Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Política internacional

Un rasero para medir el “doble rasero”

Los cómplices del régimen cubano no se limitan a señalar las manchas en materia de derechos humanos en la Unión Europea y EEUU, sino que apelan a una curiosa sinonimia que debería ofender a los defendidos

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Es propio de algunos niños, no pocos adultos e, incluso, algunos gobiernos, protestar y defenderse enérgicamente cuando son “castigados” por alguna falta utilizando el recurso de la analogía que, en el fondo, lo es del “doble rasero”. ¿Por qué sólo a mí si otros también lo hacen? ¿Qué derecho tienes a criticarme si tú también haces esto o aquello? Con lo que indican que si ellos son castigados y/o criticados, ese castigo y/o crítica debe hacerse extensivo por igual a todos los que delinquen, a la vez que exigen que, en última instancia, esa justicia sea administrada por jueces irreprochables; y si no es así que no se administre en absoluto. Esto es, que en caso contrario (que es lo que en la práctica suele suceder) tales niños díscolos, adultos delincuentes y gobiernos totalitarios, se sienten “moralmente autorizados” para continuar siendo díscolos, delincuentes y totalitarios, con total impunidad.

Es lo que me sugieren no pocas señales de la política exterior del régimen cubano. Veamos un ejemplo reciente:

“Se dice que la llamada Posición Común quedó superada. Ya veremos, los hechos dirán, pero la UE sueña si cree que podrá normalizar las relaciones con Cuba existiendo la llamada Posición Común. (…) No le reconocemos autoridad moral ni política alguna para criticar en materia de derechos humanos”. Con estas palabras el canciller de la dictadura comunicó el rechazo a la decisión de la Unión Europea de abrir una etapa de contactos y reflexión antes de abolir la llamada Posición Común que, como es sabido, condiciona las relaciones de Europa con la Isla a los avances en el respeto de los derechos humanos. Decisión, por otra parte, que encierra una contradicción palmaria: pretende mantener dicha posición al mismo tiempo que se propone “superarla” o rebasarla actuando como si ya no existiese, o existiese pero de un modo más light, que es otro modo de anularla aunque sea por etapas. Sólo que el régimen no suele atenerse tanto a las sutilezas de la praxis como al aspecto, la evidencia y la radicalidad del discurso que, en este caso, es la explicación del resultado que intenta equilibrar las voluntades disímiles de la UE, aunque sea mediante esa paradoja.

Pero lo que me interesa de estas palabras es que ejemplifican muy bien lo antedicho. En primer lugar, rezuman “energía” que, en el contexto, equivale a ira, rencor, arrogancia e irresponsabilidad. En segundo, apelan al antedicho flaco argumento de la analogía o del “doble rasero”. En el ejemplo debemos inferir que el flamante Canciller se refiere, entre otros, a la prohibición suiza de los minaretes musulmanes; la expulsión masiva en Francia de gitanos de la etnia romaní; la prohibición en Francia y Holanda del uso público del velo islámico integral —burqa o niqab—; o el linchamiento en Calabria, Italia, de inmigrantes sin papeles. También cabría añadir los atentados que sufre la libertad de expresión en España y otros países democráticos, mediante el control de numerosos medios de prensa por parte de ciertos gobiernos autonómicos, y que ha dado pábulo a insólitas comparaciones con lo que en esa materia sucede en Cuba.

En efecto, una mirada, por somera que sea, sobre Europa, alarma. Máxime si no se olvida el terrible Holocausto que se saldó con la vida de más de seis millones de seres humanos, ni las muertes documentadas en el sistema de campos de trabajo correctivo y colonias, las ejecuciones de “contrarrevolucionarios” durante el período del Gran Terror y la de campesinos en lugares de asentamiento forzoso de trabajo de la URSS.

Por eso los cómplices del régimen cubano suelen ir más allá y enriquecen los argumentos con un giro realmente pedestre. Estos no se limitan a señalar, a modo de barreras, las manchas en materia de derechos humanos que surgen por doquier en la Unión Europea y EEUU, sino que van más lejos y apelan a una curiosa sinonimia que, si se mira bien, debería ofender a los defendidos: Señalan, por ejemplo, a China e Israel, y preguntan: ¿Por qué no se les exige a la par que a Cuba? O, lo que es lo mismo, ¿por qué no hay una Posición Común ni un embargo comercial que presione sobre ellos como lo hace sobre el cubano? Y con ello concluyen que las presiones sobre la dictadura son hipócritas, injustas y… absurdas, porque las condicionan el poco interés económico que, por razones obvias, despierta la Isla.

Y lo peor es que este silogismo parece lógico. Al menos se lo parece a aquellos que no han abandonado el estado mental de una infancia díscola y tramposa. Puesto que cualquier análisis global hace que las contradicciones se manifiesten con fuerza suficiente para desarmar las convicciones si son inteligentes, que algunas hay.

