Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Economía

Los guaracheros del ajuste

En la actualidad, el gobierno cubano cuenta con una caterva de condotieros de la blogosfera que en verdad espantan

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Como cualquier otro sistema político, el cubano siempre tuvo una gavilla de bedeles ideológicos a su disposición. A diferencia de los otros, el cubano siempre exigió de esos bedeles una alineación absoluta, hasta en los detalles más formales, lo que los hacía particularmente aburridos.

Algunos recordarán, por ejemplo, a los chicos de la Escuela Ñico López, con sus ponencias sobre las regularidades y las leyes de la historia que culminaban invariablemente en Fidel Castro y cuyas bibliografías se ordenaban en orden alfabético sólo después que se mencionaban las obras de los “clásicos” y los discursos de Fidel. Es decir que la M de Marx, la E de Engels, la C de Castro y hasta la B de Breznev iba delante de la A de Abbagnano. Eran los matones del pensamiento social.

Según la situación se fue complicando y las leyes de la historia dejaron de funcionar, requirieron de otro tipo de bedeles un poco más sofisticados, al estilo, por ejemplo de los que proveía “Opinión del Pueblo”, una institución gigantesca que hacia encuestas lo suficientemente desviadas como para llegar a mostrar que todo el pueblo apoyaba sin fisuras al Comandante y a su claque de turno. Sobre todo desde que el Comandante sacó al ring a Martí y al Che Guevara y la economía se hundió en un 42%.

Recuerdo que su director gustaba proclamar que ellos habían logrado vaticinar que las elecciones de 1993 iban a tener un 97% de participación y que el 99% de la población veía las luces de un futuro mejor. En lo primero acertaron, lo cual no era difícil, y en lo segundo probablemente también si con toda flexibilidad aceptáramos que las luces del futuro eran las que los miles de balseros de 1994 veían cuando se acercaban a la costas de la Florida.

En la actualidad los caballeros templarios de “Opinión del Pueblo” son poco funcionales, y han cedido paso a una caterva de condotieros de la blogosfera que en verdad espantan. Los soldados rasos acuden por decenas a las páginas donde se discute sobre Cuba, mientras que los oficiales mal escriben directamente en sus blogs o en Cubadebate. Todos insultan, mienten, difaman, se inmiscuyen en las vidas privadas de las personas, y afortunadamente llegan a ser tan depravados que no son convincentes.

Un ejemplo de ello es la manera como han aceptado el ajuste de plantillas laborales implementado por el Gobierno de Raúl Castro. No hay en ellos el menor escrúpulo para proclamar que ese matadero social es un paso adelante en el “perfeccionamiento socialista” —lo de la “actualización del modelo” es intragable hasta para ellos— que el pueblo acepta porque entiende su necesidad y que nadie va a quedar desamparado, aunque hasta el momento nadie sabe cómo. En resumen, hablan de amores imposibles y de añoranzas sentimentales. Son, para decirlo brevemente, los boleristas del ajuste.

Pero hace apenas unos días encontré un artículo con un tono diferente, optimista, alegre, que nos invita a gozar el ajuste. Es otro enfoque. Es una guaracha del ajuste.

Su autor es un crítico de arte cuyas cualidades no discuto —porque en verdad desconozco— y que nos ha regalado una pieza antológica titulada “la tragedia del despido y la ternura del subempleo”. Según el autor, Rufo Caballero, lo que escribió ha sido un dardo contra el pesimismo de los inconformes, que en algún lugar denomina “enfoques trágicos”, en otro “anecdotarios lacrimógenos” y finalmente describe como una costumbre enfermiza de “vivir la tragedia como necesidad histórica”.

Y por consiguiente entra en el tema como el corcel de la alegría hablando de conciliar “instrumentalidad y emancipación”, de reconocer el gran aporte de la pequeña propiedad para “dinamizar la vida social” y desde ahí construir una “soberanía” que prescindiría de la verticalidad. Todo se trata, dice el guarachero del ajuste, de saber “inventar unos meses” para pasar el chaparrón y finalmente “inventar la posibilidad de inventar”.

En este punto el tema merece un posicionamiento personal. Yo creo que reducir la plantilla estatal, eliminar el mito del pleno empleo improductivo, liberalizar las fuerzas productivas, son todas acciones imprescindibles y beneficiosas para el futuro nacional. Creo, sin embargo que hacerlo como lo hace el Gobierno cubano es una crueldad social:

En primer lugar, hacerlo en el peor momento posible, con una economía severamente constreñida, cuando antes tuvieron otras oportunidades.

En segundo lugar, hacerlo masivamente, lanzando a la calle a cientos de miles de personas en plazos muy cortos.

En tercer lugar, hacerlo sin políticas de compensaciones adecuadas aun cuando la persona haya trabajado por muchas años en las dependencias estatales.

En cuarto lugar, hacerlo sin crear sistemas de créditos y protección (incubadoras) para nuestros depauperados “emprendedores”.

En quinto lugar, hacerlo en un sistema político que no permite a sus ciudadanos organizarse y representar sus intereses autónomamente.

Y, en sexto lugar, porque toda esta “actualización del modelo” no es otra cosa que la búsqueda de una habilitación de un escenario adecuado para la acumulación de la élite tecnocrática empresarial emergente liderada por los militares y el clan Castro.

Cuando Rufo Caballero entona su guarachita del ajuste, lo hace omitiendo los inmensos sufrimientos humanos que ello va a acarrear en términos económicos y sicológicos para una parte muy significativa de las familias cubanas que no van a poder empezar ningún negocio. En particular, cuando no tienen un almendrón para botear, o una buena casa en un buen lugar para poner un restaurante o un hotelito o un pariente solidario y bien plantado en Miami que le mande dinero para poder “inventar el invento” sin morirse de hambre en el intento.

Pero también omite otra cosa: y es que para conciliar todo lo que él dice querer conciliar y liberarse de la “dependencia edípica al estado”, no basta con lanzar a un millón y medio de personas a un matadero social. Hay que establecer un régimen de libertades públicas, hay que democratizar al estado y descentralizarlo, hay que establecer un régimen jurídico adecuado para que la propiedad privada funcione, entre otras condiciones.

Estoy seguro que un hombre inteligente como Rufo Caballero lo sabe. Pero no puede decirlo, porque se quedaría sin empleo y tendría que “inventar el invento” para sobrevivir.

Y entonces, viviendo “la tragedia como necesidad histórica” no tendría fuerzas para entonar su guarachita del ajuste.



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