo son por profesión y vocación quizás. Conocí a una de profesión, que trabajaba a domicilio, en la colonia Narvarte de la Ciudad de México, fue mi vecina. Rubia, esbelta, joven, con un Chevrolet bastante nuevo, cobraba caro, según me habían dicho otros vecinos. Al fin pude hablar con ella:

“¿Por qué te dedicas a eso?”.

“Es el mejor trabajo que pude encontrar, y además… me emociona”.

“Te emociona”… ¿Y has pensado en ese día en que tus carnes se aflojen, en que ya no sirvas para nada como objeto… y sin haber amado nunca…”

“He amado, he amado a mis padres”. “A tus padres… Bueno…, ¿pero de qué vivirás, digamos, a partir de los cuarenta o cuarenta y cinco años…? ¿Qué trabajo crees que podrías encontrar entonces?”.

Pareció reflexionar durante los diez o doce segundos que demoró en responderme:

“Bueno… llegado ese momento, me meto a feminista”.

II

Decía que trabajar como putas es un derecho que tienen las mujeres que no puedan ganarse la vida de otra forma en medio de una sociedad injusta, inicua, como diría Carlos Marx; y esas otras que lo son por vocación y por derecho propio puesto que los hombres, condenados por orden de la Naturaleza a ser los subalternos del Sexo, se entregan a ellas, les pagan. Antes de seguir, déjenme hacerles llegar una aclaración que me hiciera saber en su momento el maestro Robertón Pérez: “Recuerda, hijo, no lo olvides nunca, que las putas peores son las que se casan por dinero; las cuales, sin embargo, no son enjuiciadas”. Dicho lo cual, argumento eso de que los hombres son, elegidos por la Naturaleza, como los subalternos del Sexo: se calcula que en las más pobladas zonas metropolitanas del mundo todo, alcanzan los dedos de una mano para contar los bayúes de hombres para mujeres; bayúes que, por cierto, son tan pocos debido a que, por cuatro que se inauguran, cuatro quiebran. Es mi deber agregar que, según las estadísticas, las mujeres que acuden a estos prostíbulos, por lo general, son ancianas o mayores de 50 años que, de pronto, se han dado cuenta de la mojigatería en que vivieron e ipso facto se lanzan a hacer, o mejor dicho, a que les hagan el sexo de manera digamos profesional, algo que nunca conocieron en sus mustias camas de esposas (de lo cual, claro, casi nunca ellas han tenido la culpa).

Volviendo al caso de la prostitución, fíjense que en varios países de Europa la putería es algo que se reconoce como una labor cualquiera, como podría ser el trabajo de costurera, conductora de tranvías o senadora de la república. Allá las sexoservidoras pagan sus impuestos, tienen sindicatos (rara vez algún chulo), atención médica y suelen exigir sus demandas laborales. Lo cual demuestra, de nuevo, que hay demanda: infinidad de hombres serían nada sin las putas.

Pero bueno, un detalle que no debe escapársenos, es que no basta con necesitar o querer ser puta: algo de hermosura, de plante, debe tener la mujer-objeto. Desgraciadamente, cuando una mujer no está más o menos “buena”, como se dice vulgarmente, sería excepcional que fuera aceptada como puta por la comunidad de varones consumidores. Es decir, en los casos de mujeres pobres que únicamente podrían sobrevivir metiéndose a putas, pero que no cuentan con los requisitos físicos, pues tenemos que el mal social y la Naturaleza han coincidido para dejarlas sin salida.

Todo lo dicho anteriormente creo que forma parte de las tantas tragedias humanas a las que pasamos por alto, inmersos en esas abstracciones de escribir poemas, novelas y esas cosas.

Quizás los gobiernos de estos países plataneros y aun de otros poderosos que mantienen la misma doctrina, más que dedicarse a perseguir a las pobres sexoservidoras, deberían poner su atención en destinar un subsidio para las mujeres en estado de pobreza y de suma pobreza, y a quienes la Naturaleza no les dio ni siquiera los mínimos atributos para salvarse por medio de la putería. Un subsidio. Sería lo más justo.

Ciudad de México, 2014.


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