Es evidente que la economía, aun sin Marx, condiciona, más o menos de modo soterrado, dichas actitudes. Lo que eso representa en el campo de la moral es otro tema. Veamos tres casos: el de España y el de Canadá en Cuba, y el de EEUU en el Medio Oriente. El Gobierno de España ha sido honesto en este acápite y lo ha reconocido: Al referirse a sus relaciones con Venezuela y Cuba ha hablado sin ambages de “intereses empresariales” que no deben ser perjudicados y que, por ello, obligan a actuar con cautela. ¿Y acaso Canadá, uno de los más importantes inversionistas en la Isla, no ha mantenido también una actitud tibia frente a los excesos de la dictadura? O sea, que ahí estamos ante el mismo problema, sólo que en la otra dirección. Pero a la vez el petróleo del Medio Oriente parece estar en el meollo de las guerras desatadas por EEUU en esa región, aunque se presenten como cruzadas de la democracia contra dictaduras que, por la vía del terrorismo islámico, amenazan la seguridad de Occidente. O sea, por un lado tenemos la “cautela” política hacia el régimen cubano por países con intereses económicos en la Isla, y por otro la violencia militar hacia los países del Medio Oriente por parte de EEUU con intereses parecidos en la región, cuando estos son amenazados. Lo que puede llevarnos a la fácil conclusión de que el interés económico puede servir lo mismo para que se tolere una dictadura como para que se le ataque del modo más radical, según qué actores.

Por supuesto, no pretendo interpretar en tan corto espacio una situación cuya complejidad es evidente; sólo quiero advertir sobre sus matices y recordar que, en cualquier caso, con Cuba —y discúlpenme el pleonasmo—, si exceptuamos las hasta ahora ineficaces presiones económicas y políticas, ha sucedido sólo lo primero. Diga lo que diga el régimen, lo cierto es que tanto los que tienen intereses (España, Canadá) como los que los tuvieron y/o los ven amenazados (EEUU) han prescindido del uso de la fuerza por igual, limitándose a presionar exclusivamente en el ámbito político y, en el caso de EEUU, en el político y el económico.

Y gracias a eso ahí están. Continúan utilizando al pueblo como conejillo de indias, mientras la izquierda ya desfasada de todo el mundo —esa cuya razón de ser viene de los “años duros” del siglo XX y que tanto daño hace a la izquierda— aplaude o calla; y la izquierda moderna, auténticamente demócrata que quiero imaginar anda por ahí, aún no ha definido su corpus, su cuerpo ni su territorio y, por tanto, apenas existe.

De modo que el terreno sigue siendo fértil para que medren estas actitudes. El odio a EEUU por un lado; la desinformación sobre lo que sucede en Cuba por otro; y la indefinición de esa izquierda que se necesita para contrarrestar las visiones extremas y poco creíbles de la izquierda y de la derecha tradicionales, por un tercero, abonan el panorama.

Sin embargo, lo curioso es que en lo que a Cuba respecta hay una cuestión de lógica elemental que, ilógicamente, se pasa por alto. ¿Debe existir alguna duda respecto del carácter dictatorial de los hermanos Castro?; ¿sobre el totalitarismo imperante en la Isla?; ¿en relación con la violación de los derechos civiles y políticos de los cubanos? ¿Alguien razonablemente cuerdo puede justificar la censura, los juicios sumarísimos, las largas condenas por disentir pacíficamente, los destierros, las detenciones arbitrarias, los actos de repudio, y todas las contravenciones de los derechos humanos contenidas en numerosas leyes y actuaciones del régimen? ¿Puede considerarse que ése es un precio razonable por la sanidad y la educación aparentemente avanzadas y gratuitas? ¿Y debe considerarse un argumento válido a favor del pecador en cuestión, ése que consiste en señalar el tratamiento que se hace de los pecados cometidos por otros?

Si la respuesta es No (y debe serlo), ¿puede considerarse serio el hecho de que se intente desviar la atención hacia otros lugares del mundo —sea EEUU, Europa o China— donde de la misma manera se cometen violaciones, para pedir que en Cuba también se permita y se deje en paz a la dictadura?

¿Acaso se deja en paz a EEUU, a Europa y a China (por ceñirme a los ejemplos utilizados) cuando se les descubre en falta? ¿Acaso estos países acuden al infantil procedimiento de intentar escurrir el bulto señalando a Cuba? ¿Es decir, acudiendo al recurso de la analogía o el “doble rasero”?

Lo de los “castigos” o las valoraciones es otra cosa. Pero no olvidemos que el régimen cubano ha intentado e intenta “castigar” y valorar negativamente al capitalismo por todos los medios y en todas las circunstancias. Lo que sucede es que para que eso sea viable tienen que concurrir algunos factores que el régimen no posee, o posee en grado insuficiente o los que posee son de otra naturaleza. Y cada cual, incluso el propio régimen, hace lo que puede.

A los que corresponde hacer no lo que pueden, sino lo que deben, es aquellos que intentan comprender y juzgar el conjunto. A esos —intelectuales, periodistas, gobiernos demócratas, derecha de centro e izquierda que quiero imaginar existe más allá de la aberración conocida— toca exigir, con un único rasero, que el ser humano viva con dignidad allí donde viva. También en Cuba.



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