Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Con pasos de tinta y papel

La crítico Isis Wirth recién acaba de publicar el volumen 'Después de Giselle: estética y ballet en el siglo XXI'.

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El reciente libro de Isis Wirth, Después de Giselle: estética y ballet en el siglo XXI, viene a confirmar un fenómeno que no se ha mencionado lo suficiente. Que Cuba ha producido fenomenales bailarines, ya se sabe. Que el Ballet Nacional de Cuba (BNC) es una de las compañías más sólidas del mundo, no es secreto. Que el Festival Internacional de Ballet de La Habana se cuenta entre los principales eventos de su tipo, tampoco es desconocido. Que el público habanero del ballet está entre los más conocedores y entusiastas, también es hecho sabido.

A todas estas irradiaciones de la figura de Alicia Alonso se suma otra: de Cuba provienen algunas de las más importantes voces en la crítica de danza en habla hispana. No existe en ningún otro país iberoamericano una constelación de críticos como la cubana, ni en número ni en calidad. Bajo el ala del BNC, la revista Cuba en el ballet ha sido cantera donde se han cultivado críticos e historiadores como Pedro Simón, Miguel Cabrera, Francisco Rey, Yvette Fuentes, José Neyra, Ahmed Piñeiro y la propia Isis Wirth, que muchos recordarán como Isis Armenteros, su nombre de soltera. Muchos otros críticos se han formado en los diarios y estaciones radiales de la Isla.

En el caso de estos autores, la pasión cubana por la danza se traduce en deseo de estudiar y dar crónica del baile, de promoverlo y educar a los lectores sobre este arte. Dan fe de ello los ensayos, críticas y entrevistas que Isis Wirth ha reunido en su tomo, una selección de veinte años de oficio (1987-2007).

Habría que decir, en primer lugar, que cualquier adición a la bibliografía sobre danza en español es una contribución de por sí, pues las publicaciones en esta área son terriblemente escasas. En Cuba, donde hay autores y un público interesado en el tema, no hay papel para imprimir libros. Mientras tanto, en el resto de Iberoamérica no hay gran interés en producir libros sobre la disciplina (poco rentable desde una perspectiva editorial). Después de Giselle, publicado por Aduana Vieja en España, es una excepción, más aún en un momento en que el papel va siendo reemplazado por la información digital. Debe decirse, sin embargo, que el valor de este libro va más allá de su mera existencia.

Una guía de acontecimientos

Gracias a los privilegiados desplazamientos geográficos de la cronista, los artículos dibujan un fresco del panorama internacional de la danza. Tras salir de Cuba hace algunos años, Isis ha vivido en distintos países y asistido a funciones de danza en numerosas ciudades. Los textos de su libro dan cuenta de presentaciones en La Habana, París, Aviñón, Berlín, Stuttgart, Frankfurt, Munich, Hamburgo, Kiev, San José de Costa Rica…

Esta perspectiva internacional será agradecida particularmente por los lectores de América Latina, cuyos teatros son raramente visitados por agrupaciones de la talla de la Opera de París, o el Ballet del Mariinski o del Bolshoi. Los textos de Isis sobre estas y otras compañías abren una ventana para aquellos lectores ávidos de saber qué sucede en Europa.

Mejor aún, en muchos casos esa ventana ofrece una vista a eventos recientes. La tinta está aún fresca en varias de las crónicas. Isis discute creaciones del 2006 y del 2007 de coreógrafos ya canonizados, como Trisha Brown y John Neumeier, y de figuras como Jan Fabre, Sasha Waltz y Emio Greco, saludados hoy en día como exponentes de una generación más joven. Las entrevistas de los bailarines Carlos Acosta, José Manuel Carreño, Vladimir Malakhov, Lucía Lacarra y Tamara Rojo también son recientes.

Por otro lado, el libro remite a los orígenes del ballet y a los capítulos más importantes en su desarrollo, desde el renacimiento hasta la actualidad. A pesar de su título, Después de Giselle no se ciñe a un período determinado en la historia de la danza —aunque Giselle, como tal, es el tema de uno de los mejores ensayos. Remontándose al siglo XVII, varios de los artículos revelan la fascinación de la autora con la figura de Luis XIV y su rol en institucionalizar el ballet.

El volumen también contiene valoraciones sobre Marius Petipa, George Balanchine y William Forsythe, quienes representan respectivamente el clasicismo del siglo XIX, el neoclasicismo del XX y el postmodernismo de las últimas tres décadas. En este sentido, el libro, aunque no intenta ser una historia del ballet, ofrece una guía de acontecimientos y figuras claves en la evolución de este arte.

Dos temas

En su interpretación de la historia del ballet, Isis enfatiza dos temas principales. Uno, que la danza clásica es un lenguaje. Dos, que es una expresión política. Estos puntos de vista aparecen repetidamente a lo largo de la selección de textos. Haciendo eco del discurso formalista de críticos anteriores, como André Levinson y Lincoln Kirstein, la autora ve en la técnica del ballet un código con su vocabulario y sintaxis propia.

