El recuerdo de este largo viaje (III)
Tercera y última parte de este trabajo
Amor mío, ¿es que va a sorprendernos aquí la muerte
sin que podamos salir de esta ciudad?
Nazim Hikmet (poeta turco exiliado, comunista)
La situación energética en Cuba puede empeorar para el próximo mes de octubre. Los funcionarios del régimen van teniendo que pasar, de uno en fondo y sin tomar mucha distancia, por las pantallas y los micrófonos siempre complacientes de los medios de comunicación masiva estatal, única y uniformadora. De ser cierto que la escasez de combustible es la causa eficiente de la crisis de la crisis, volverán las oscuras golondrinas —apagones de ocho por ocho— de hace 30 años; “pájaros” que junto a la avitaminosis y las bicicletas —casualidades involucionarias, la marca china era paloma voladora— fueron los desencadenantes del éxodo de Guantánamo.
De tal modo no cabe preguntarse a esta hora por qué la gente se marcha de Cuba por cualquier vía posible. Es, sencillamente, invivible. Asfixiante. Ya no funciona la coartada del “bloqueo”. Ya no funcionan los héroes sin tacha, los cadáveres insepultos y redivivos, ni las gestas gloriosas y las medallas y diplomas que no se comen. En la huida no hay motivaciones ideológicas ni religiosas. Es de una compleja sencillez: salvarse y salvar a los suyos de un no-futuro. A esta altura es muy difícil defender un proyecto que, una y otra vez, es especialidad del periodo y no un periodo especial. La especialidad ahora se llama coyuntura. ¿Es la Involución cubana un esguince histórico? Una tendencia socio-económica a salirse una y otra vez del mundo, y causar mucho dolor a sus habitantes sin que por fin haya una cirugía correctora, única solución a un mal recidivante.
Casi todos los análisis de la emigración cubana a Estados Unidos después de 1959 tratan el tema en sentido lineal. Lo expuesto en los párrafos anteriores responsabiliza al régimen casi en absoluto de las olas migratorias, perdiendo de vista la circularidad de todo fenómeno, y cayendo en la muy fácil, maniquea observación, de que hay un “malo” —el régimen comunista— y un “bueno” —los norteamericanos. Que sólo por estar la “cosa” mala en Cuba y “buena” en Estados Unidos es que han sucedido cinco grandes marejadas migratorias hacia el Norte.
Poco se habla de las condiciones políticas y económicas del país receptor, y cómo, desde hace mucho tiempo, el “tema Cuba” es parte de la política doméstica de Norteamérica. No deberíamos olvidar que la Enmienda Platt, y la Ley Helms-Burton fueron codificadas y aprobadas por el Congreso para certificar la “democracia” en la isla vecina. Alguien pudiera defender ambas leyes con el mismo pretexto que tiene un adulto de proteger a un chico menor de edad. Pero también habrá quien diga lo contrario: los niños tienen derechos, sobre todo a que se respete su dignidad, su decoro.
Un repaso breve de la historia reciente nos muestra interesantes coincidencias del país que, con luces y sombras, ha acogido a anti-colonialistas, reformistas, mambises, anexionistas, anti-machadistas, revolucionarios, anti-batistianos, batistianos, anti-comunistas, y “gusanos simples” sin otra protección de origen calificada.
En primer lugar las grandes estampidas suceden bajo gobiernos demócratas. ¿Es que son más solidarios con el cubano sufriente? Puede ser. Sin embargo, no son pocos los intereses geopolíticos y las contradicciones que rodean cada “fuga” y “rescate” en sus respectivos mandatos.
Durante el gobierno de Lindon B. Johnson (1963-1969) dos grandes contingencias, una externa y otra externa, debió enfrentar la administración: la guerra en Vietnam y la lucha por los derechos civiles. Un tercer frente al sur del país hubiera sido imposible. De alguna manera Camarioca sirvió para aliviar la tensión todavía existente que había dejado la Crisis de los Misiles. Tal vez Johnson creyó que, quitándole vapor a la caldera cubana en 1965, el régimen comunista dejaría tranquilo su traspatio. Sucedió todo lo contrario: como nunca la “tea incendiaria” de quienes se nombran mambises del Siglo XX dio fuego a todo el continente.
El listo ingeniero nuclear James Carter (1977-1981) tenía para 1979 una “cabeza de caballo” fuera y dentro de Estados Unidos que él no sabía cómo dominar: crisis con el petróleo y la gasolina, drogas por doquier, los rehenes en Irán, insurrección en Centroamérica, y una economía inflacionaria. En abril de 1980 un grupo de personas entraron por la fuerza en la embajada del Perú en La Habana, y un ingenuo Carter dijo que su corazón estaba abierto —y las fronteras también- para todos los cubanos. Su bondad fue pagada con el éxodo del Mariel: 125.000 emigrantes cubanos donde había de todo. Otro regalo de la izquierda universal fue el triunfo sandinista, de la Nueva Joya en Granada, y la influencia de Cuba en el mundo bajo la presidencia del Movimiento de los No Alineados.
