Actualizado: 25/04/2024 19:17
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CON OJOS DE LECTOR

Esa carie de los renglones llamada errata (I)

Un microbio de origen desconocido y de picadura irreparable, llamó Ramón Gómez de la Serna a ese error tan común en los libros y publicaciones periódicas.

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El diccionario de la lengua española que tengo a mano define la errata como "equivocación cometida en lo impreso o manuscrito". Se le conoce también como mosca o mentira. En plan más erudito se le denomina lapsus cálami. Y entre los linotipistas recibe el nombre de mochuelo. Los impresores españoles suelen denominar las fe de erratas, tabla de humillaciones. Los escritores, que son quienes más las sufren, han dejado varias definiciones de la errata. "Un duende maligno y solapado", según el poeta uruguayo Emilio Frugoni. Para Ramón Gómez de la Serna, es "un microbio de origen desconocido y de picadura irreparable". Pablo Neruda las consideraba "las caries de los renglones, que duelen en profundidad cuando los versos toman el aire frío de la publicación". De acuerdo a Alfonso Reyes, se trata de "una especie de viciosa flora microbiana, siempre tan reacia a todos los tratamientos de desinfección". Y con su habitual sentido del humor, Mark Twain expresó: "Ten cuidado al leer libros sobre la salud. Puedes morir de un error de imprenta".

Un caso excepcional es el de mi admirado Jorge Luis Borges, quien declaró que las erratas mejoraban sus textos. George Steiner dio a sus memorias el título de Errata. Examen de una vida, para reivindicar el riesgo de equivocarse. Lo usual, sin embargo, es que el intrusismo de los errores en escritos y libros cause el disgusto de quienes los firman. El ejemplo más elocuente es el del papa Clemente XI, quien se cuenta al revisar la edición de sus homilías halló una errata, lo cual le provocó una apoplejía de la cual falleció a las pocas horas. Las erratas le sentaban fatal al poeta inglés Lord Byron. Así se lo hizo saber a su editor, a quien le escribió: "La menor falta tipográfica me mata (…) Quisiera que el tipógrafo estuviese atado a un caballo y unido a un vampiro". Curiosidades como las dos últimas aparecen recopiladas en el libro Vituperio (y algún elogio) de la errata (2002), en el cual el editor y erudito español José Esteban realiza un recorrido por la historia de esta modalidad del error.

Generalmente asociamos las erratas a los libros y los escritores, pero en muchas ocasiones su aparición en la vida cotidiana causa problemas mucho más serios. Un empleado de la firma Honda Motor Company no supo diferenciar entre "línea caliente de asistencia" y esa otra "línea caliente" que tiene que ver con el sexo. Eso hizo que introdujera por error el número de un teléfono erótico en los manuales de 18 mil Honda Fits y 8 mil motocicletas vendidas en los Estados Unidos. Cuando los compradores llamaban al número indicado, que supuestamente debía dirigirlos a una oficina gubernamental, escuchaban la voz de una de esas señoritas cuyo trabajo consiste en decir cochinadas, por el pago de 99 centavos el minuto.

Otro error parecido permitió que un violador que se hallaba en prisión provisional fuera puesto en libertad. La errata se deslizó en su fecha de ingreso en prisión, y obligó a la Audiencia de Barcelona a poner vigilancia policial las veinticuatro horas a dos mujeres víctimas de violación por el presunto agresor. El error provocó una falta de coordinación entre la Fiscalía, que no tramitó la petición de prórroga del encarcelamiento, y la Sección Segunda de la Audiencia, que no convocó una vista a tal efecto. Tras conocer que el presunto violador había salido a la calle, las autoridades judiciales tomaron como medida cautelar el obligarlo a comparecer cada día ante la justicia, y decidieron además celebrar el juicio lo antes posible.

Ni siquiera la familia real española ha logrado librarse de la molesta intromisión de las erratas. El primer día de funcionamiento de la renovada página web de la Casa del Rey (www.casareal.es) fue detectado un error en el enlace de la Corona. A partir del mismo, quienes navegan por la red pueden acceder al árbol genealógico de la familia. Justo ahí, en el lugar en que debía aparecer Fernando VII como rey de España, se encontraba el nombre de un monarca inexistente, Felipe VII. Eso obligó a que durante unas horas la página web estuviera fuera de servicio y "en mantenimiento", para dar tiempo a los técnicos a corregir el error informático.

Pero vuelvo a la literatura, que es en definitiva el campo que aquí nos ocupa. En muchas ocasiones esa grave epidemia que es la errata se ensaña con los títulos. La primera edición de la novela La feria de los discretos, de Pío Baroja, apareció como La feria de los desiertos. Una Breve historia del ultraísmo argentino salió al mercado como Breve historia del altruismo argentino. Incluso una obra tan conocida como La dama de las camelias, de Dumas, llegó a editarse como La dama de las camellas. Y aunque confieso que es primera vez que lo leo, cito lo que escribió el periodista español Carlos Scanavino en el diario El País: "No muchos saben que el nombre de una de las más famosas y populares editoriales del mundo con sede en México debe su nombre a una errata. El Fondo de Cultura Económica debería haberse llamado Fondo de Cultura Ecuménica".

Y qué decir de las barbaridades que las erratas hacen decir a los autores. Un error del linotipista hizo que en uno de sus poemas Ramón de Garciasol expresara: "Y Mariuca se duerme y yo me voy de putillas", cuando era "de puntillas". En la primera edición de Arroz y tartana, Vicente Blasco Ibáñez expresaba: "Aquella mañana, doña Manuela se levantó con el coño fruncido", algo que las lectoras pueden dar fe de que resulta físicamente imposible (como resulta fácil deducir, doña Manuela se levantó con el ceño fruncido). Y cuando murió el citado novelista español, un periódico dedicó una crónica al traslado de sus restos mortales a su Valencia natal y apuntó que "el féretro de nuestro escritor universal iba cubierto por una Señora". Más allá de que es probable que el autor de La barraca fuera muy mujeriego, lo que cubría su ataúd era una Señera, es decir, una bandera valenciana. Posiblemente el récord mundial lo ostenta el cardenal Roberto Bellarmine, quien ordenó los procesos seguidos a Galileo Galilei y Giordano Bruno. Sus obras impresas contenían tal número de errores, que fue necesario confeccionar un volumen aparte con una fe de erratas de 88 páginas. Fue el temor a esos problemas lo que tal vez hizo que el poeta italiano Petrarca copiase sus propios textos, para evitar de ese modo que ninguna mano ajena los afeara con faltas y, peor aún, con falsificaciones.


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