Desde esa óptica, analiza las contribuciones de Luis XIV y Pierre Beauchamps (codificadores de la técnica), Petipa (impulsor de la técnica a su expresión clásica), Balanchine (estilista que utiliza la técnica para rendir tributo a la propia técnica, a la vez que la enriquece con nuevos elementos) y Forsythe (un deconstructor/traductor de la técnica).

En cuanto a la danza como expresión política, la autora recuerda que el ballet, desde sus inicios en la corte del Rey Sol, fue un medio de propaganda que proclamaba el poderío del monarca y afirmaba su rol como centro de gravedad de Francia y el resto de Europa. Al analizar las interrelaciones entre Alicia Alonso, el ballet cubano, Fidel Castro y la Revolución, aporta una contribución personal al tópico del ballet como realización física de una ideología.

Aunque el tema de la conexión entre el ballet cubano y la política es obvia, en "Una metáfora del totalitarismo" Isis abre la puerta a la teorización del mismo, dentro del contexto más amplio de la historia del ballet, tomando en cuenta desde su génesis monárquica hasta sus encarnaciones en regímenes comunistas y nacionalistas.

Más allá de este tópico específico, Alicia Alonso es una figura ineludible para la crítica de danza cubana. No es de extrañar que varios de los artículos en este volumen discutan aspectos de la carrera de la prima ballerina: la conexión entre su ceguera y la técnica de sus giros, su filosofía al reponer los clásicos, los aportes de su producción de Giselle, etcétera.

Merece mención especial "El arte del partenaire", una entrevista de Isis a Alonso en que las inteligentes preguntas de la autora y las detalladas respuestas de la bailarina resultan uno de los textos claves sobre la escuela cubana de ballet. Aquí la Alonso expone su punto de vista sobre cómo los conceptos de feminidad, masculinidad e interacción dramática entre la bailarina y el bailarín son esenciales dentro de la escuela cubana. Al lado de esta magnífica entrevista, el resto de las conversaciones en el tomo semejan pièces d'occasion.

Otra de las temáticas que constituyen un leitmotiv en Después de Giselle es el debate sobre la "disolución" de la danza contemporánea o, en otras palabras, los límites sobre lo que es baile. Un tema escabroso, porque la danza es tan efímera como indefinible. ¿Es plástica en movimiento? ¿Es música hecha cuerpo? ¿Es gesto o expresión corporal? En dos ensayos, Isis discute el caso específico del coreógrafo belga Jan Fabre (en uno de cuyos espectáculos los bailarines orinan y se masturban en escena).

A partir de este ejemplo, la autora denuncia la falta de límites a que ha llegado la danza contemporánea y la mediocridad que se esconde tras muchos de los experimentos que hoy suben a escena. Incluso, al juzgar ciertas piezas de Mats Ek, John Neumeier y Trisha Brown, uno de los criterios que emplea es cuánta "danza" hay en ellas, o cuánto se aprovechan o desaprovechan las posibilidades técnicas de los bailarines. La postura de Isis apunta hacia una definición más convencional —¿o clasicista?— de lo que es "buena danza".

Al margen de concordar o no con los indicadores de la autora sobre lo que es "buena danza", se debe agradecer que exprese una opinión propia en lugar de conformarse, como muchos otros críticos, con la tibieza de lo políticamente correcto. En sus textos siempre hay convicción.

Conexiones

Después de Giselle denota la cultura cuasi enciclopédica de la autora. Sus disquisiciones eruditas hilvanan la filosofía, la estética, la literatura, las artes plásticas y la política. Por ejemplo, en su análisis del estilo coreográfico de Mats Ek, establece una comparación con la pintura prerrenacentista. En otros ensayos entran al baile los nombres de Sócrates, Kant, Lessing, Valéry, Novalis, Kandinsky, Malevitch…

Al trazar conexiones entre la danza y el resto de las artes y humanidades, la crítico provee un contexto para entender la danza. Y demuestra, además, que es un producto intelectual a la par del resto de las expresiones artísticas y literarias. A propósito de estas comparaciones, el libro incluye un texto revelador que identifica los paralelos entre la danza clásica y la cocina clásica francesa.

Tampoco faltan en el libro las pinceladas de humor, como un relato de las tragicómicas situaciones que atraviesan distinguidos invitados extranjeros durante un Festival de Ballet en La Habana, en plena crisis económica.

Algunos de estos ensayos, como textos lezamianos, requieren que el lector se eleve y le piden una segunda lectura antes de revelarle todos los matices del contenido. Por otro lado, la escritura de Isis es a menudo fluida. Abunda en exclamaciones, interjecciones y coloquialismos, como si la autora conversara con el lector.


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