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Cuba, Prensa, Represión

Sensacionalismo, violencia y la prensa cubana antes de 1959

En Cuba la moderación fracasó cuando era más necesaria. Terminó por imponerse la violencia

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En 1951, Aureliano Sánchez Arango, ministro de Educación del gobierno Auténtico de Carlos Prío Socarrás, acusó a Eduardo R. Chibás —el más popular político cubano del momento— de especular con el café y explotar a los campesinos. Chibás, al frente del Partido Ortodoxo, respondió con otra denuncia: el ministro estaba enriqueciéndose con los fondos del desayuno y material escolar, y con el dinero sustraído construyendo un reparto en Guatemala. Luego, al no poder demostrar los cargos, Chibás se disparó un tiro en el bajo vientre, el 5 de agosto de ese año. Murió 11 días más tarde.

El suicidio de Chibás abrió las puertas al golpe de Estado de Fulgencio Batista, que se produce unos meses más tarde. Lo ocurrido esa tarde de domingo galvanizó la situación que llevó a Fidel Castro al poder. Un disparo único de arma corta fue el detonante de una crisis nacional que aún persiste.

Hay un par de detalles que valen la pena destacar en ese hecho trágico. Uno es que Chibás se suicida durante la transmisión de su popular programa radial: una salida histriónica. El otro es que luego la revista Bohemia publica en portada la imagen del cadáver del político, con un ejemplar de la publicación colocado sobre el pecho, entre sus manos inertes. El título de portada: “Con el último ejemplar de Bohemia entre sus manos”.

El alcance de estos dos detalles, a primera vista anecdóticos, trasciende lo ocurrido. El suceso real se convierte en parábola para marcar el destino de la nación, por una vía iniciada con anterioridad pero que a partir de ese momento será definitoria: la violencia como recurso socorrido para zanjar una disputa (en este caso Chibás la ejerce contra sí mismo, pero por lo general será contra el otro). El factor emocional —llevado al extremo del irracionalismo— como estímulo para impulsar la actitud ciudadana. Muchas de las imágenes de la revista Bohemia, las publicadas durante los períodos sin censura tras la instauración de la dictadura de Fulgencio Batista, y especialmente las aparecidas en los tres números especiales editados luego del primero de enero de 1959, jugarán un papel primordial en el acondicionamiento del estado de ánimo nacional, que será aprovechado al máximo por Castro. No es que las imágenes no fueran reales, pero su explotación con fines sensacionalistas contribuyó a la aceptación o asimilación de un orden que poco a poco —o a veces de forma vertiginosa— se impuso como una salida a la crisis del país.

En última instancia, fue el uso de la violencia gubernamental y paragubernamental lo que llevó a la caída del régimen de Batista. También esta se convirtió en el recurso más empleado frente a la ilegitimidad del gobierno establecido tras el golpe de Estado de 1952. Desde el inicio, la táctica de acción y sabotaje cumplía un fin estratégico muy preciso: llevar a un aumento del terrorismo de Estado.

Además de la represión y la violencia, el segundo factor decisivo para el triunfo de Castro fue el hábil uso de la propaganda. La prensa del país, que contaba con 16 periódicos en 1959, un amplio número de cadenas de radio y una televisión sumamente avanzada no solo resultó incapaz de influir en el logro de una solución negociada del conflicto, sino que en buena medida —de forma consciente o inconsciente— contribuyó a la victoria castrista.

Esto no quiere decir que se tratara de un medio cómplice en la mayoría de los casos —en lo que respecta a la prensa cubana, la norteamericana es otro asunto—, sino que las condiciones del país le impidieron desarrollar otras vías.

Frente al terror generalizado en los últimos meses de permanencia de Batista en el poder, la prensa —censurada en muchas ocasiones— pudo hacer bien poco. Cuando Manuel Urrutia, en su función de presidente de la Sala Tercera de lo Penal de la Audiencia de Oriente, dictaminó que fueran absueltos un grupo de supervivientes del desembarco del yate Granma, que se encontraban presos, Batista respondió airado e hizo que el ministro de Justicia estableciera una demanda contra el magistrado. Entonces el conservador Diario de la Marina instó a Batista para que actuara de acuerdo a la Constitución y celebrara elecciones anticipadas. Pero el dictador se mantuvo firme en la fecha programada.

En otro caso, cuando fue arrestado Antonio Buch, el jefe de información del 26 de Julio en Santiago de Cuba, sus familiares acudieron a The New York Times y no a la prensa nacional. El diario norteamericano publicó una protesta, y es muy posible que esta impidió que el revolucionario fuera ejecutado.

No siempre, por supuesto, el papel de la prensa nacional fue tan limitado. Pese al esfuerzo gubernamental para que no se informara sobre el plan de mediación de los obispos cubanos, entre los cuales se encontraba Monseñor Pérez Serante, la información apareció publicada. En muchas ocasiones el propio Castro se sirvió de la prensa establecida para dar a conocer sus opiniones, incluso cuando estaba “alzado”. Por ejemplo, el llamado “Manifiesto de la Sierra” apareció en las páginas de Bohemia.

La moderación fracasó cuando era más necesaria. Terminó por imponerse la violencia. Quizá resulte injusto exigirle tanto a la prensa de entonces, o en cualquier otro momento de la historia de la Isla —sobreviviente a todos los naufragios, pero sin dejar de ser naufraga siempre. No por ello deja de ser lamentable.


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