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Monumentos, EEUU, Minorías

Vigencia de un gran milagro

Querer violentar, alterar o trastocar el orden de este país desde la perspectiva de una población minoritaria es sencillamente ridículo

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El derribo y la profanación de monumentos se ha puesto, súbitamente, de moda. La protesta contra el establishment asume un rostro iconoclasta. En Estados Unidos, los activistas del Black Lives Matter [Las vidas de los negros son importantes] han emprendido una campaña de agresión contra las representaciones institucionales. No se trata, como algunos creen y postulan, de una protesta contra el racismo, sino de una sublevación contra el orden establecido.

Hay muchos en Estados Unidos que sienten un profundo complejo de culpa por quienes son y por los privilegios que disfrutan. Creen que el ser blancos, de descendencia europea, los hace necesariamente cómplices de la discriminación racial que ha permeado la historia de este país y que, según las víctimas, sigue estando presente en el ámbito institucional, social y laboral más de medio siglo después de que los derechos civiles se impusieran como ley para todos. Los actos vandálicos contra monumentos de nuestra tradición europea se proponen resaltar el descontento de una minoría frente a lo consagrado.

Yo creo que los iconoclastas no tienen razón, aunque el orden institucional no los represente en su totalidad. Esta sociedad (tanto en Estados Unidos como en el resto de los países de América, con mayor o menor grado de integración) es un trasplante de la civilización europea (la más avanzada y abarcadora que ha producido la humanidad) y de la cual no tenemos de qué avergonzarnos, a pesar de la conquista territorial, del colonialismo, del imperialismo y del racismo que le sobreviven como rémoras.

Occidente —del que la conquista europea nos hace herederos— es un estamento superior de la Historia, en el cual América entró por la fuerza hace poco más de cinco siglos y que, con luces y sombras, grandezas y miserias, es el mundo que tenemos, inextricablemente asociado a nuestra identidad.

El gran problema de algunos portavoces de grupos minoritarios (afroamericanos o nativoamericanos) es que se sienten subrepresentados en el sistema económico, político y social de una república como Estados Unidos. ¿Es eso cierto? Sí. ¿Puede o debe alterarse radicalmente en su beneficio? No, sería un absurdo. La sociedad estadounidense es un calco de la sociedad europea con notables mejoras. La lengua, las instituciones públicas, la manera de organizarse y de elegir a sus representantes (incluso desde la época colonial en el ámbito municipal), la ciencia y las tecnologías para la explotación del suelo y el desarrollo de la industria, la moral que sustenta la política, la religión que se práctica… Todo, absolutamente o en un porcentaje abrumador, es el aporte de la población dominante que trasplantó a este suelo los hábitos y saberes de Europa.

En comparación, las contribuciones de las forzadas migraciones de africanos y de las sometidas y desplazadas poblaciones nativas es casi insignificante. Este país es el resultado del expolio y la transformación que trajeron los conquistadores. Sus próceres fundadores fueron, casi sin excepciones, miembros de una élite ilustrada que, al mismo tiempo, estaba compuesta de hacendados esclavistas. Ese baldón no invalida su papel ni la fundación de un Estado que, por principio, estaba destinado a corregir esos errores.

Así como la moral que censura la conquista española de América es la moral del conquistador —Las Casas, Montesinos, Vitoria— y así como Gran Bretaña, propulsora de la trata negrera, es el primer país que la prohíbe; la esclavitud es denunciada y combatida, en Estados Unidos, por muchos blancos en posiciones eminentes, como el presidente Abraham Lincoln (a quien algunos acusan de racista y quien tal vez lo fuera, pero que se impuso a sus propios prejuicios al proclamar la abolición de la esclavitud), o el presidente Ulysses Grant, una de cuyas estatuas fue recientemente agredida, y quien, pese a tener esclavos, fue uno de los caudillos de la Unión contra la Confederación esclavista.

Querer violentar, alterar o trastocar el orden de este país desde la perspectiva de una población minoritaria es sencillamente ridículo. Los fundamentos de la nación son los que nos trajeron y legaron los inmigrantes que vinieron de Europa. Los demás (negros, nativos, latinoamericanos, etc.) pueden más bien aspirar a fundirse en ese crisol y hacer suyos esos valores que terminarán por borrarles cualquier estigma y librarlos de cualquier prejuicio. No se trata de sublevarse contra el orden que nos ampara a todos, sino de reclamar la parte que a cada cual le toca en él. El gran milagro americano consiste, precisamente, en su permanente capacidad de transformación y de reforma: el que personas de diversos credos, razas, tendencias e ideologías puedan encontrar su puesto en ese marco —firme y no obstante dúctil— de criterios preestablecidos.


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