Actualizado: 23/04/2024 20:43
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A debate

De pavonazos y calabazas, otra taza

¿Por qué desde La Habana no protagonizamos un pataleo similar cuando el poeta Raúl Rivero fue condenado en juicio sumarísimo?

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Mueven a risa los escapes de gas de la conciencia que ha ocasionado entre ciertos escritores del patio el último pavonazo del régimen. Lástima que tengan un fondo tan lúgubre.

Ante todo, debiera disculparme porque tal vez no quede nada nuevo por decir al respecto, luego del pintoresco lleva y trae informático cometido por los escritores de marras y de las más y menos certeras réplicas con que algunos intelectuales cubanos del exilio han colocado sus puntos sobre las íes.

Precisamente uno de estos últimos anotaba que la solidaridad es (¿o debiera ser?) más que una palabra. Por eso, únicamente por eso, aventuro ahora mis palabras, que aunque suman más de una, serán sin duda irrelevantes e inevitablemente poco serias.

En principio, me atolondra imaginar lo provechoso que hubiera resultado para la cultura y para la salud moral de Cuba que algo mínimamente parecido a este pataleo de hoy hubiésemos protagonizado desde La Habana hace tres años (no 30, sólo 3), cuando el gran poeta Raúl Rivero (junto a otros 74 inocentes) fue condenado en juicio sumarísimo a pasar el resto de su vida entre rejas sólo por escribir y pensar al margen de lo impuesto por la dictadura.

TEMA: La exaltación de ex comisarios políticos

Por amargo que sepa retrotraer las travesuras del esbirro Pavón (mero tornillo de la maquinaria represiva), uno no puede sino sonreír ante este pataleo de los emails, pues justamente por exigir acceso para escribir y recibir emails, entre otros elementales derechos humanos, un periodista villaclareño estuvo muriéndose en larga y angustiosa huelga de hambre (en medio del más vergonzante silencio) hace no 30 años, sino apenas 2 o 3 meses.

Ese mismo hombre y otros muchos (hombres y mujeres), han sido, son apaleados actualmente en las calles, y a veces hasta dentro de sus propias casas, por hordas de salvajes organizados y dirigidos por el régimen. Sin embargo, jamás el particular ha constituido tema de intercambio de emails entre ciertos escritores que al parecer juegan a considerarse la crema del pensamiento y del espíritu de la nación: precisos como logaritmos y etéreos como sueños.

Cómplices de la opresión

Que me perdonen los cabales, porque también los hay en el patio, pero aun cuando me quito el sombrero ante las desgracias de los parametrados de ayer, hoy ya no me resulta posible tomar en serio las quejas de quienes entraron o fingen haber entrado en el aro. Se me antojan ridículos, no por lo que dicen, sino por lo que esconden sobre el sufrimiento propio y el del prójimo.

Cada cual con su piel hace tambores. Así que no pretendo pedirles (sería esperar guanábanas del almácigo) que con el mismo énfasis, o al menos con la misma continencia conque ahora reclaman una disculpa pública de parte de los funcionarios de la televisión (otros tornillos de la máquina), reclamaran respeto para las nobles y sufridas Damas de Blanco (asediadas de domingo en domingo y burladas a diario), o exigieran minúsculos espacios (fuera de las mazmorras) para la libre exposición de ideas opuestas a las del dedo que apunta.

Me dirán (ya fue insinuado) que no apoyan manifestaciones disidentes porque, a pesar de los pesares, son escritores revolucionarios. De acuerdo, es su derecho. Como también cabe a otros el derecho a carcajear ante respuestas tan mañosas. Y más todavía, cabe poner en duda la integridad de cualquier revolucionario, por etéreo que sea, que no sienta como suyo el dolor de los de abajo, los perseguidos, marginados, aplastados por las dictaduras, y que además no se vea, no ya ante el imperativo de arriesgar el pellejo defendiéndolos, sino de no comportarse como un cómplice de la opresión.

Por supuesto que también debemos contemplar (y aun aplaudir) la posibilidad de que partir de este último pisotón que el totalitarismo les ha dado en los callos, alguno entre ellos haya resuelto enfrentar la realidad, si no como un ente político (a lo que no está obligado ni siquiera moralmente), por lo menos como un escritor (o sea, como un hombre) revolucionario o como una persona decente.

Y conste que no le va a resultar tan difícil, ni riesgoso. Bastaría con que dejase de vivir agazapado, esperando, como los calabazares en tiempo de seca, el turbión de agua fría (el pavonazo) que lo anime a escupir sus pálidas flores.