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Pinochet, Castro y la crisis de la imaginación

Aparte de las intenciones de cada uno, ¿han empobrecido o fortalecido moralmente a sus pueblos?

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¿Y cuál será la causa que late debajo de semejantes actitudes?

La crisis que atraviesa Cuba radica en su patriotismo. Y esto —paradójicamente— nadie imaginó que podía derivar del quehacer de Castro. Si él es la patria, según el régimen, ¿cómo fue posible semejante metamorfosis entre un pueblo donde —también según la propaganda oficial— el Comandante se multiplica?

Tal vez harto de idealismo, saturado de sueños abstrusos y en una atmósfera que es mezcla de Lewis Carroll y George Orwell, se ha lesionado de alguna manera la imaginación de la comunidad, si apelamos a los conceptos famosos de Benedict Anderson.

La imaginación lesionada

Luego de recordar la finitud del territorio —a partir del cual hay otras naciones— y la dificultad de que todos los miembros de una nación se conozcan, afirma Anderson que en la mente de cada miembro de la nación reside la imagen de la comunión de todos sus integrantes.

Y añade que la nación siempre se concibe como un compañerismo profundo, horizontal, con independencia de las explotaciones que puedan prevalecer. "En última instancia, es esta fraternidad la que ha permitido, durante los últimos dos siglos, que tantos millones de personas maten y, sobre todo, estén dispuestas a morir por imaginaciones tan limitadas".

Lo que Pinochet ahondó y purificó fue, en el sentido que Anderson interpreta, "el estilo" en que se imaginó a sí misma la mayoría de la comunidad chilena, puesta frente a condiciones inestrenadas, si se nos permite el pecado de trasladar a un ámbito interno —y a época acotada— la formulación de Anderson.

Y aquí no nos queda más que discrepar con lo que el catedrático llama "independencia de las explotaciones que puedan prevalecer". Estas explotaciones sí pueden desdorar, poner en crisis "el estilo" del imaginario nacional, al menos temporalmente.

Aunque Cuba no es ni con mucho el caso único en que se ha estropeado tal imaginería, situemos uno de sus gérmenes. La relevancia de la fraternidad disminuye cuando el ciudadano se sabe vigilado, investigado, delatado precisamente por sus vecinos, y esto sin el consuelo de la protesta por parte de la víctima. Lo anterior provoca acaso una depauperación colectiva de la autoestima. Y la padecen tanto el delator como el delatado.

Valdría entonces calcular qué sienten hoy los cubanos hacia aquel compatriota que no conocen y que en los albores de la Revolución fantasearon realmente como fraternal, hermano como suele decirse en Cuba. ¿No disminuye entonces el "compañerismo profundo, horizontal", la "comunión", la "fraternidad"?

Hagamos a los isleños la misma prueba que a los chilenos. Vayamos a Miami, por supuesto, e indaguemos allí cuántos se sienten orgullosos por haber apoyado a Fidel Castro en los últimos 48 años. No vale la pena imaginar la proporción de respuestas. Lleguemos hasta Madrid, París o Santiago de Chile y tampoco ganará la sensación de orgullo.

Quienes contesten lo contrario, anidarán la incoherencia palmaria de sentirse orgullosos por haber respaldado al régimen que los llevó a abandonar su tierra. En Cuba no tendría mérito la pregunta, dada la extendida doble moral, frase que hasta el oficialismo ha incorporado en aquellos temas que le conviene.

Quizá no constituya un disparate subrayar que cuando alguien tiene que salir de su patria, sobre todo sin ofrecer resistencia a las circunstancias que propiciaron el abandono, parte con una idea fragmentada de su comunidad. La suya será una comunidad menoscabada, que anhela quizá, inconscientemente, recomponerse en otra.

Conscientes en alguna medida de la crisis moral de la nación, la pregunta más gráfica y grave se plantea en la Isla todos los días: ¿Cuántos serían capaces de irse —adonde sea— si pudieran?

Desde la esclavitud

Muy válidas resultan las quejas de los demócratas isleños contra las ambivalencias de la Unión Europea hacia el caso cubano, contra la izquierda española en el gobierno o el socialismo chileno, por ejemplo. Pero el andar de la modernidad ha demostrado con creces que la solidaridad tampoco se mendiga, si queremos parodiar a Antonio Maceo.

La Isla, en fin, atraviesa actualmente la crisis ética más grave de su historia después de la esclavitud. Algo muy grave le ha sucedido a un pueblo cuando sus héroes —demócratas y libertarios— se cuentan prácticamente con los dedos de las manos.

Pero cambiemos otra vez de geografía y, por las calles de Santiago, hablemos con personas con más de 40 años. No pocas relatarán, como quien recuerda su apogeo biográfico, aquellos años de oposición a Pinochet.

En Cuba, entretanto, la imaginación de la nación sigue rota y enseña, a quien los quiere ver, sus mecanismos descompuestos. Tal vez, más temprano que tarde, dicha imaginación se reparará.


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