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| Opinión

¿Qué hacemos con los pakistaníes?

La presencia de los centenares de estudiantes pakistaníes en Cuba es un resultado de la megalomanía irrefrenable de Fidel Castro

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Primero me enteré por un amigo que vino de Cuba: unos estudiantes de medicina pakistaníes habían realizado una protesta en una escuela en el sur de Matanzas y hubo que mandarles una tropilla de ninjas antimotines. Parecía ciencia ficción. Luego vi algunas escenas en un video mostrado en uno de los programas de esa franja del amarillismo informativo que funciona en Miami. El programa era en sí más interesante que el video pues se trataba de dos comentaristas que no tenían nada que comentar sobre lo que en realidad no era nada, y de una conductora que alzaba los brazos al cielo como prediciendo el fin del mundo. Luego el video comenzó a ser reproducido por los nuevos condotieris de la gran industria del anticastrismo, los blogueros ultras, que también comenzaron a halarse los pelos ante la bárbara represión que estaban sufriendo los estudiantes pakistaníes.

No sé a qué se deben cosas así. Si a nuestra tendencia a la autoinmolación judeocristiana, si a los requisitos de inscripción a algún presupuesto, o si a las catarsis terapéuticas que necesitamos en nuestras soledades del exilio. O a todas. Pero en cualquier caso es ridículo que alguien se horrorice por el uso simbólico de los ninjas antimotines en Cuba. Suiza, país impecable en muchos sentidos, posee su cuerpo antimotines, con sus propios ninjas que saben aplicar todo la fuerza de la ley con toda la fuerza de sus brazos. Y no les faltan ni leyes fuertes ni brazos de igual signo. Chile, bajo gobiernos de izquierda y de derecha, ha usado sus ninjas de manera consistente, apaleando estudiantes y mapuches. Los canadienses —amables y pacíficos— azotan de lo lindo a los monos blancos cuando quieren sabotear las cumbres. Y al final, Cuba siempre ha tenido tropas especiales —una variante de tropas antimotines— y también desde hace mucho tiempo tiene los atuendos de rigor. De una forma u otra se han usado o se han mostrado lo suficiente para advertir con claridad que se pueden usar. No entiendo cual es el problema, pero de paso renuncio a averiguarlo. Hay muchas maneras de ser feliz bajo el cielo, y me imagino que blogueros, comentaristas y periodistas amarillistas lo son con lo que hacen.

Para mí el problema es otro

Confieso que cuando el amigo me contó del incidente, no recordaba que había un contingente de estudiantes pakistaníes en Cuba. Y me costaba asumir que hubiera un millar de jóvenes de Pakistán estudiando gratis en una isla del Caribe en bancarrota económica, que tiene que lanzar medio millón de personas de sus empleos, donde los servicios sociales flaquean, donde no hay viviendas, donde las calles están rotas y finalmente, donde hace pocos meses se murieron de frío unos cuantos pacientes del hospital siquiátrico. No, por supuesto de una nevada que en Cuba no hay, sino de ese frío interior que sobreviene y mata por el hambre y el abandono.

Pakistán no es precisamente un país pobre. Posee bombas atómicas, una economía que crece a muy buen ritmo y una élite política corrupta y con fortunas inconmensurables. Ciertamente es un país de terribles contrastes regionales y sociales. Pero aunque deseo lo mejor para los pakistaníes, me parece que ese es un tema que deben resolver ellos —con unas buenas elecciones o con una buena revolución— y no los cubanos con sus escuelas de medicina. Sobre todo porque no hay vínculos culturales o históricos entre los dos países, y es probable que la inmensa mayoría de los pakistaníes no tengan la menor idea de la existencia de Cuba y estén convencidos de que pueden vivir el resto de sus existencias sin enterarse.

La presencia de los centenares de estudiantes pakistaníes en Cuba es un resultado de la megalomanía irrefrenable de Fidel Castro que ha conllevado a una desatinada y costosa proyección internacional de la Isla.

Antes Cuba se enroló en varias guerras en nombre del internacionalismo proletario, pero en lo fundamental terminó apoyando regímenes africanos ultra-corruptos, o sumergidos en la piñata de la élite sandinista. En esas guerras se perdieron vidas y recursos que luego la sociedad añoró cuando, terminado el apoyo soviético, el país se hundió en la más brutal crisis económica de la historia nacional. Simultáneamente se formaron en el país miles de técnicos y profesionales del tercer mundo, la inmensa mayoría de los cuales hoy han engrosado las clases medias de sus países y sostienen boyantes negocios privados en las ciudades capitales o en las antiguas metrópolis. Esa ambición internacional sigue con el pago de becas a miles de extranjeros, incluyendo —junto a los pakistaníes belicosos— nada más y nada menos que a 500 estadounidenses.

No se trata, por supuesto, de que Cuba deba cerrar todas las puertas de sus relaciones y colaboraciones internacionales. No se trata de practicar el aislacionismo como antídoto contra tantas décadas de proyección costosa e irrentable. Personalmente creo que Cuba ha logrado una presencia internacional en una serie de temas que debe mantener a través de una diplomacia inteligente, flexible y realista. En materia de colaboración, apoyo que Cuba preste su ayuda a países afectados por calamidades de gran escala, sencillamente por razones humanitarias y porque es el tipo de ayuda que reclamaría a la comunidad internacional si Cuba fuera la afectada. Como apoyo, por la cercanía y los vínculos de todo tipo, que apoye a un país como Haití y de la manera abnegada como lo está haciendo esa joya social del país que es su personal médico. Pero de ahí a creer que tenemos una misión providencial y gastar en consecuencia, hay una brecha muy grande, insultante para los cubanos comunes empobrecidos, y que en nombre de la decencia y del sentido común, debe ser cerrada.

Es posible que esa brecha ya haya sido apreciada por el general/presidente cuyo sentido de la finitud de las existencias humanas no parece compatible con la estulticia megalomanía del hermano. Es posible que ya ande pensando en cómo sacudirse de pakistaníes y africanos sin hacer mucho ruido, para guardarse de las Moiras en tiempos en que los aliados externos flaquean y el futuro visible está lleno de angustiantes sobresaltos donde siempre hay más oportunidades de perder que de ganar. Y donde, reconozcámoslo, una gavilla de pakistaníes bramando en Jagüey Grande frente a otra gavilla de sudorosos ninjas antimotines, me parece algo que no merece más atención que la que le dan los periodistas amarillos de Mega y los tediosos blogueros en sus ansiedades.


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