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Tocqueville, Lamartine, Revolución

Tocqueville sobre Lamartine: las similitudes de hoy y las ilusiones de ayer

La opinión de Tocqueville contrasta con el reconocimiento de enciclopedia y gratitud de monumento y tarja pública que suele recibir la figura de Lamartine

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“No sé si he encontrado, en este mundo de ambiciones egoístas en cuyo seno he vivido, un espíritu más vacío que el suyo de pensamiento sobre el bien público. En ese medio he visto a una multitud de hombres trastornar al país para engrandecerse. Es la perversidad corriente. Pero él es el único, creo, que siempre me ha parecido dispuesto a desquiciar al mundo para distraerse”, escribe Alexis de Tocqueville sobre Alphonse de Lamartine.

“Tampoco he conocido un espíritu menos sincero ni que mostrara por la verdad un desprecio tan grande. Cuando he dicho que la despreciaba me equivoco; no la honraba lo bastante para ocuparse de ella en manera alguna. Al hablar o escribir, se sale de la verdad o vuelve a entrar en ella sin el menor cuidado: le preocupa únicamente un determinado efecto que quiere producir en ese momento”, agrega.

En 1851 Tocqueville señala en sus Souvenirs: “Ha habido sin duda revolucionarios más malvados que los de 1848, pero no creo que los haya habido más estúpidos”. Y a continuación añade que los sucesos “del 24 de febrero habían sido la parodia de otras escenas revolucionarias… Todo lo que vi aquel día llevaba la huella visible de esos recuerdos [Lamartine había publicado su Historia de los Girondinos un año antes, en 1847] y siempre me parecía que todos se preocupaban mucho más de representar la Revolución francesa que de continuarla…”.

La opinión de Tocqueville contrasta con el reconocimiento de enciclopedia y gratitud de monumento y tarja pública que suele recibir la figura de Lamartine desde hace muchos años: el ideólogo moderado cuyos esfuerzos culminaron en la abolición de la esclavitud y la pena de muerte; su labor en hacer valer el derecho al trabajo; el político idealista que favoreció la democracia y el pacifismo.

Aunque el reproche de Tocqueville va mucho más lejos, y se extiende a todo el pueblo francés, al que critica por manifestar un “espíritu literario en política”, que lo lleva a estar siempre en contra, a complacerse en la oposición.

“Lo que llamo el espíritu literario en política consiste en buscar lo ingenioso y lo novedoso por encima de lo verdadero, en preferir el adorno a lo útil, en mostrarse muy sensible a la buena actuación y elocuencia de los actores, independientemente de las consecuencias de la obra, y, por fin, en juzgar basándose en impresiones más que en razones”, afirma Tocqueville, que añade: “el pueblo francés en lo general, juega a la política como un hombre de letras”.

Entre todos los posibles forjadores de una nación o un proceso social, el literato es el menos apto para comprender el funcionamiento del Estado. Solo demuestra

plena competencia en los tiempos de revolución, porque en el vacío de poder causado por la abolición de la autoridad, tiene la facultad de imaginar que los problemas pueden resolverse por la actitud o la fraseología. ¿No es sintomático que los hombres de 1789 se hayan inspirado en Rousseau y no en Montesquieu, un espíritu sólido y profundo que nunca cae en las facilidades del talento?, reflexiona Tocqueville, al que luego cita Emile Cioran en su obra póstuma Antología del retrato.

Los escritores prestan atención a las causas generales de los procesos políticos, particularmente a esos “sistemas absolutos” que Tocqueville declara odiar, los cuales en realidad son “estrechos en su pretendida grandeza y falsos en su aire de verdad matemática”. Por ello prefiere a los políticos, que por el contrario viven involucrados en los acontecimientos diarios, en los cuales todo lo atribuyen a los incidentes en los que están involucrados, sin pretender la grandeza histórica ni buscar utopías.

El espíritu literario en la política es el de un tirano, y la mejor prueba contra él es la terquedad de los hechos, sostenida por la imprevisibilidad del azar.

Luego, en Estados Unidos, aceptará con elogio la mediocridad generalizada de la democracia y solo apelará a los sentimientos religiosos —resabio de aristócrata— para buscar y exigir la elevación en el individuo: lo demás, la grandeza, reside en la mayoría.

Pero tras ese desdén por los “literatos” en medio de una revolución, Tocqueville está manifestando también sus temores ideológicos, en especial hacia el socialismo.

Así lo manifiesta en Souvenirs cuando afirma que “el socialismo seguirá siendo el personaje esencial y el recuerdo más temible” de la Revolución de 1848.

No hay que olvidar que Tocqueville —además de autor de la siempre citada Democracia en América— no solo se distinguió como un escritor de memorias, con una curiosidad insaciable sobre hombres y acontecimientos, y un pleno dominio para describirlos, sino que en los años 1848 y 1849 fue miembro de la élite política de la Monarquía de Julio, ocupó un lugar en la Cámara de Diputados y en ambas asambleas de la Segunda República. Luego, en 1849 y durante breve tiempo, ministro de Estado. Así que además de historiador y analista formó parte de los actores de los hechos: personaje y narrador.

Y por supuesto, no estaba libre de prejuicios políticos e ideológicos propios de su clase social, por lo que consideró el alzamiento de los trabajadores parisinos en 1848 como un producto de la ignorancia de estos de las leyes inmutables de la economía política, además de la influencia malsana de ideas socialistas desequilibradas, y no como una consecuencia del hambre, el desempleo y la desesperación. De hecho, al final la ola reaccionaria no solo barrió con los sublevados e iracundo sino también con los moderados como Lamartine y los más moderados aún como Tocqueville.

La aversión de Tocqueville al fantasma del socialismo y al lirismo revolucionario de Lamartine terminaron conspirando en contra de su popularidad entre sus conciudadanos por más de un siglo. Mientras la izquierda lo consideraba un hipócrita y un malvado por su oposición a las demandas obreras en junio de 1848, y por buscar alianzas entre los mas poderosos para facilitar la toma del poder de Louis Napoleón, la derecha y la aristocracia (incluyendo a la mayoría de los miembros de su familia) lo rechazaron al considerar que había simpatizado “demasiado” con las manifestaciones. Todos terminaron con la opinión de que mientras parecía alabar la democracia en Estados Unidos con su estudio, en la práctica había impedido su avance en Francia durante sus diez años como político.

Por ello en los Souvenirs uno encuentra ocasionales auto incriminaciones a su hipocresía de 1848. Conservador y liberal al mismo tiempo, defensor del parlamentarismo, el cronista de la democracia estadounidense tenía reservas sobre dicho sistema político en general.

Sin embargo, leer a Tocqueville con unos espejuelos bifocales, que permitan alabar su lucidez y condenar su ceguera ocasional, puede resultar más decepcionante que sabio.

Mejor considerar el relato fluido donde la agudeza tropieza con la decepción y las ilusiones perdidas permiten ver más allá de lo limitado de un paisaje en blanco negro: de Antiguo Régimen y Revolución.


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