Actualizado: 23/04/2024 20:43
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A Debate

Zanjada oficialmente la polémica. ¿Terminó el debate?

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Gracias a las virtudes de Internet, en estos últimos días hemos podido asistir a un intercambio de opiniones sobre un interesante tema de la historia más reciente de Cuba, es decir, sobre los años en que numerosos intelectuales fueron reprimidos por el hecho de pensar, conducirse o concebir su obra en discordancia con la política que en aquella época preconizaban las autoridades culturales del país. La presunta reivindicación televisiva de algunos de los funcionarios que por entonces dirigían la esfera de la cultura, sirvió de detonante a la polémica, que surgió en la Isla pero desbordó rápidamente sus fronteras y se abrió a la participación de escritores residentes fuera del país.

Todo el que ha podido leer los artículos publicados, habrá extraído, naturalmente, sus propias conclusiones. A mi juicio, el debate ha puesto de manifiesto dos asuntos relacionados entre sí pero de naturaleza diferente. Por un lado, a uno le queda la impresión de que muchos escritores residentes en Cuba piensan que el país (y no sólo la Cultura en el país) está necesitado de cambios estructurales profundos en todo su sistema de ordenamiento político, económico y social. Al calor de la polémica, estos colegas han tenido el valor de pronunciarse francamente sobre el tema. Y eso les honra. La segunda cuestión tiene que ver con la forma en que las autoridades culturales han enfrentado e intentado poner punto final a este conato de rebeldía de los intelectuales. Aún está por ver si lo han logrado. El recurso, en cualquier caso, ha sido el de la declaración institucional titulada La política cultural de la Revolución es irreversible. El documento, desde la contundencia de su título, advierte que nadie debe llamarse a engaño. La cultura, igual que la calle y el país entero, es para los revolucionarios. Los otros no son bienvenidos. Es evidente que en Cuba los tiempos han cambiado, así como los métodos; pero, visto lo visto, bien podría decirse que, en esencia, todo sigue igual.

Si alguien tenía dudas al respecto o abrigaba alguna esperanza de cambios sustanciales, la Declaración del Secretariado de la UNEAC y su manera de zanjar la polémica han venido a poner las cosas en su sitio. Imagino que, tanto los más comedidos como los que al calor del debate han querido reivindicar su derecho a disentir de la política oficial, han podido convencerse en estos días de que ninguna de las políticas de la revolución admite diálogo o crítica que toquen la esencia de lo que ha ocurrido y ocurre en nuestro país desde enero de 1959. Quienquiera que disienta de ella será acusado, como deja sentado la Declaración, de tener una agenda anexionista. ¿Es así como se pretende construir la unidad de los intelectuales? ¿Alrededor de qué? ¿De qué unidad puede hablarse si quien trata de reivindicar su derecho a opinar sobre los asuntos de calado que afectan la vida del pueblo cubano (y no sólo a la élite que se dedica al quehacer cultural) es inmediatamente tildado de vendepatria, anexionista o asalariado del enemigo?

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Es interesante, desde luego, el modo en que en la Declaración se califica lo ocurrido como una polémica "entre revolucionarios". Es decir, para cualquier cubano que viva lejos de su patria y piense de manera diferente, no existe otro camino que callarse o ser tachado de contrarrevolucionario. ¿Es que acaso un cubano que esté en contra de lo que piensen, digan o ejecuten un puñado de hombres (por no decir "un hombre") es una alimaña repudiable que no tiene derecho a opinar, a participar de buena fe en una polémica sobre lo que ha ocurrido u ocurre en su país? Siempre la descalificación, la depuración ideológica, los epítetos ofensivos. Así fue en sus inicios la política cultural de la revolución (y no sólo la cultural, insisto) y así es y será siempre, mientras exista un régimen totalitario que "vele" por la buena salud ideológica del "personal".

Siempre nos quedará la compensación de haber leído en estos días algunos buenos artículos o cartas, sobre todo de cubanos residentes en la Isla, personas cuyo amor por su pueblo y su tierra se nota por encima de su punto de vista en la polémica. En algunos de esos escritos se echa a ver la frustración que causa en sus autores la ausencia de libertad en que deben vivir y ejercer su oficio. De todas formas, es verdaderamente reconfortante saber que existen, que hay escritores inteligentes que plantan cara y responden con honestidad a los funcionarios de la Cultura en casos como el que han provocado la presente polémica. Es una pena que, como escribió uno de ellos, no todos se enterarán del calado que la discusión llegó a alcanzar. Leerán, en todo caso, la declaración de la UNEAC y sabrán de oído (como siempre ocurre en Cuba) que algo ocurrió con un grupo de colegas cuando éstos protagonizaron un intento de sedición contra la política cultural de la revolución. Algo es algo, pensará un optimista. Siempre el mismo final, dirá alguien más realista. Pero ahí queda la polémica, más trascendente que el motivo que la suscitó.

Y para quienes piensan que es posible un debate público entre intelectuales, quedan los documentos que han sido publicados en varias páginas de Internet y en algún que otro medio de la prensa escrita fuera del país. Pero el debate real, el diálogo entre todas las fuerzas políticas e intelectuales sobre los asuntos cruciales que aquejan a la nación cubana, ése está todavía por venir. Esperemos que algún día se haga realidad, sin ninguna declaración que, como ésta, intente ponerle fin y apagar el fuego de un pensamiento que lleva ya demasiados años encerrado en la cárcel de esa política cultural de la revolución que, para desánimo de muchos, se ha calificado una vez más de irreversible.