Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Cuba, Migración, Exilio

El recuerdo de este largo viaje (I)

A medida que avanza el tiempo, la tan peculiar emigración cubana a Estados Unidos ha ido cambiando

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La gente corre a mi alrededor/el viento arrastra algún sombrero/
los niños juegan sin preocupación/y mientras tanto yo espero, yo espero.
El recuerdo de aquel largo viaje. Raúl Gómez. Canta: Farah María

Preocupada por mantener el trabajo, mi vecina ha dicho que debe ahorrar para traer a su novio de Cuba. “Sí, claro, para el patrocinio debes demostrar solvencia económica”, dije. “No”, contestó ella, “el viene por otra vía, por Nicaragua”. Quedé unos segundos en silencio. Pensaba que la fuga volcánica estaba cerrada. Ella adivinó mis pensamientos: “Es que eso nunca ha parado… hay gente viniendo por ahí”. ¿Será caro, me imagino? Ella sonrió, y dijo: “Ni tanto… algo más de 6000 dólares”. “Entonces… ¿es más barato que antes?”, pregunté. La chica movió los hombros. Despidiéndose, me dijo: “No lo sé. Ese no es mi problema. Eso es lo que están pidiendo ahora”.

Desde la Habana, tan cerca y tan lejos de Miami, llegan nuevas de la estampida: se venden casas y apartamentos amueblados por el salario de tres meses de un técnico a noventa millas; médicos y enfermeras renuncian a sus trabajos y compromisos hipocráticos para deslindarse, en lo posible, de la llamada “regulación” —mecanismo de control sobre el Hombre-Máquina—; la ruta siberiana y caucásica se ha empantanado, no de nieve, que se aproxima, sino por la guerra y la confusión de uniformes: el de prófugo insular por el de soldado ruso.

A medida que avanza el tiempo, la tan peculiar emigración cubana a Estados Unidos ha ido cambiando. Este fenómeno tendemos a verlo de manera lineal en términos de causas y consecuencias, como víctimas y victimarios; o con un sentido maniqueo, binario y excluyente: emigración política o —subrayado— económica. Para desgracia de amanuenses y comisarios, las cosas no son tan sencillas. La circularidad entre unos y otros, la interdependencia entre factores de diverso tipo hace casi imposible un acercamiento racional, lógico, si cabe el término, a lo que ha sucedido, y a lo que sucede ahora.

Por el lado cubano resulta cuando menos curioso que sabiéndose desangrados de jóvenes y niños que emigran, y con eso una pérdida irreparable de fuerza laboral e intelectual futura, garanticen como nunca antes rutas de escape. Pudiera pensarse que se trata de una inversión a largo plazo y mediano plazo. En vez de dejarse robar cerebros, los alquilan sin costo alguno; cada profesional y técnico que emigra a Estados Unidos —en Europa otro gallo canta y no es el de Portugal—, es un potencial “remesero”, para no hablar de viajes turísticos a la Isla, con familia incluida, al menos dos veces año.

Cada cubano que “se va” deja casa, libreta de abastecimiento y la mala leche de la queja por todo. El problema para los vendedores de cerebros cubanos es que nada nuevo se construye salvo hoteles, tal vez creyendo, no sin razón, que más temprano que tarde los trasferidos regresarán a devolver el favor de levantarles las cancelas con la moneda del enemigo. Es una apuesta temeraria; quien haya viajado por el Caribe sabe que los servicios de turismo en cualquier lugar del Mar de las Lentejas tienen mejor calidad y ofertas.

Por la parte norteamericana, habitualmente atrapados por la política, han diseñado un macarrónico patronato —nada Regio— sin prever que de la Isla quiere irse hasta el gato porque no tiene pescado. Han colocado un supuesto tapón a la bañera-frontera sur. Pero como todo herraje nuevo y de mala calidad, deja pasar chorros de emigrantes. Las cifras conservadoras hablan un cuarto de millón de solicitudes solo por patrocinio, razón por la cual no hay oficiales migratorios para tanta gente. Informes callejeros mencionan procesamientos pendientes desde los meses de febrero y marzo del año en curso.

Por si fuera poco, y como cubano me alegra, y como ciudadano americano que paga “taxes” me preocupa, cada cubano patrocinado recibe dinero en efectivo, seguro médico y ayuda en alimentos sin haber puesto de madrugada una lata en un mercado. Es una golosina demasiado tentadora como para no vender la casa de los abuelos en Cuba sin mirar cómo y por dónde salir de la Cortina de Bagazo.

En más de medio siglo de pugnacidades y desencuentros, nunca ambos países han estado más cerca, dependientes uno del otro. Si un día el gobierno norteamericano aplicara realmente un bloqueo, y no dejara entrar ni salir a nadie de la Isla, su política hacia la comunidad cubana se resentiría. Un porciento no despreciable de compatriotas en suelo norteño favorece ese flujo de personas que entran y salen, y brazos abiertos a los que todavía quedan allá. Creo que para suerte de nuestra idiosincrasia, a veces más emocional-caribe que racional-sajona, rescatar y alimentar a los seres queridos es parte del nuestro sentido de la vida. El régimen de la Isla lo sabe. Los americanos también.

A la conflictividad migratoria cubano-americana siempre se le ha preguntado de manera infantiloide, diríase incluso cínica, si se trata de un asunto económico o político, estableciendo una distinción maniquea de entrada. Por supuesto, tal discriminación obedece a un objetivo político: si decimos que los cubanos se marchan de su país por razones primariamente políticas, de manera explícita culpamos al régimen. Si el régimen sostiene que su pueblo emigra por razones económicas —culpando, por supuesto al bloqueo-embargo—, de manera rotunda señalamos a Estados Unidos como culpable de que la gente abandone el país.

Atrapados en tal circularidad, no hay forma racional de escapar al conflicto. Es una relación de perder-perder. También pudiera ser llamada Doble-Vinculo, un dilema donde en una misma unidad de tiempo y lugar se esgrimen argumentos contradictorios, que se niegan y a la vez se confirman, y del cual no se puede salir si no es pasando a un nivel cualitativamente diferente de comunicación. Los norteamericanos necesitan el embargo, como los cubanos el bloqueo. Cuando uno “aprieta”, el otro “afloja” y al aflojar este, el otro da otra vuelta de tuerca. Todo sin moverse del mismo sitio. Al mismo tiempo.

Esta relación, como se diría hoy, tóxica, toma de rehenes, fichas de cambio, a seres humanos, en este caso, compatriotas. Desgraciadamente en los últimos años, con el deterioro de la economía cubana, y el también menoscabo de la política y la convivencia norteamericana, el conflicto doble vinculante ha tomado fuerza extraordinaria.

Pero este es un tema que necesitará más espacio.


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