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Liliam Cuenca y los diálogos secretos

Una exposición de la pintora radicada en Miami incita a una lectura que moviliza la imaginación, tanto del espectador como del crítico de arte

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Han pasado ya dos decenios desde que tuve ocasión de ver por primera vez unas pinturas de Liliam Cuenca. Fue en una exposición colectiva del Museo Cubano. Recuerdo que me llamaron la atención en primer lugar por el lirismo de sus colores, y en segundo lugar, porque evocaban las sutilezas de la pintura oriental.

Se trataba —como en gran medida continúa aún tratándose— de una pintura abstracta que con el tiempo fue adquiriendo otras modalidades, como las que podemos ver en la exposición que ha presentado en la Torre de la Libertad (The Freedom Tower) en Miami.

Liliam Cuenca es una pintora que sabe manejar su metier con un cuidado que mucho tiene que ver con su carácter, penetrando dentro de sus cuadros sigilosamente, como tratando de no desarreglar su mundo interior.

En el abstraccionismo, cuando se practica seriamente, existe mucho de esa mirada que hurga en los espaciosde adentro, como los llamaba el poeta Henri Michaux, la arquitectura secreta de la realidad.

La realidad visible, si la observamos microscópicamente, está diseñada con partículas o destellos que llevados al papel o a la tela pueden formar una composición abstracta.

En un texto taoísta sobre la pintura leemos lo siguiente: "Uno se divide en diez mil, y de las diez mil formas que tienen las cosas, se persigue lo 'único', transformar al Uno en las formas nebulosas primitivas; esa es la cima de la habilidad artística". Algunos pintores como Liliam Cuenca podrían subscribirse a esa sentencia. De ahí entonces que su obra mantenga una relación con la manera oriental de concebir el acto de pintar: "Cuando la fuerza vital está en circulación, la fuerza del movimiento está en armonía con ella… dejadla que salga y fluirá con naturalidad y graciosos movimientos", reza otro texto taoísta.

Como toda percepción representa un estado de ánimo, las miradas entre el artista y el espectador se cruzan, cada una bajo el peso de ese estado. ¿Cómo percibe Liliam Cuenca una pintura suya, una vez terminada? ¿Cómo la percibiría yo? En ese instante preciso en que ambas miradas confluyen, se establece un diálogo que en mi caso, intenta percibir su pintura siguiendo dictados imaginarios que elaboro en torno a sus cuadros.

Pero en realidad cada creador guarda su secreto, dejando que el crítico o el espectador, desde su perspectiva, le descubra otro significado. Durante ese proceso aparecen entonces unas facetas, que aunque aparentemente no guarden una relación explícita con la obra, ahondan en la misma, mediante la emoción que provocan.

Tratándose de Liliam Cuenca, quiero pensar que a medida que voy ponderando en los resultados de su pintura, mi estado de ánimo me indica que me encuentro frente a una artista que ha logrado realizar una obra de indiscutible fineza de estilo. De una fineza que en muchos casos, recibe el hálito de un calígrafo Zen.

Traducir en palabras el mensaje plástico de Liliam Cuenca nos arriesga a quedarnos dentro de unos conceptos prefabricados. Y sin embargo, cuando contemplamos una exposición suya nos damos cuenta que nos incita a una lectura que moviliza nuestra imaginación. Mi imaginación me hace ver parentescos con una larga tradición pictórica, que encontró en la uniformidad de los matices, una especie de sosiego, como si Santa Teresa le susurrara al oído su famoso "nada te turbe, nada te espante".

No es por casualidad que comenzara con textos taoístas para terminar citando a la mística española, sospechosa en su tiempo de practicar el quietismo. Pero resulta que la sensación de misterio que su pintura nos ofrece, nos obliga a religarla a una tradición donde si el arte oriental aparece como protagonista, también otras corrientes literarias contribuyen a formarla. Me inclino entonces a ver en sus telas y dibujos, unos espacios de silencio que hubieran atraído la atención de un Samuel Beckett, cuya inclinación a favor del abstraccionismo lo comprueban sus ensayos sobre el pintor Bram Van Velde. O como el ya mencionado Henri Michaux, (tan amante de los místicos), quien incursionara en la pintura influido por el Zen. Tanto en los cuadros de Liliam Cuenca como en los de Henri Michaux, aparecen a veces personajes, en el caso de la pintora siluetados como sombras. ¿Y qué decir de los personajes de Beckett y sus famosos silencios como sombras de palabras no pronunciadas.

Cuando un artista, como esta pintora lo demuestra, logra organizar en torno suyo un mundo de referencias que van desde el Taoísmo hasta autores contemporáneos, sabemos que posee algo substancial que decir. En una época como la nuestra donde ese fenómeno no abunda, significa una invitación a disfrutar de su pintura.


Carlos M. Luis, crítico de arte y escritor, ha publicado libros de ensayo y poesía, así como catálogos de diversos pintores: Cundo Bermúdez, Carlos Enríquez, Fidelio Ponce y otros. Estuvo vinculado al "origenismo" a través de José Lezama Lima y Lorenzo García Vega. Fue profesor universitario. Dirigió el Museo Cubano, en Miami, hasta 1988. En la actualidad vive en Miami.


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