El presidente Bill Clinton (1993-2001) parecía tenerlo todo bajo control cuando emergió, como un fantasma Al Qaeda para ensombrecer su legado en política internacional. Un escándalo doméstico de faldas vino a dar el puntillazo del juicio político. Como sus correligionarios anteriores, trató de aplacar la naturaleza pugnaz del castrismo. Otro frente de lucha, con el vecino del sur, era inadmisible; así que miró hacia otro lado después que le tumbaron dos avionetas con ciudadanos norteamericanos a bordo y se puso duro: si mandan cubanos para acá se irán a vivir a los arenosos parajes de Guantánamo y nunca pisaran suelo continental, dijo con rostro ceñudo. Unos meses después no solo pisaron la pantanosa tierra de la Florida, sino que el presidente concedió 20.000 visas anuales de emigrantes. A quienes venían por mar les advirtió que se secaran los pies antes de desembarcar por los cayos.
Barack Obama (2009-2017) heredó la política de apaciguamiento y diálogos, y ha sido de todos los presidentes, el que más cerca ha estado de decir lo que piensa donde todos deben callar lo que piensan. Conmovedor fue verlo bajar del Air Force One con su sombrillita de Walmart, acompañado de su esposa, hijas y hasta con la suegra —aquí el público aplaude. También obtuvo como herencia maligna el llamado Estado Islámico, y una línea roja —borrosa— que desdibujó en Siria, donde ya el ruso comenzaba a tomar fronteras ajenas. ¿Fue el presidente Obama un traidor a la “causa cubana” porque disfrutó un juego de pelota con el general-presidente? Por cierto, Obama es un admirador de nuestro Mini Miñoso, y tal vez no pudo resistirse a ver un partido de beisbol en la tierra del gran jugador cubano. Parece ser cierto que, sin saberlo, hizo el ridículo; solo entre 2015 y 2016 entraron por la frontera con México 47.000 cubanos. Era, desde hacía tiempo, la primera oleada migratoria terrestre con pies secos, como para no desafiar las directivas clintonianas. Cifras no oficiales hablan de 200.000 cubanos por esa vía en sus ocho años de gobierno. El contubernio entre varios países centroamericanos y el régimen para facilitar ese corredor migratorio fue evidente. ¿Trompetilla para el reconciliador Obama?
Donde, en buen cubano, se ha partido el bate ha sido durante y en tanto las administraciones de Donald Trump (2016-2020) y de Joe Biden (2020-actual). El desorden en la frontera sur, con el “turismo de volcanes” ha hecho que cientos de miles de cubanos entren —¿cómo perros o pedros?— por su casa. El gobierno demócrata ha intentado contener lo inevitable, y como en ocasiones anteriores, ha hecho lo contrario que aconseja el sano juicio histórico: todo cubano que tenga un “patrocinador” puede venir a Estados Unidos sin necesidad de chequear antecedentes ni vínculos sanguíneos. La última cifra de “posibles” patrocinados era de 350.000. Se habla de que ahora mismo hay 20.000 cubanos agolpados en la frontera mexicana sin más “parole” que la promesa de entrar a “tierra de la libertad” aunque sea con un grillete en el tobillo.
Todo esto nos lleva a afirmar que hoy, más que nunca, la Isla y el Norte están atrapados en un conflicto que a las elites de ambos lados no les interesa o no pueden resolver. Solo quedaría pensar que los gobiernos de Cuba y Estados Unidos han obrado en consonancia con sus intereses; y que estos están más allá de la política visible —la invisible, la realmente importante. Todo el problema para los yanquis es que la “siempre fiel” mantenga el control, muchas veces sin importar quien lo ejerza y cómo. Así sucedió con Machado y con Batista: los yanquis les quitaron la escalera cuando comenzaron a dar brochazos embarrándolos a ellos. Una Isla desestabilizada, base del narcotráfico, el terrorismo y plagas hacia su territorio es una amenazada demasiado cercana para permitirlo —las plagas y las enfermedades fueron en su época parte de los argumentos para la aprobación congresional a la Enmienda Platt.
El día que el régimen pierda el control que ejerce con denuedo por sesenta años sobre el pueblo, los norteamericanos intervendrán, y no por hacer valer los derechos humanos y la democracia, sino por protegerse ellos mismos —una razón si bien insolente, irreprochable. Y eso, ojo, será válido para cualquier gobierno cubano futuro.
El régimen, como ha sido descrito en otra parte de este trabajo, ha “hecho el pan” en estos años con la emigración a Estados Unidos. La impronta parasitaria y no productiva del Castrismo solo es viable si mantiene esta relación doble-vinculante con el ‘enemigo”. Y Estados Unidos, además de cuidarse de un desorden de imprevisibles consecuencias a pocas millas de sus costas, necesita la isla destrozada, emisora de emigrantes desesperados para demostrarle al mundo la inoperancia del comunismo.
Un periodista ha hecho una curiosa observación: mientras en La Habana se anuncian apagones y cortes de agua, en Hialeah hay cientos de cubanos viviendo en casas rodantes —RV: Recreational Vehicles— y dos y tres familias en una misma casa. “En las grandes crisis, el corazón se rompe o se curte”, escribió Honoré de Balzac.
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