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Todos quieren ser Fidel Castro

Miguel Díaz-Canel, hasta ayer un abúlico e inepto presidente de Cuba, hoy, gracias a todos ustedes, en el paroxismo del disfrute fidelista: ya tiene una guerra

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El mismo Fidel me lo dijo una vez: «La Revolución crea un mimetismo. Se proyecta tras ella como una sombra». Me estaba explicando el origen de los alzamientos contrarrevolucionarios de los años 60 en el Escambray y como tuvo que liquidarlos a sangre y fuego para enseñarles que el único movimiento guerrillero que había tomado el poder en Cuba —y en la brevedad de dos años— había sido el suyo. La lección, que se ha mantenido reservada para eludir una ilusoria guerra en las montañas, se mantiene, empecinada, en una variante puramente formal: la necesidad de imitar ciertos atributos de la leyenda; vieja, atribulada, magullada, pero aún dominando la conciencia cubana.

Todo se concentra en la imagen de Fidel Castro. Es una producción en cadena de líderes opositores, disidentes, contrarrevolucionarios, o como quieran llamarles, que comenzó a mediados de los 60 con el surgimiento de los primeros grupos de la llamada disidencia interna, en los que descollaron Ricardo Bofill y Elizardo Sánchez como sus líderes originales, ambos muy influidos por los checos que finalmente tuvieron su aleve reinado con la Primavera de Praga, y termina (por lo pronto) con el actual Yunior García, un joven dramaturgo de obra totalmente desconocida pero con un dominio del fluido verbal que sin duda cautiva a sus seguidores en la Internet. Muchas palabras. Libertad, democracia, derechos humanos. Y repetidas hasta el cansancio y hasta vaciarles de todo significado. Esto explica el fracaso de todos los intentos por sacar a los actuales gobernantes de Palacio.

Pero ellos insisten. Parecen no entender que el aparato burocrático instaurado en el poder por una revolución solo puede ser derribado por las armas o, como es hábito en los países socialistas, desde adentro y por otra burocracia igualita pero más deseosa de ajustarse a los nuevos tiempos. (Den por seguro que si alguien va a desplazar del poder en Cuba a los actuales personeros son los coronelitos y funcionarios del segundo nivel que a sus espaldas rumian sus ambiciones, conspiran, esperan.)

Hasta hace pocas semanas había otros líderes en la palestra, cada uno con un invento propio para alimentar su protagonismo. (Puro método fidelista.) Desde huelgas de hambre (hubo como cuatro episodios en lo que semejaba una promoción de faquires) y la nueva hornada de protestas callejeras.

En todos los casos, curiosa situación, son manifestaciones que han ocurrido bajo la égida de Raúl Castro, y sin duda que él ha sido el responsable de su propia desdicha. Ignoró el principio básico de Fidel de que la Revolución nunca podía dejar que le ganaran la calle. Se creyó su propio cuento de que se podía transitar de las violencias de un proceso revolucionario a las bondades leguleyas de una república.

Por el otro lado, lo peor es que estos muchachos de la oposición no se dieron cuenta de la extraña ilusión de Raúl y no la aprovecharon. Se tiraron de cabeza a exigir que Raúl y los suyos depusieran las armas y se entregaran. En realidad, no se trata de gobernar. Se trataba de apoderarse del Estado (¡otra vez Fidel!). Pudieron efectuar un movimiento de circunvalación y sumarse a las estructuras en vez de optar por el enfrentamiento y la gritería. Convirtieron además su programa —para llamarle de alguna manera— en una absurda lucha generacional, como si los actuales gobernantes no anduvieran —como norma del equipo— en los 40 años de edad. Amigos, entiendan, la vieja guardia completa ya está en el cementerio o se ha jubilado, incluido Raúl (hasta que no queda más remedio que sacarlo de la cama y exhibirlo con su temible atuendo militar).

Por otra parte —y esto es muy importante—: todavía nadie me ha dicho qué piensan hacer con los 700.000 militantes actuales del Partido Comunista de Cuba y los más de 400.000 de la Unión de Jóvenes Comunistas (juntos superan el millón de personas, en una población de 11 millones, sin obviar dos cosas esenciales: son organizaciones selectivas, no abiertas a la afición y que debe descontarse a los niños y adolescentes, así como a la población mayor generalmente jubilada que como se sabe en Cuba es grande). ¿O acaso también ellos se van a entregar, enmudecidos los cientos de miles de Kalashnikovs de las unidades de la reserva?

No creo que en Cuba haya sitio en la mesa para una Operación Jakarta o para los asesores chilenos de Pinochet. Mas es por aquí, por esta zona de la historia, donde resurge con toda su fuerza la presencia fatal de los más de dos millones de cubanos que viven al otro lado del Estrecho de la Florida. Miami y sus mercaderes de mano dura y sus insurrecciones a saltos que, desde luego, deben implementar sus primos o antiguos vecinos que residen en Cuba. Ellos ponen las arengas de combate y la orquesta con sus himnos de guerra a ritmo de conga trasmitidas a toda potencia desde las emisoras en la ciudad del sol. Pero ustedes deben poner el lomo. Ahí, donde las turbas fidelistas se complacen en despellejarlos. Y, sin olvidar, la gratitud eterna del compañero Miguel Díaz-Canel, hasta ayer un abúlico e inepto presidente de Cuba, y hoy, gracias a todos ustedes, en el paroxismo del disfrute fidelista: ya tiene una guerra. Ya dispone de una confrontación legítima. Por fin puede llamar a las armas. Por fin —él también— puede encarnar a Fidel Castro.

Publicado en la Repubblica como «Tutti vugliono essere Fidel, l´opposizione sbaglia strategia» (Todos quieren ser Fidel, la oposición es una estrategia equivocada). Se reproduce con la autorización del autor.


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