Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Economía

Una solución equivocada

El problema en el sector agropecuario continuará mientras exista el monopolio estatal y los productores no tengan libertades.

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La crisis del sector agropecuario cubano es estructural: se manifiesta tanto en la producción como en la comercialización. En un intento por paliar sus efectos, el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros aprobó, en 1994, la existencia de los mercados libres campesinos, gracias a los cuales reaparecieron en la dieta familiar muchos productos desaparecidos.

El temor a la formación de una clase media llevó al gobierno a la creación de los Mercados Agropecuarios Estatales (MAE), con la esperanza de que al determinar los precios de forma arbitraria podrían vender por debajo de los mercados de oferta y demanda y, por tanto, condenarlos a desaparecer. Sin embargo, como a pesar de esa ventaja no ofrecieron suficientes productos y tampoco los precios fueron los deseados, los MAE han tenido que coexistir con los mercados libres. Una nueva lección de que las insuficiencias en la producción no se pueden resolver desde la circulación.

Los llamados intermediarios

En la historia de la humanidad el crecimiento económico, gracias al aumento de la producción y de la productividad, llegó al punto que satisfizo las necesidades inmediatas del grupo y generó un excedente que condicionó la división del trabajo entre los productores, el intercambio y el surgimiento de los mercaderes. Tan importante es este proceso, al decir de Marx y Engels, que "el punto hasta el que se han desarrollado las fuerzas productivas de una nación lo indica del modo más palpable el grado hasta el que se ha desarrollado en ella la división del trabajo".

De ese proceso necesario y natural surgieron el comercio y el comerciante, que constituyen motores del desarrollo social. Actuar hoy contra esos llamados intermediarios significa regresar a la comunidad primitiva. Esto lo comprendieron las autoridades cubanas. Sin embargo, tratando de evitar la formación de una clase media, el gobierno monopolizó las funciones de comercialización en una sola empresa controlada por el Estado: Unión Nacional de Acopio.

Parece que se repite lo ocurrido en China, un país atrasado y el más poblado del orbe en la década de los años cincuenta del pasado siglo y que se enfrascó en el Gran Salto Adelante, un ambicioso plan para generar abundancia desde el monopolio absoluto del Estado, impulsado por el voluntarismo, el entusiasmo revolucionario y la sabiduría del Gran Timonel.

Sin embargo, la ceguera de ignorar las leyes económicas, que son ajenas a razones ideológicas, condujo a la pérdida del interés de los propietarios privados y de los trabajadores del Estado por la producción y convirtieron al gigante asiático en un modelo clásico de distribución de hambre y miserias.

De forma similar, Vietnam —una nación que sufrió la más devastadora de las guerras y cuyos habitantes morían de hambre— logró con la introducción de mecanismos de mercado, la autonomía de los productores, el derecho de los nacionales a ser empresarios y la entrega de tierra a los campesinos, producir suficientemente y de forma sostenida para sus 76 millones de habitantes y ocupar el segundo lugar mundial en la exportación de arroz en corto tiempo.


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