¿Reunión de la migración y la nación?
Es difícil reconocer en el Estado cubano una representación legítima de la nación, de la misma manera en que no es posible llamar emigración a un grupo seleccionado a partir de su cercanía ideológica y emocional con ese mismo Estado
El miércoles en la noche recibí en mi computadora un mensaje colectivo de un diligente empresario cultural cubano-americano. Era una convocatoria de la Oficina de Intereses en Washington para celebrar una reunión con los migrantes cubanos en Estados Unidos.
El documento sufría de ese estilo aséptico que padecen los panfletos diplomáticos, y en particular los cubanos cuando se trata del tema de la emigración. Un estilo narcisista que disfruta su propia aspiración a la exactitud. Como para no dejar espacio a la interpretación, al menos entre los lectores entrenados.
No va dirigido a todos los migrantes, sino solamente a quienes “se vinculan con su país de manera respetuosa, conscientes de la urgencia de defender su soberanía e identidad nacional”. Y su agenda queda vagamente remitida a “la normalización de las relaciones entre la nación y sus emigrados, además de los efectos de la política norteamericana de hostilidad y bloqueo hacia Cuba y su manipulación del tema migratorio, así como la situación de los “Cinco luchadores antiterroristas”, presos injustamente en los EEUU”. Y para despejar cualquier duda sobre quiénes serán los elegidos, la propia oficina los escogerá y les enviará la invitación de rigor.
Por supuesto que a cualquier lector poco informado este documento pudiera suscitar muchas dudas, en particular si nos atenemos a las normas universales que rigen los procesos migratorios a nivel mundial y a las responsabilidades que deben tener los países emisores respecto a sus ciudadanos radicados fuera de sus jurisdicciones. Normas que, por cierto, son el resultado del avance de la propia noción de ciudadanía, sus derechos y la relación entre Estado y ciudadano. Pero normas de las que el Estado cubano no participa. Y por ello, la manera como esta conferencia ha sido convocada repite el mismo esquema autoritario, exclusivista, discriminatorio y antinacional que sus precedentes, y en particular de las cuatro que han tenido lugar desde 1994.
No hay espacio para dudas: nada parece haber cambiado.
El propio título de la convocatoria es contradictorio. Se habla de la Nación y de la Emigración, como si en ella participara una y otra. Cuando en realidad es difícil reconocer en el Estado cubano una representación legítima de la nación, de la misma manera en que no es posible llamar emigración a un grupo de personas seleccionadas a partir de su cercanía ideológica y emocional con ese Estado. No es la nación y la emigración quienes se reúnen, sino un Estado de dudosa legitimidad no sometido a escrutinio electoral y una parte aquiescente de los emigrantes cuya composición sociológica e ideológica difiere sustancialmente de lo que es realmente la emigración. Pues, habría que puntualizar, Cuba no es solamente una muy alta emisora de migrantes a nivel planetario, sino que sus políticas migratorias le convierten en una emisora por excelencia de migrantes politizados debido a la propia política de destierro, exacciones económicas y limitaciones de todo género que el Gobierno impone a sus emigrados.
Por otra parte, el título de la convocatoria establece una dicotomía fatal entre Nación y Emigración. Son dos cosas diferentes que dialogan, y una sola de ellas es la nación. De manera que a pesar de que los cubanos emigrados financian buena parte del consumo familiar en Cuba, que se les pide que inviertan, que son productores de lo que llamamos cultura cubana, etc. son un apéndice externo al cuerpo de la nación.
El asunto queda tal y como lo definió el defenestrado Pérez Roque en 2008, según él, “sin esquemas ni maniqueísmos”: “Emigrar —dijo— es un derecho, fijar la residencia en el exterior es una decisión de cada cual”, contrastable con otra evidentemente superior: “vivir las privaciones y los peligros, pero también las satisfacciones de defender a la patria aquí”. “Es un acto totalmente voluntario, una decisión personal”.
En realidad lo que el Gobierno cubano hace es lo mismo que según Julio César Guanche hacía un rapero habanero: regurgitar el contenido ideológico secular de la revolución en retirada y arrojar un manto patriótico cargado de emociones sobre los ríspidos problemas de la nación concreta. Aunque, obviamente, el rapero de Guanche debió hacerlo con más gracia y ritmo que el grotesco ex canciller, que de tanto interpretar a cabalidad los deseos de Fidel Castro terminó intoxicado con las mieles del poder.
Si los funcionarios cubanos vuelven ahora sobre el tema de la emigración es porque necesitan desesperadamente la participación del dinero de los emigrados en la reconversión capitalista de la sociedad cubana y de la propia élite postrevolucionaria en burguesía. Por eso, donde queremos ver una parte de la nación, el Gobierno cubano ve una emigración diferente de ella. Donde queremos ver ciudadanos con derechos —siquiera con los magros derechos que tienen los cubanos comunes— el Gobierno ve remesadores, turistas e inversionistas. Donde queremos ver un puente para el entendimiento, el Gobierno cubano prefiere ver la formación de un lobby político para lograr aceso al mercado americano.
Todo ello plantea un serio reto político, pero también moral, a quienes decidan participar en esta reunión con agenda prefigurada. El Gobierno cubano va a ampliar la convocatoria a otras personas diferentes a los miembros de las asociaciones prohijadas por las embajadas cubanas. Necesita hacerlo. Pero serán cooptaciones puntuales que no implican un cambio cualitativo, sino solo una ampliación utilitaria del diapasón.
Quien acepta participar, desde mi punto de vista, no cruza un rubicón ético, ni se convierte en un impresentable político. Pero si acepta debe saber que estará legitimando un proceso que no lleva a la normalización, sino a la perpetuación de la separación, del ostracismo y de la explotación de los emigrados por un Estado parasitario y autoritario. Debe saber que, no importa ahora sus intenciones, está legitimando la discriminación.
Si el Gobierno cubano desea realmente hacer algo diferente, debe renunciar a controlar la composición de esta reunión, lanzar la agenda a debate y finalmente prometer algún efecto vinculante entre los acuerdos y las políticas que se adoptarían.
Y nosotros debemos exigirlo mediante todos los medios que poseamos.
Repito lo que antes dije: o elevamos nuestras demandas por encima del cadalso, o terminamos apuntalando el cadalso.
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